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Cultura y espectáculos

EMOCIÓN CON RICHARD ASHCROFT

Terminado el concierto, Richard Ashcroft tomó aire, respiró hondo y, por fin, comenzó a relajarse. Ahora sí. Se comentaba entre bastidores que las horas (o días) previos a su actuación como cabeza de cartel de la última jornada del Festival Internacional de Benicàssim (FIB), el británico había sido un puro nervio, un polvorín a punto de estallar. No era para menos: había una inmensa expectación por constatar cómo funcionarían sobre un escenario las nuevas canciones del hombre de la cara angulosa y la nariz prominente que, de momento, lleva vendidas a lo largo y ancho de todo el planeta casi siete millones de copias del álbum Urban hymns. El último trabajo registrado junto a su anterior formación, The Verve.En realidad, su primer disco en solitario, Alone with everybody, ya fue presentado hace poco más de dos meses, pero en formato acústico y ante un reducido y privilegiado público formado casi exclusivamente por periodistas. Así pues, el de Benicàssim fue, según dijo la organización, el estreno oficial sobre las tablas y para el gran público de un elepé (soberbio, por cierto) llamado a convertirse en un tremendo éxito de ventas y, para muchos, en un auténtico manual de supervivencia. Una jornada de muchos nervios, claro: Richard Ashcroft sabía lo que se jugaba, ante sus fans y ante los medios, y no descuidó detalle alguno.

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Más de veinte mil toneladas de equipaje (entre instrumentos, pantallas exclusivas para sus proyecciones, equipos de luces...) viajaron con él; un impresionante despliegue de maletas y cajas de seguridad que, en algunos casos, llegaron al FIB todavía precintadas, relucientes y con material todavía por estrenar. Lo dicho: ni un solo cabo por atar para uno de los estrenos musicales más esperados de la temporada. Y Richard Ashcroft, pese a quienes auguraban un tostón de dimensiones descomunales, no defraudó. Ni aburrió. Sólo había que echar un vistazo a las caras del público (algunos, literalmente, embobados y otros a punto de elevarse varios palmos por encima del resto de la gente) para comprobar el hondo calado emocional de unas canciones, según su propio autor, "intensas, profundas y, al mismo tiempo, populares".

Una combinación perfecta para equilibrar reputación y ventas, para encandilar a las masas sin perder el respeto de los sectores más exquisitos. "Un concierto impecable, perfecto", se oyó decir entre el público hacia el tramo final de la actuación, justo cuando la popular Bitter sweet symphony abandonaba el formato acústico y, envuelta en un espectacular manto de luces verdes y amarillas, se transformaba en una fastuosa partitura épica capaz de alterar peligrosamente la sensibilidad del oyente.

Sólo en ese preciso instante, Ashcroft (estático, concentrado en el espectáculo y escasamente comunicativo durante toda la actuación) esbozó una frágil sonrisa dirigida a sus músicos. Ya, por fin, satisfecho y sereno. Antes habían sonado A song for the lovers (con la que arrancó el pase), New York, I get my beat, Sonnet o Lucky man. Un regalo para la vista y los oídos, y setenta de los más bellos y memorables minutos de esta edición del FIB.

Después de aquella sesión, el alocado surrealismo tecnológico de Bentley Rhythm Ace ya no pudo impresionar a nadie. Costaba trabajo, de hecho, hasta intentar recordar el nombre, el orden y las habilidades de las bandas que habían pasado previamente por el escenario de las Maravillas. Y eso que, a lo largo de aquellas primeras horas de la noche, se habían contabilizado varios momentos de aprobado alto (el rock arisco, amenazador y visceral de Six By Seven o la sugerente combinación de fragilidad y electricidad desbocada de los franceses Autour de Lucie), y, de paso, se había podido constatar que, por un lado, Placebo siguen empeñados en sacarle tajada a su correcta (y poco más) revisión del glam rock sin aportar demasiadas novedades y que, por el otro, Elastica tampoco muestran demasiado interés en buscar inspiración más allá del pop de la new wave o el punk de primera generación. Sus fans, seguramente, se lo agradecerán.

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