Diez años de embargo han fortalecido la dictadura personalista de Sadam Husein
Los diez años de embargo y sanciones decretados por la comunidad internacional contra Irak no parecen haber hecho mella en el régimen del presidente Sadam Husein. El castigo colectivo impuesto a este país de más de 22 millones de habitantes desde hace una década se está manifestando, además de inadecuado, contraproducente, coinciden en asegurar los expertos, que claman por el levantamiento inmediato de unas sanciones que sólo sirven para consolidar y fortalecer el sistema. "Hemos fracasado", sostiene Hans von Sponeck, ex coordinador de la ayuda humanitaria a Irak.
Este funcionario de Naciones Unidas, que dimitió de su cargo el pasado febrero como protesta por el mantenimiento de las sanciones y la forma en la que se vienen repartiendo los auxilios, generados por el Programa Petróleo por Alimentos, lidera desde hace algunos meses una campaña contra este castigo colectivo impuesto al pueblo iraquí.Una de las conclusiones más categóricas de Von Sponeck, compartida por otros especialistas como Anush Ehteshami, director del Departamento de Estudios de Oriente Próximo de la universidad británica de Durham, es que la comunidad internacional ha colocado erróneamente el control y la distribución de los alimentos y la ayuda humanitaria en manos del régimen de Bagdad, lo que ha servido para fortalecer su poder y facilitar aún más el control de la Administración de Sadam Husein sobre su población.
"El régimen tiene el poder en un puño, jamás ha sido tan fuerte, ya que toda la población depende exclusivamente de él si quiere sobrevivir", coinciden en asegurar al unísono los especialistas, mientras recalcan las grandes diferencias con el norte de Irak, la zona del Kurdistán autónoma del Gobierno central, donde esta ayuda la distribuye de manera más equitativa y democrática la misma burocracia humanitaria de Naciones Unidas.
Este proceso de fortalecimiento del aparato del régimen se palpa sobre todo en las calles de Bagdad, donde la popularidad y liderazgo de Sadam Husein no cesa de crecer. Es el jefe indiscutible de una sociedad atemorizada y pauperizada que ve en el presidente el "único muro de contención" capaz de frenar las atrocidades de la comunidad internacional, que con su embargo ha provocado ya la muerte de más de medio millón de niños, destruido la infraestructura del país y convertido lo que era uno de los países más prósperos y cultos de la zona en un inmenso erial que necesitará varios decenios para recuperarse.
"Aquí nadie discute la jefatura de Sadam Husein", aseguran en el interior del país los iraquíes, con una mezcla de temor e indignación, mientras barajan a partes iguales el culto a la personalidad y los últimos datos del Unicef: antes del embargo, el índice de alfabetización (90%) era uno de los más elevados de la zona, mientras que ahora ha descendido al 66%. Sólo en el último año 200.000 niños en edad escolar han dejado las clases a mitad de curso para tratar de ayudar a sus familias a conseguir su sustento diario, lo que se ha traducido en un incremento galopante de la mendicidad callejera.
"Hay que reconocerlo. Nos hemos equivocado; hay que acabar con el embargo. Eso no quiere decir que apoyemos al régimen de Sadam Husein, simplemente lo que tratamos de decir es que nos hemos equivocado; el régimen de sanciones contra una dictadura es ineficaz", confirmaba desde el exterior Von Sponeck.
Esta lectura autocrítica con respecto a las sanciones no parece tener ningún efecto sobre las decisiones del Departamento de Estado norteamericano, que continúa impulsando un ambicioso proyecto de desestabilización con el que intenta derrocar a Sadam Husein, utilizando para ello las fuerzas dispersas y en algunos casos antagónicas de un gallinero político situado en el exilio y en el que se concentran más de setenta grupos diferentes. Los más de cincuenta millones de dólares destinados a financiar un plan denominado Transición en Irak, según el cual se trataba de utilizar a la oposición del exilio como principal fuerza de choque, han servido sólo para poner en evidencia las rencillas y luchas internas de los opositores.
"Ellos también han fracasado", aseguran fuentes diplomáticas en Bagdad, mientras constatan el reforzamiento constante de los aparatos de seguridad del Estado y la deserción de un amplio sector de la antigua sociedad liberal, motor de un eventual cambio democrático, que prefiere optar por el exilio antes que agonizar en este interminable asedio.
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