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Por eliminación, o por acumulación

Andrés Ortega

Hay países que saben renovar sus élites políticas mejor que España, con menos traumas generacionales. Un ejemplo es el ticket que ha de salir de la convención republicana de Filadelfia, con George Bush jr. de candidato a presidente y Richard Cheney como aspirante a vicepresidente, de, respectivamente, 54 y 59 años de edad. Gore, que lleva ocho a la sombra de Clinton, tiene 52. Véase el Gobierno francés, con Jospin -con ministros más jóvenes en su primer gobierno, aunque después tuvo que rescatar a algunos de los clásicos para acallar posibles discrepancias en la familia socialista-, o Schröder y Fischer. Algunos países tienen instituciones (como la Cámara de los Lores, ahora reformada, pero que los laboristas pueden echar por la borda en esta función) en las que utilizar el conocimiento de los políticos u otros agentes sociales de relieve cuyo tiempo de primera fila ha pasado, pero que aún sirven por el capital social que han acumulado.En España, no. Los cambios políticos a escala nacional se suelen hacer por eliminación acelerada de generaciones y no por acumulación. Ocurrió durante la transición, con lo que llegó al poder una generación antes de lo que le hubiera normalmente correspondido, barriendo a la anterior. Volvió a ocurrir, primero en el seno el Partido Popular a partir de 1989 y especialmente a partir de 1993-1994, con unos síntomas que se plasmaron en las elecciones de 1996. Y ahora ha vuelto a ocurrir en el PSOE -única manera de desbloquearlo- con Rodríguez Zapatero y la amplia renovación de la comisión ejecutiva y en particular de sus responsables de área. Aznar y Zapatero pertenecen a la misma generación: aquella de los de 34 a 49 años cuyo punto de referencia en su vida profesional activa no es Franco ni la transición, sino más probablemente la caída del muro y el desarrollo de Internet (aunque por detrás viene ya la generación plenamente integrada en el .com). A estos dos dirigentes sólo les separan ocho años, aunque en esta sociedad mediática tal distancia pueda parecer gigantesca, y probablemente llevará al PP a reducirla en las siguientes generales, ya sin Aznar. En España, la anterior generación, la de la transición, ha sido sin duda una generación Yang, como llamara Ortega y Gasset a las generaciones decisivas con gran influencia en la evolución histórica de su momento. Esta, la del 89, es, de momento, más bien Yin.

El problema para España es cómo utilizar toda esa experiencia acumulada por las generaciones que quedan barridas, como ha ocurrido repetidas veces en la historia, al menos desde la Restauración, un fenómeno bien ilustrado Juan José Linz. Un país serio, como una empresa seria, no puede permitirse el lujo de desperdiciar este capital político, sobre todo cuando no anda sobrado de él. En eso nos ganan otras sociedades de nuestro entorno, lo que indica que éste no es un país plenamente normalizado.

Aunque de forma entremezclada, pues ni Aznar ni Blair pertenecen a ella, hoy lo que predomina en el Consejo Europeo es la generación del 68 en términos europeos que se corresponde a la de la transición en España. Es la de Schröder, Fischer, Jospin, Solana y en EE UU la de Clinton, Gore y Bush Jr., lo que puede explicar en parte la forma, por ejemplo, de abordar la guerra de Kosovo. Tiene también otra forma de enfocar la construcción europea, sin recuerdos del origen de este proyecto en la Segunda Guerra Mundial y antes. Esta generación, y las siguientes, ha vivido toda su vida en paz; en una paz positiva como invención moderna, que es la que marca la gran diferencia en términos históricos europeos. Y por ello este nuevo liderazgo europeo, más bien Yin cuando por generación había sido Yang en esta España generacionalmente desfasada, habrá de idear nuevas formas no sólo de integrar a Europa, en profundidad y en ampliación geográfica, sino de llegar a ilusionar para este proyecto a las generaciones que vienen detrás pisándole los talones.

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