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La mayoría natural

El ciclismo español ha alcanzado este año una posición de mayoría natural en el mundo, a la que sólo le falta hoy un jefe de Gobierno para salirse de cualquier gran carrera.En el Tour del 2000, entre los 10 primeros clasificados ha habido cinco españoles (Beloki, Heras, Botero, Escartín y Mancebo), una mayoría decisiva aunque no absoluta; si llegamos a 12, hay que sumar un sexto español, Beltrán, lo que mantiene esa mayoría igual a toda la oposición; y si nos extendemos a 15 ya son ocho los hispanos, agregando a los anteriores, Otxoa y García Casas, esta vez sí, alcanzando la mayoría absoluta. En la primera lista sólo se meten, por añadidura, dos franceses (Moreau y Virenque), un norteamericano (el patrón Armstrong), un alemán (Ullrich) y un italiano (Nardello);en la segunda, otro francés (Hervé); y en la tercera, un ruso con pasaporte kazajstano (Vinokurov). Para que aparezcan otras naciones de gran solera ciclista hemos de remontarnos hasta el puesto número 18 con el belga Van de Wouwer, y al 19 con el holandés Boogerd. Y todo ello sin contar con Abraham Olano.

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El ciclismo español es hoy un gran pelotón que se desenvuelve bien en todos los terrenos, aunque sin dominar como sólo corresponde al genio en ninguno de ellos.

En el llano ya no hay que temer los cortes de los grandes rodadores porque los equipos españoles -en este Tour privilegiadamente el Kelme- aparecen en macroproporciones; en las llegadas, cuando menos está el oportuno Freire y algún que otro escudero en ciernes; en la montaña el reparto es considerable y Botero hasta se ha coronado rey del alpinismo francés, aunque Armstrong haya subido cuando ha hecho falta mejor que nadie y Pantani le haya batido en el despilfarro de la gesta aislada; en la contrarreloj los españoles rellenan estimables casillas siempre ya sin contar con Olano; y por equipos, en definitiva, se corre moviendo los peones con un sentido de la táctica y una visión de la estrategia dignos de Clausewitz.

En el interior de ese pelotón hay, sin embargo, diferentes generaciones y aspiraciones. Joseba Beloki, a punto de cumplir los 27 años es una promesa con fecha posdatada, que debería tener aún capacidad de crecimiento, pero que no ha llegado a la cita todo lo pronto que habría sido de desear; Santiago Botero se halla en unos niveles similares, aunque hay que ver hasta dónde alcanza si un día le dejan correr para él solo; Roberto Heras es un bregador grupal, que recuerda a un Gandarias o a un Gabica, con desarrollo, sin duda, por realizar, pero seguramente no ilimitado; Fernando Escartín, quizá la mueca más productiva del ciclismo español de todos los tiempos, ha completado, inevitablemente, uno de sus últimos buenos resultados en la ronda francesa; Beltrán, Otxoa, García Casas, sólidos, luchadores, de toda confianza para estar siempre donde corresponde, siempre y cuando no se les exija lo imposible. ¿Y Mancebo? Con la edad todavía adecuada, la ruta por delante, la manera atractiva, es una incógnita que esperamos feraz, así que pasen unos Tours.

Un Ejército de oficiales y soldados, en el que abundan los capitanes y comandantes, pero donde todavía es pronto para saber si se esconde un mariscal, alguien que haga algo más que pelear con seriedad pero sin intriga contra Armstrong y Ullrich, los dos únicos generales de verdad de la nación ciclista contemporánea.

Tras ellos, sólo están los españoles con incrustaciones varias de valor contrastado pero a la baja. Moreau que ha llegado, verosímilmente, a su techo; Hervé que es, lamentablemente, posible que nunca llegue al suyo; Virenque, el mejor actor dramático de Francia, que ha ido incluso más allá de lo que le tocaba; y el oportunismo ratonil del ciclismo italiano, que sólo gana cuando corre en casa.

Con un segundo norteamericano, Armstrong tras Greg LeMond, que se impone en el Tour violando todas las tradiciones de un deporte que parecía hecho sólo para europeos, ese general en jefe hace hoy más falta que nunca.

¡Oiga!, pero es que usted no sabe que Botero no es español, que es colombiano. ¡Ah, bueno! Hablando de ciclistas, ¿no es, acaso, lo mismo?

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