La marcha de los cuatro 'suyos'.
Hay momentos en la historia de las naciones en que un misterioso arrebato libertario las lleva a grandes hazañas colectivas contra la opresión. Esas mareas humanas sobresaltadas e imbuidas de dosis infrecuentes de coraje y lucidez que tumban gobiernos espurios se hacen, como en un viaje infinito hacia la partícula, de muchos esfuerzos grandes detrás de los cuales están otros más pequeños, y así hasta llegar al individuo. El individuo, en aquellos momentos, es el héroe civil de esa gesta colectiva. Héroes civiles que tienen nombre y cara, autores de ese engranaje de la resistencia que va cohesionando a todos los sectores de la sociedad, de abajo hacia arriba, alrededor de una causa de alto valor cívico. Desde Gandhi hasta Martin Luther King y Mandela, el siglo XX ha tenido hitos de esa naturaleza en los que la lucha contra la opresión evidenció un salto cualitativo en la ciudadanía. Mejor dicho: el nacimiento de la ciudadanía. Escribió V. S. Naipaul que la política es una extensión de las relaciones humanas de un país. En esos momentos de despertar de la conciencia, las relaciones humanas sufren una metamorfosis poco menos que espiritual, y la solidaridad, la fraternidad y la camaradería barren fronteras personales, políticas o ideológicas en aras de un objetivo común. Es una fuerza destructora sólo en la medida en que supera un viejo orden, pero esencialmente constructiva en que sienta las bases de un gran renacimiento de toda la sociedad. Eso es una antesala del progreso. A partir de la sorprendente recomposición social, política y hasta cultural que resulta de las grandes hazañas colectivas de ciudadanos de a pie, se pueden erigir sociedades más justas y más libres. Algunos países de la Europa central no son un mal ejemplo de ello.Lo que ocurre hoy en el Perú es uno de esos arrebatos de libertad que rara vez asaltan la imaginación de un número masivo de ciudadanos y que se incrustan en la historia de un país porque marcan un antes y un después en la idea que ese país se hace acerca de su propia condición y su propio destino. Hasta hace unos años, los innúmeros golpes de Estado en el Perú se resolvían con una conversación entre generales en la que contaban las fuerzas respectivas: el que tenía un tanque más se quedaba con el mando; o se producía un levantamiento popular no numeroso pero sí ardiente en Arequipa y el gobierno de Lima caía. A partir de ahora, este país ha cambiado su forma de derrotar gobiernos ilegítimos: la resistencia civil. ¿Y cuál es la filosofía de eso que llamamos, los muchos peruanos que estamos enfrascados en la movilización cívica, resistencia civil? Consiste en el despertar de la ciudadanía a una nueva forma de relación con el poder y las instituciones. Los ciudadanos colocan sus derechos a partir de ese momento por encima de la voluntad del gobernante y, llamados por la conciencia de sí mismos y la indignación moral, se movilizan en una gran gesta cívica para forzar la salida del poder de quienes lo usurpan. En ese instante se ha acabado el miedo.
El antiguo imperio de los incas -que no era perfecto porque era autoritario pero que logró hazañas como alimentar a todo el mundo y cerró una secuencia de civilizaciones asombrosas del pasado de este país que empezaron con la cultura chavín- estaba dividido en cuatro grandes zonas administrativas llamadas los suyos. El Chinchaisuyo, el Antisuyo, el Contisuyo y el Collasuyo. Desde el noveno inca, Pachacutec, ese imperio fue una gran unidad consolidada. Los cuatro suyos tenían también una carga de significado cósmico como si en los predios del imperio inca estuviera encerrada la totalidad del mundo y el espacio.
Bajo esa ancestral evocación pero con una mirada tendida no al pasado sino al futuro, los ciudadanos de este país convergemos sobre Lima a partir del miércoles 26 de julio para enfrentar la ciudadanía a la opresión, la libertad a la dictadura, la paz a la violencia. Desde los cuatro puntos cardinales del país, cientos de miles de personas de toda condición, pero sobre todo peruanos humildes, vienen a Lima, donde tomarán pacíficamente las calles y pernoctarán alrededor de los tambos o centros de acopio y distribución y en las casas de sus familiares, en esta capital que está poblada en un 70% por provincianos. Como en la Marcha de la Sal de Gandhi o en las jornadas oníricas de Martin Luther King, como en los días que pusieron en la calle a Suharto o, antes, los que acabaron con Marcos y Pinochet, la movilización de los peruanos es una fuerza que, por su número y su carga moral y el contagio de su sobresalto, ninguna dosis de violencia y barbarie podrá derrotar al final. Esa movilización espontánea, de abajo hacia arriba, nace y crece en las organizaciones populares, las universidades, los sindicatos, los gremios y asociaciones profesionales, en las comunidades indígenas, en los muchos foros democráticos donde se aglutina la sociedad civil que va forjándose y hasta en los barrios acomodados, en los clubes de madres y en las bases partidistas de las fuerzas democráticas. Como no hay organización que por sí sola pueda dirigir una gesta de estas magnitudes, el grueso de la tarea tiene mucho de espontáneo, y todo se va volviendo un juego de vasos comunicantes cuya articulación es eso que llamamos sociedad civil.
