_
_
_
_

Cartas de la desesperanza

Un diario de Casablanca dispara su venta publicando las angustias y deseos de emigrar de los jóvenes marroquíes

ENVIADO ESPECIALEscriben. Narran sus frustraciones, sus sueños, preguntan sobre el sexo, se rebelan. Cuentan todo aquello de lo que no se habla en casa ni en el colegio. Los jóvenes marroquíes rompen los tabúes.

Les está ayudando a trasgredirlos el diario Al Ahdat al Maghrebia, que les ha abierto sus columnas. Dos veces a la semana publica en cuatro páginas de gran formato una media de 125 cartas, una de cada veinte de las que recibe, firmadas y anónimas, en las que los marroquíes se explayan y tratan de informarse contestando mutuamente a sus preguntas.

La mayoría aborda temas sexuales. "Son el espejo de los problemas de nuestra sociedad", asegura Abdelkrim Lamrani, el redactor jefe encargado de seleccionar las misivas. "Revelan, por ejemplo, la ignorancia sexual en un país en el que esta educación no se proporciona, cuando una adolescente pregunta si se puede quedar embarazada porque se masturba".

"Ponen también de manifiesto", prosigue, "otros problemas más graves y más ocultos,como el incesto, un fenómeno muy generalizado en Marruecos, pese a que los musulmanes radicales lo nieguen". "Es, en parte, achacable a la exigüidad de los alojamientos".

Pero no todos los autores de las misivas hablan de sexo. Muchos describen también las penalidades de su vida cotidiana, el paro, los tráficos ilícitos para conseguir algún dinero y sus ansias por cruzar el estrecho de Gibraltar y empezar a vivir mejor en Europa, aunque sea trabajando muy duro.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

La publicación de las cartas ha disparado las ventas de Al Ahdat al Maghrebia. En un país en el que el 55% de la población adulta es analfabeta, según la estadística oficial, el diario tira esos días 160.000 ejemplares, todo un récord en Marruecos.

"No hemos quitado lectores a nadie", explica el director, Mohamed el Brini, "sino que hemos creado nuevos lectores, jóvenes", que, a diferencia de Europa, no tienen a su disposición revistas especializadas que traten los asuntos que más les interesan. "He visto a jóvenes educados leer en voz alta las cartas a otros, analfabetos", asegura un redactor del periódico afín a la izquierda marroquí.

Pero el éxito de ventas ha sido acompañado de algún que otro disgusto. Mientras algunas personalidades laicas aplaudían esta iniciativa, inédita en un país musulmán, los imames integristas se han subido al púlpito de las mezquitas para acusar a Brini de difundir literatura pornográfica al tiempo que condenan a sus lectores.

"Estos ejemplos de sexo explícito despiertan los deseos aletargados de los jóvenes y les incitan a caer en el vicio", denuncia un imam en una misiva publicada por el mismo periódico.

EL PAÍS ha escogido dos cartas publicadas por Al Ahdat al Maghrebia, ambas relacionadas con la emigración a España, que han sido traducidas por la redacción del semanario marroquí Demain.

La primera, escrita por una mujer marroquí que entró legalmente en la Península para prostituirse, está firmada con una mera dirección de correo electrónico. La segunda cuenta la historia más clásica de un joven que se gastó sus ahorros en cruzar el Estrecho en patera hasta caer en manos de la Guardia Civil. Esta segunda carta no estaba firmada, pero el rotativo marroquí sí conoce la identidad de su autor.

Prostituta en Castilla

(...) mi testimonio es, acaso, revelador de la crisis de toda una generación. Soy una marroquí de casi treinta años, licenciada en literatura inglesa. Quise continuar mis estudios después de licenciarme, pero no pude seguir al carecer de beca y de apoyo familiar. Intenté en vano encontrar un trabajo. Los años pasaron y mis esperanzas se evaporaron poco a poco. No queda ya nada de los tiempos de la universidad, de la militancia ni de los sueños utópicos. Sólo perdura el hombre de mi vida, él también incapaz de conseguir siquiera dinero para cigarrillos.Estas amarguras y desengaños se multiplicaron en el ambiente irrespirable en el que vivíamos, con una madre que te hacía sufrir con sus miradas, mezcla de compasión y de decepción, y unos hermanos incómodos porque te conviertas poco a poco en solterona mientras los amigos sólo esperan a que cedas a sus bajas pasiones. Los fracasos se sucedieron los unos a los otros. Todo se desmoronó dentro de mí.

Fue entonces cuando una amiga residente en España se puso en contacto conmigo proponiéndome un contrato de trabajo. Efectué los trámites necesarios. Curiosamente, me fue fácil obtener mi visado de entrada. ¿Saben por qué? Porque iba a trabajar como señorita de alterne en un bar. El empleado de la embajada me susurró cuando aceptaba mi solicitud: "No hay ningún problema, porque nuestro mercado necesita este tipo de mercancías". Sufrí mucho, porque sabía lo que me esperaba en la otra orilla.

He querido a mi país con una pasión sin límite y he golpeado todas las puertas para llevar una vida decente. Pero la única puerta que se me ha abierto es la que me lleva a abrirme de piernas para acoger las flechas podridas de Castilla. Traspasarán mi cuerpo, herirán mi alma y bombardearán mi vagina con su esperma mezclado con orina.

