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¿Tercera vía? ¿O vía 'uno y pico'? ANTONIO ARGANDOÑA

Gente mala, haberla, hayla. Esto me parece bastante probable. Sin embargo, yo no conozco a ninguna. A todo el mundo le debe de gustar que todos los habitantes de África llenen sus tripas cada día, que todos los parados consigan empleo, y que todos los inmigrantes de las pateras alcancen aquella mejora del nivel de vida que lograron, en su día, los españoles que se fueron a Argentina a principios de siglo, o a Alemania en los años sesenta, a buscarse la vida.En lo que ya no nos pondremos de acuerdo tan fácilmente es en el modo de lograr el bienestar para todos. Por decirlo de una manera rápida, sobre esto hay dos posturas extremas: la de los que consideran que hay que dar a cada uno lo que necesita, y la de los que consideran que hay que dar a cada uno la oportunidad de ganarse lo que necesita. O, dicho de otra manera, la de los que consideran que el pastel es ya suficientemente grande como para que podamos repartir a cada uno un trocito, y la de los que piensan que es mejor dar a todos la oportunidad de contribuir al crecimiento del pastel.

El pastel es, desde luego, grande: hay recursos en el mundo como para que todos podamos llevarnos una tajada respetable. O, cambiando de escenario, no hay obstáculos insalvables para que en España podamos dar empleo a todos los que quieran trabajar. Además, el pastel puede crecer, y está creciendo bastante. Pero -y aquí empiezan los problemas- el reparto del pastel tiene mucho que ver con su crecimiento.

La verdad es que el símil del pastel es equívoco: más bien deberíamos hablar de una colección de pasteles. Supongamos que, a la hora de hacer el primero, yo he contribuido mucho, pero, en el reparto, me queda poco. ¿Pondré en el segundo el mismo esfuerzo que en el primero? Probablemente no. ¿Lo pondrá el que ha disfrutado de un buen trozo del primer pastel, sin aportar nada a su producción? Desde luego, no. Por tanto, la fabricación de pasteles será cada vez menor. Y, una de dos, o empezará a faltar pastel (algo así pasó en los antiguos países comunistas), o los que contribuyen a su producción se negarán a repartirlo con los que no contribuyen.

En estas condiciones, parece lógico exigir a todos que colaboren en la producción. Pero no todos pueden hacerlo: hay minusválidos, niños, enfermos, ancianos,... Y me parece que (casi) todo el mundo estará de acuerdo en la necesidad de mecanismos sociales de sostenimiento de esos colectivos.

El problema del reparto fácil es que crea "mecanismos perversos". ¿Recuerdan el chiste de la manifestación masiva contra el paro? Sale uno de una esquina, se acerca a uno de los que más gritan, y le dice: "Tengo un empleo para usted". Y él le responde: "¡Hombre! ¡Estamos 20.000 personas aquí, y va usted a fijarse precisamente en mí!". Acostumbrarse a la "sopa boba" es un peligro del estado del bienestar generoso.

Pero aún hay otro, peor, por insolidario. No solemos hacer manifestaciones contra el hambre en Etiopía, sino por la defensa de nuestro puesto de trabajo. Y es lógico. Pero eso significa que nuestra solidaridad es, a menudo, de boquilla: es interesada. Un salario mínimo alto, una elevada indemnización por despido o un seguro de desempleo generoso y largo aumentan el poder de los empleados y les permiten conseguir mejores condiciones salariales. ¿A costa de los pérfidos capitalistas? Lamentablemente, no: a costa de los parados, o de los que buscan su primer empleo.

¿Estado del bienestar, seguridad social, protección del débil? Sí, claro. Pero siendo muy conscientes de que la protección crea incentivos contra el trabajo, el riesgo y la innovación: o sea, contra el crecimiento de la tarta. Y, peor aún, que genera mecanismos insolidarios contra los parados, los jóvenes, algunos inmigrantes y los que viven en países en vías de desarrollo, cuyo nivel de vida mejorará, precisamente, si nosotros nos abrimos a sus productos, cosa que los insolidarios ciudadanos de los países ricos no hacemos, en nombre de la "solidaridad" con nuestros empleados o nuestros agricultores.

Después del formidable desarrollo del estado de bienestar de los sesenta y setenta, ahora asistimos al fenómeno contrario: privatizaciones, desregulaciones, liberalizaciones, flexibilidad en el mercado de trabajo,... No hay panaceas: siempre oscilaremos entre incentivos (el mercado, el crecimiento de la tarta) y protección (el reparto, el estado del bienestar). Los incentivos mejoran las oportunidades de muchos, pero acentúan el sentido de injusticia para otros. La protección reduce la eficiencia, y crea nuevas injusticias.

La "segunda vía" comunista ya fracasó en su día. No hay "terceras vías" definitivas. Sólo nos queda la vía "uno y pico": un mercado libre, con dosis variables de protección.

Antonio Argandoña es profesor del IESE.

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