La Marcha de los Cuatro Suyos nació al calor de una manifestación pública, en boca de Alejandro Toledo, la persona a la que las circunstancias -o los apus si queremos llevar la simbología ancestral a nuevos límites- han colocado a la cabeza de esta gesta cívica. Lo suyo ya no es una candidatura ni los peruanos que se sienten llamados a ponerse de marcha son sus militantes o correligionarios. Su liderazgo es hoy, antes que político, cívico y moral, y nada sustenta mejor esta afirmación que el hecho de que ahora hay aún más peruanos combatiendo por la libertad que en los días en que Fujimoru y Vladimiro Montesinos robaron a Toledo la victoria que le habían dado las urnas. Recordemos ese espectáculo de fraude electoral, el más bochornoso del hemisferio desde que en 1989 Noriega hurtó el triunfo a Endara.
Hace algunas semanas visité en Varsovia, con Alejandro Toledo, a Adam Michnik, cabeza intelectual de la resistencia de Solidaridad en Polonia y hoy director del principal diario centroeuropeo. Nos dijo: "La resistencia civil. No hay otra". Él lo sabe bien, y antes que por sus muchas lecturas y viajes por el mundo, por un instinto que en su día fue también el de Walesa, el líder de aquella hazaña, y el de todos los polacos que forzaron la rendición de Jaruzelski. Ese instinto lo tienen hoy a flor de piel los peruanos, y, al unísono con la racionalidad de este proceso -el "sentido común" del que hablaba Thomas Payne-, desempeña un papel de
terminante en la amplitud y hondura de la movilización.
En los llamados pueblos jóvenes, donde viven en condiciones de postración millones de personas, las madres organizan cocinas de la resistencia para alimentar a los soldados de la democracia. En las organizaciones de base, los jóvenes preparan máscaras para protegernos los pulmones contra gases vomitivos, diarreicos y lacrimógenos que la OTAN considera armamento militar y que pueden causar la muerte fácilmente. Las universidades organizan contingentes civiles y ayudan a otros peruanos mediante la voz humana, el boca a boca o las asambleas, a romper el cerco informativo en un país en el que los medios de comunicación, como todas las instituciones, son una dependencia del servicio de inteligencia. Servicio de inteligencia: fuente del poder en el Perú y epicentro de una historia negra cuyo horror no conoceremos a cabalidad hasta que formemos algo así como una Comisión de la Verdad a la surafricana. En los sindicatos, los trabajadores coordinan con otros estamentos de la sociedad los puntos de concentración y las mejores vías de acceso a los lugares simbólicos de la ciudad. Los artistas, los intelectuales ponen su única arma, la imaginación, a disposición de la resistencia y multiplican iniciativas como el lavado de la bandera en las barbas del Palacio de Gobierno, el minuto de la resistencia, las caravanas, el Muro de la Vergüenza contra los tránsfugas que Fujimori ha sumado mediante sobornos a su bancada para urdir la mayoría parlamentaria que no le dieron las urnas. Las actrices salen a las calles a animar a otros ciudadanos, porque este despertar de la conciencia ciudadana tiene mucho que ver con el contagio y el ejemplo. Madres pobrísimas donan un sol o cinco soles, porque con muchos millones de monedas de un sol o cinco soles se pueden hacer muchas cosas por la libertad. La ciudad se llena de color e imaginación, y ya se oyen en la tierra los pasos de quienes vienen bajando desde los suyos. Todos estaremos frente al Palacio de Gobierno y el Congreso para oponer nuestra voz a la juramentación, ojalá que imposible, del usurpador.