He comentado esta humillación con mi amiga residente en España. Me contestó en tono irónico: "¡Que Dios te devuelva la razón! Más vale coger las pesetas (...) que los escándalos de nuestro país".

También hablé de ello con el hombre al que aún amo. Su resentimiento y su incapacidad para cambiar las cosas aumentó. ¡Pobre amor! Él, que era inflexible con el respeto de la virginidad, se conforma ahora, tras conocer mi suerte, con suplicarme que no le olvide. Inmagínense a un descendiente de Tarik Ibn Zyad, el conquistador, pronunciando palabras tan humillantes. ¡Que la maldición de Dios caíga sobre la pobreza y sus instigadores!

Tomé finalmente la decisión de marcharme o, mejor dicho, de huir del infierno de mi país para ir adentrándome en la decadencia moral. Me hubiese gustado carecer de una conciencia que me atormente como la de mi amiga. Me hubiese permitido soportar mejor las obligaciones de mi "oficio".

Nunca perdonaré a quienes nos han obligado a sacrificarnos en el altar de las mujeres secuestradas por el mercado europeo del sexo. Que aquellos que han sellado mi suerte y que han generado un Marruecos miserable y sin horizonte tengan, sin embargo, la conciencia tranquila. Que estén incluso orgullosos de ayudar a que nuestro país obtenga divisas como contrapartida de nuestras heridas y de nuestros gemidos.

Soy vuestra hija y quería preservar mi dignidad, pero la espera ha sido larga y la esperanza se desvaneció. No tengo más remedio que caer en sus brazos para que viertan en mí sus líquidos después de que los brazos de mi país me rechazasen.

Traficante en Tánger

Han pasado 34 años de mi vida. Saqué el bachillerato, pero interrumpí mis estudios universitarios. Nací en una familia humilde, pero no es la pobreza la que truncó mis estudios.Golpeé todas las puertas renunciando a mi dignidad y acabé besando los pies de las mulas y las cabezas de los animales. Y lo hice con el único propósito de lograr un trabajo que me protegiera de la incertidumbre. Pero, desgraciadamente, todos mis intentos se toparon con un silencio mortal.

Acabé cayendo, muy a pesar mío, en un círculo de delincuencia, en el mundillo del tráfico de estupefacientes. Gracias a este comercio ilícito amasé 7.000 dirhams (120.000 pesetas). Opté por la emigración clandestina. Prefería poner en peligro lo que quedaba de mi vida haciendo una apuesta cuyo resultado sólo puede ser la vida o la muerte. Seguía así el camino emprendido por una juventud desesperada, víctima de políticas ciegas y de mentalidades obsoletas.

Viajé hasta la perla del norte, Tánger, donde el mercado negro está en plena ebullición, sobre todo el de seres humanos en búsqueda de sueños más allá de nuestras fronteras. Sin dificultad alguna conocí a algunos "barqueros". Los corredores que trabajan en este ámbito del comercio son legión. Me puse de acuerdo con uno de ellos, al que pagué 5.000 dirhams (85.000 pesetas) por una travesía hacia lo desconocido.

Dos días después se alcanzó el quorum de los candidatos a embarcar. Éramos unos treinta con un poco de equipaje apretujados en una embarcación en la que cabían muchos menos. Éramos todos jóvenes a los que su país había abandonado empujándoles hacia las grandes olas de un mar desatado. Al principio, el mar aparentaba estar tranquilo, pero al cabo de unos minutos de navegación el oleaje enfureció. Atenazada entre inmensas olas, la embarcación se bamboleaba en todas direcciones. Acabó entrando agua. Estábamos todos empapados y había que vaciarla a toda costa (...). La embarcación corría el riesgo de naufragar en cualquier momento.

Os lo juro, queridos hermanos, que lloré en dos ocasiones (...), tenía miedo de morir. Y no quería irme de este mundo sin satisfacer mi deuda con la persona que más quiero: mi madre. Esa mujer que luchó toda su vida y desempeñó el papel del hombre para protegernos de la intemperie.

¿Qué feliz victoria nos esperaba al final? Estábamos rodeados de guardacostas de la Guardia Civil española. Algunos de ellos nos maltrataron insultándodos y hasta dándonos patadas. A pesar de todo, la policía española nos dio los primeros auxilios. Nos ofreció comida y nos dejó dormir.

Tras cuatro días de interrogatorios, nos embarcaron rumbo a Tánger para entregarnos a la policía de fronteras. Fuimos presentados ante un juez acusados de emigrar ilegalmente, como si fuese un crimen irse a buscar en el extranjero algo con que subsistir. El fiscal era un hombre amable y comprensivo y acabó ordenando que se nos pusiese en libertad.

Volví, pues, a casa arrastrando conmigo un fracaso vergonzoso y hundido por una decepción sin paliativos. Estaba tan deprimido que hubiese preferido perecer ahogado o a causa de una bala disparada por la policía española. He vuelto, por tanto, a mi antigua costumbre de sobrevivir gracias al tráfico de estupefacientes (...).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_