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En transición JORDI SÁNCHEZ

Fue Josep Antoni Duran Lleida quien afirmó anteayer que CiU se hallaba en transición. Hay que reconocer que es una bonita imágen para evitar definir la situación de Convergència i Unió de una forma negativa. Aceptando, pues, que la cuestión a debate en CiU se corresponde con un proceso de transición se trata de saber hacia dónde se encamina la coalición. Su situación es en estos momentos complicada. El mismo Pujol lo reconocía sin tapujos durante el desarrollo del último consejo nacional de su partido. Y es evidente que una transición es mucho más difícil cuando las variables que influyen en ella pueden tener consecuencias desestabilizadoras.Después de 20 años al frente del Gobierno catalán, el mundo convergente se siente desorientado. No sólo en lo que se refiere a quién y cómo debe ejercer el liderazgo en un futuro inmediato, sino también en todo lo que tiene que ver con su acción de gobierno y más concretamente con su política de alianzas para permitir la estabilidad de este Gobierno, el último quizá, presidido por Pujol. El problema principal es que CiU no sabe hacia dónde mirar, si hacia su izquierda o hacia su derecha. La construcción de alianzas nunca es fácil en la medida que el otro siempre busca contrapartidas. Pero mucho más difícil es construir alianzas cuando unos defienden hacerlo con el PP y otros con ERC. No hay dos culturas políticas más opuestas en nuestro sistema de partidos que la de los populares y la de los republicanos. No parece fácil encontrar un punto de acuerdo, un equilibrio estable, que permita a las diferentes sensibilidades que hay dentro de CiU sentirse igualmente satisfechas cuando se trate de definir una política de alianzas. Incluso ya no sirve mantener la ambigüedad que la coalición nacionalista quiere aparentar en lo que se refiere a la política practicada en el presente, en el que Pujol hoy abraza a los populares y mañana a los republicanos. Digo que ya no sirve en la medida que tanto el PP como ERC han visto cómo Pujol los utiliza a su antojo para evitar que la imagen de su coalición se decante hacia un extremo político, en detrimento del otro.

Si hacemos caso de las declaraciones de Carod Rovira y de Fernández Díaz los buenos tiempos para CiU están llegando a su final. O con unos o con otros. Parece que el PP y ERC se han puesto de acuerdo en no ser más el comodín de Pujol en el Parlament. En verdad más que comodín su percepción debería estar más próxima a la del kleenex, ya que con ellos la coalición nacionalista ha practicado el denominado "usar y tirar". Es lógico que después de nueve meses, sin contar lo que ocurrió en la anterior legislatura, ambos partidos digan a Pujol que ya no más. O hay una relación estable o la relación se acaba. Si el PP y ERC son coherentes con sus respectivos discursos, antes de final de año la promiscuidad de CiU en la construcción de mayorías parlamentarias habrá llegado a su fin. Y en ese escenario en el que la elección de una pareja estable parece ser inevitable es de donde proceden todos los males de CiU.

En muy pocos meses de diferencia, CiU necesitará haber encontrado un socio que le permita proseguir en las tareas de Gobierno, un nuevo encaje entre CDC y UDC que evite la tensión permanente entre ellos, y finalmente un nuevo sucesor en el liderazgo que Pujol ha venido ejerciendo de manera indiscutida en la coalición. Son demasiadas cosas si tenemos en cuenta que para cada una de ellas no sólo hay más de una posibilidad, sino que la mayoría de las posibilidades existentes se hallan en contradicción unas con otras. Los congresos de CDC y UDC previstos para antes de finalizar el año pueden ayudar un poco en ese camino. Pero sinceramente no creo que sirvan para hallar respuestas claras a los retos planteados. El simple dato que CDC y UDC son partidos distintos y en consecuencia celebrarán congresos distintos, me lleva a pensar que pueden fácilmente llegar a conclusiones o respuestas distintas para los mismos problemas. ¿Cómo, pues, hacer converger posiciones tan distintas en temas tan delicados?A esa pregunta no hay respuesta. Y ése es el gran interrogante que CiU tiene encima de la mesa. Es verdad que ese interrogante no es nuevo, la novedad es, sin embargo, que la cuenta atrás para encontrar respuesta está en marcha y no puede pararse. Ésa es la gran diferencia entre lo que ocurre hoy en el interior de CiU y lo que ocurría en 1997 o 1998.

Es verdad que siempre queda la posibilidad de unas elecciones anticipadas en las que Pujol vuelva a liderar la coalición. Al fin y al cabo, piensan algunos, 70 años no son tantos. A pesar de que Pujol nunca ha sido partidario de avanzar la finalización de una legislatura es verdad que en esta ocasión podría ocurrir. Algunos dirigentes de Convergència lo vienen afirmando como una salida que permitiría ganar un poco de tiempo para ordenar mejor el relevo de Pujol. Pero lo cierto es que los males actuales de la coalición nacionalista no parecen tener mejoría con el tiempo. Sólo con un cambio radical de posición dentro del sistema político las cosas quedarán claras y CiU podrá hacer frente a su futuro sin miedo a perder el presente. El miedo a perder el Gobierno paraliza cualquier decisión que se tenga que tomar, ya sea en CDC como en UDC. Probablemente los bancos de la oposición van a permitir un diálogo entre los dos socios mucho más franco que el que los lazos que hoy existen con el poder les permite mantener. La transición que apuntaba Duran Lleida puede culminar en la oposición. En verdad esta posibilidad no tendría nada de particular. En democracia, a veces, se producen cambios de Gobierno. Si eso ocurre, y con seguridad algún día ocurrirá, lo que habrá que exigir a CiU es que se renueve cuanto antes para que pueda ejercer la nueva función que los electores le habrán asignado. Tan importante es un buen gobierno como una buena oposición.

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