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POSTAL DE AGOSTO

El inmenso placer de la lectura

Comprar un libro en una tienda clásica puede ser una agradable y divertida forma de recuperar la cultura del librero tradicional

-A veces, uno llega de mal humor. Cansado o harto. Y coge un libro. Lo acaricia... Siempre he dicho que acariciar un libro es como acariciar a una mujer. Y uno, entonces, lee unas líneas...Y se produce el milagro. Ya no puedes dejarlo. Ya sólo quieres amarlo. Es la felicidad. ¿Usted me entiende? No sé cómo explicarlo.Manuel Manzano, nacido hace ya 75 años, acaricia en el aire ese libro imaginado. Allí. En la librería Manzano, en la calle Espoz y Mina.

- ¿No le parece?

Manzano es librero. Lo es desde hace 61 años. Tenía 14 cuando empezó a trabajar en la librería Pro-Cultura, en la calle de Goya. Luego pasó a Pueyo. Y más tarde montó su propio negocio.

Habla de viejas librerías que han ido cayendo. Que han ido cediendo espacio a las multinacionales, a las casas de cambio, a los locutorios, a las tiendas de comida rápida. Habla de Pueyo, en la calle del Arenal, y de Hernando, y de la Bibliográfica, y de...

-En unos años, sólo en esta zona, he visto cerrar 24 librerías.

Son muertes dolorosas. Cada cierre se le ha clavado en el alma. Cita con tristeza viejos nombres que ya sólo están en su recuerdo. Manzano mira con cariño los estantes, los libros perfectamente alineados, respira el olor del papel, descansa los ojos en el color de las cubiertas, siente en sus dedos la calidez del cuero, la rugosidad del cartoné, ese resbalar suavísimo del cuché...

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Quiere ahora celebrar las tertulias en su propia librería. Él, que pertenece a varias tertulias, está empeñado en vaciar una de las trastiendas y reunir a sus amigos a charlar. A hablar de libros y de política, de libros y de toros, de libros y de fútbol. De libros.

-¿Ve? Aquí cabemos unas diez o doce personas. ¿No cree que estaríamos muy bien?

Manzano no tiene nada contra los almacenes de libros, contra las grandes superficies.

-Pero no son librerías. Los libreros somos otra raza. Tenemos clientes. Gente que viene a buscar, que ama los libros. Yo soy feliz cuando puedo encontrar el libro que me han encargado.

Y cuenta, entusiasmado, cómo logró hallar La vida nueva de Pedrito Andía, un libro que, al final, encontró a través de El Correo, de Bilbao.

-Yo sabía que era de Planeta, pero, al final, me vino por ahí. Supongo que sería alguna cesión que hiciera la editorial.

No cobra más por estos libros imposibles. Incluso confiesa que a veces perdió dinero. No le importa. A él los libros le han dado de comer, le han permitido criar a sus hijas, tener una casa. Ser feliz.

Cree que la liberalización de precios es un error.

-No se puede tratar al libro como si fuera un producto más. Un libro es otra cosa. Y debe valer lo mismo en un sitio que en otro, aquí que en A Coruña.

Dicen las encuestas que en España se lee poco. Sólo dos de cada diez personas confiesan leer cada día alguno de los 50.000 títulos que se editan anualmente. Y cinco de cada diez no lee casi nunca.Y eso que en la Comunidad de Madrid hay en torno a 3.000 establecimientos considerados librerías. Pero, cuidado, porque en ese epígrafe se incluyen tiendas de periódicos y papelerías. Librerías de verdad, cada vez hay menos.

-No desaparecerá esto. No desaparecerá. ¿Cómo va usted a hablar con un ordenador sobre un libro? El ordenador se lo buscará, pero no le hablará de la pasión, de la belleza de una obra. ¿Cómo va a desaparecer el librero?

Hay un cliente que pregunta a Manzano por un libro que no encuentra en ningún sitio. Es de Sebastián Coll: El carbón en España.

-Veremos a ver... No te prometo nada, amigo Fernández, no te prometo nada.

Y anota. Rebusca en su memoria.

-Claro, es de Turner. Y Turner ha cerrado, claro...

A unos centenares de metros, una señorita, amable, mira en su ordenador. Es guapa. Y huele a lavanda. Y tiene una sonrisa...

-No señor, no lo tenemos.

-¿Y no podrían buscármelo?

-Debe de estar descatalogado... Si quiere le tomo nota, pero...

-Déjelo. Es igual.

Aquí hay también muchos libros. Y mucha gente. Gente que habla en voz baja. Que ojea en las mesas abarrotadas con las últimas novedades.

-Mira, el que anuncian por la tele.

Es gente perdida. Que casi mira asustada las estanterías. Gente que, pacientemente, hace cola ante las cajas. Tiende las tarjetas de plástico. Recoge su bolsa y se aleja sin hablar con nadie.

A esa misma hora, Manuel Manzano ha cerrado ya su librería. Dentro quedan clientes retrasados, amigos que han venido a charlar un rato, a pasar la mañana entre libros y palabras.

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