Hace pocos días, en Iquitos, una embarcación de pobladores de la selva, El Campeón, zarpó rumbo a Pucallpa por el río Ucayali, desde donde debían seguir por tierra hasta Lima; como desde otros lugares -desde los distintos suyos, empezando por Cuzco, desde luego-, todos los días salen autobuses, camiones, autos y hasta bicicletas cargadas de gentes en marcha hacia Lima para cercar pacíficamente el Palacio de Gobierno y el Congreso y expresar el repudio a una toma de posesión de Fujimori a la que no viene prácticamente un solo jefe de Estado o de Gobierno del mundo. La dictadura impidió a la embarcación atracar en los distintos puertos de la ruta, con lo que se impidió a miles de peruanos más sumarse, y en un punto, Requena, El Campeón fue objeto de un asalto por parte de las fuerzas represivas: dos jóvenes fueron detenidos. Del mismo modo que todos los días detienen a alguien, por lo general estudiante, porque el gobierno intuye bien que, como en todos los ejemplos antes mencionados, ellos son el alma y la vanguardia de la movilización ciudadana, un factor catalizador de otros agentes sociales. Nuestros jóvenes son apresados, interrogados, golpeados o desaparecidos casi todos los días, y ya los trabajadores de los diversos sindicatos empiezan a sufrir represalias parecidas. En los sótanos del Servicio de Inteligencia Nacional y del Pentagonito (cuartel general del Ejército) se prepara un plan militar contra la marcha. No cabe en nosotros duda alguna, después de la información que recibimos todos los días, de que la psicología de trinchera, de fiera acorralada, que es la del régimen, lo llevará en una primera instancia a reprimir. Pero nos acercamos al gran momento de la verdad: ¿osarán los soldados y oficiales disparar contra el pueblo, es decir, sus madres, sus hermanos, sus esposas y sus hijos? En Chile empezó a gestarse el fin de Pinochet vía referéndum el día que el jefe de la Marina salió públicamente a romper con el Ejército, y en Filipinas fue la quiebra de la cúpula militar lo que aceleró el colapso de Ferdinand Marcos. En Rusia, cuando Yeltsin se puso de pie sobre un tanque, su triunfo real estuvo en que ya no había en los hombres uniformados el ánimo de matar en nombre de una tiranía. Estamos preparados para hacer frente, desde la actitud más pacífica y limpia, a la represión. Pero no nos cansaremos de apelar una y otra vez a las fuerzas del orden para pedirles que desoigan las órdenes de reprimir y que permitan a un país en movimiento hacia la libertad expresar al mundo la grandeza y nobleza de su causa. Es a los civiles y no a los militares a quienes corresponde decidir los asuntos políticos e institucionales de un país, y los civiles del Perú no deben ser el enemigo a vencer, como si de Sendero Luminoso, el terrorismo cuyos métodos este régimen copió, se tratase. Los millones de volantes que ha distribuido por todo el país Vladimiro Montesinos con la cara de Toledo bajo la hoz y el martillo al lado de proclamas terroristas de Sendero Luminoso expresan bien la naturaleza del Gobierno. Las decenas de delegaciones extranjeras que nos acompañan, y la prensa mundial nos ayudarán a disuadir, queremos creer, a muchos oficiales de acatar las órdenes de aplastar la protesta.
Sólo la movilización interna termina con una dictadura. Nadie ha derrocado a un Gobierno desde el exilio -con la posible excepción de Perón-, ni la presión externa es suficiente por más que ésa haya sido la razón principal de la caída de un Cédras en Haití. Pero la solidaridad internacional que tanto necesita la resistencia peruana no es un capricho: estamos aquí combatiendo por algunos valores que hicieron grandes a los países libres del mundo, donde alguna vez la libertad y la democracia debieron conquistarse contra poderosos enemigos. Por eso ha sido tan reconfortante, hace pocos días en México, oír de boca de Fox que quería "ajustar" -léase modificar- la doctrina según la cual uno debe mirar a otro lado cuando en un país hermano se violan los derechos humanos. Por eso nos alienta saber que la Unión Europea no permitirá que la OEA arrastre los pies, o que Japón, nada menos que Japón, no le envíe a Fujimori para el día de su proyectada juramentación ningún funcionario de Gobierno. Nos alegra también saber que el presidente Aznar ha aclarado una posición que al comienzo nos dejó a todos desconcertados, porque creemos que los 4.000 millones de dólares de inversión en el Perú están mejor defendidos por el Estado de derecho que por el chantaje, el hurto, la coacción o la asfixia fiscal, que son las armas que emplea el Gobierno, es decir, las reglas de juego. Es bueno saber que Estados Unidos, hasta hace poco complaciente con el régimen peruano en nombre de la lucha contra las drogas -¡vaya ironía!-, hoy es uno de los países que expresan conciencia acerca del infinito peligro de contagio regional que tiene el caso peruano, la nueva dictadura.
La Marcha de los Suyos animará la memoria de muchas generaciones de peruanos como el día que aprendimos a ser y ejercer de ciudadanos en una sociedad que una mano oscura había diseñado para zombies. Cuántos días después de la marcha empezará a derrumbarse el régimen como un castillo de naipes y los peruanos empezaremos a hacer una ejemplar transición democrática dependerá de fuerzas que no podemos prever. Sólo intuir y en su momento encauzar, pero no prever. Mejor así: la historia es más libre cuando nadie es capaz de prever del todo el destino de seres humanos.
Álvaro Vargas Llosa es periodista peruano.
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