Tiger Woods destroza el golf
El Tigre conquista el Británico y se convierte en el jugador más joven en ganar el Grand Slam
Tiger Woods ganó el Open Británico ayer en Saint Andrews, la cuna del golf, el escenario perfecto, mágico, para convertirse a los 24 años en el jugador más joven que haya conquistado los cuatro torneos de Grand Slam. Sólo cuatro jugadores han logrado la hazaña en la historia. Nueve golpes por detrás, en segundo puesto, quedaron el danés Thomas Bjorn y el suráfricano Ernie Els. Increíblemente, Els había quedado segundo también en los dos grandes anteriores, el Masters de Augusta y el Open de los Estados Unidos -otro récord que difícilmente se va a repetir-.Sergio García, resultó ser la gran decepción del último día del Open. Tras el segundo recorrido contaba con posibilidades de ganar. Tras el tercero, como él mismo dijo, de quedar segundo. Pero en el cuarto, ayer, hizo un 76 y cayó al puesto 36 con un resultado final de dos bajo par. De los tres grandes jugadores españoles, el que parecía prometer más rindió menos. La experiencia y la madurez vencieron al genio juvenil. García terminó por detrás de Miguel Angel Jiménez, cuyo 68 ayer le dio un total de menos cinco, y de José María Olazabal, que hizo menos cuatro.
Pero la gloria, una vez más, fue para el mejor jugador del mundo y, quizás, de todos los tiempos. En los 72 hoyos del Open hizo 22 birdies y sólo tres bogeys, y ni una vez cayó en uno de los 112 bunkers que protegen las calles y los greens del campo más famoso del mundo. Su margen de nueve golpes, tras el margen de 15 con el que ganó el Open americano en Pebble Beach el mes pasado, ha hecho que mucha gente se pregunte si Woods va a acabar matando al golf como espectáculo deportivo. Porque el deporte, por definición, es emoción, es suspense, es teatro en vivo y en directo. Pero un torneo de golf en el que compite Woods se está convirtiendo en algo más parecido a un recital de Pavarotti. Uno va a admirar el arte, el talento. Nada más. Porque el resultado no está en duda.
Así fue en Saint Andrews ayer. Antes de comenzar la cuarta vuelta el ganador estaba cantado. Woods llevaba seis golpes de ventaja sobre David Duval, el número dos -el lejano número dos- del mundo. Algunos, por unos pocos instantes, habrían tenido la ilusión de que Duval le podría alcanzar. Porque Duval empezó bien, con cuatro birdies en los primeros siete hoyos, que lo colocaron a tres golpes de Woods. Pero en el once, Woods hizo birdie y en el doce el torneo se acabó de una vez por todas cuando Woods hizo otro birdie, un tres, contra un cinco de Duval.
Cuando Woods hizo birdie de nuevo en el 14, para avanzar a 20 bajo par, se notaba que no sólo Duval, sino los demás rivales (Els, Bjorn, Clarke) mostraban caras de cansancio, de querer acabar con todo esto e irse a sus casas, apabullados, atropellados. Como decía Bjorn el sábado, "alguien aquí está jugando en un planeta diferente a los demás". El pobre Duval, que había dicho que podía vencer a Woods al empezar el día, cayó en la humillación total en el hoyo 17. Su segunda bola se hundió en el aterrador bunker que protege el green. Desesperado, ofuscado, como un niño perdido, precisó cuatro golpes para salir de la arena y acabó haciendo un cruelísimo ocho, cuatro por encima de par, que le arrebató cualquier posibilidad siquiera de quedar segundo.
Menos mal que Saint Andrews tiene ese hoyo 17. Porque fue el único que le presentó a Woods un desafío, que nos recordó que El Tigre sigue siendo, más o menos, humano. De los tres bogeys que Woods hizo en el Open, dos los hizo en el 17, incluyendo uno ayer. Pero se olvidó rápidamente al avanzar por la calle del 18 hacia el green, donde las multitudes escocesas reaccionaron con una especie de histeria colectiva. Lo recibieron como adolescentes ante una superstrella de rock.
Pero aún así, con el torneo más que ganado, tal era el grado de concentración de Woods, tal su deseo por la perfección, que cuando su primer putt en el último green se quedó un poco corto, se enfadó consigo mismo. Su cara reflejó la frustración, por un instante, del jugador normal que acaba de fallar un putt decisivo.
La ambición de Woods es tan descomunal que deja la impresión de que nada, absolutamente nada, importa tanto en su vida como el objetivo que se ha puesto de ganar mas torneos de Grand Slam que nadie en la historia, o en la eternidad. Sergio García, dicen muchos, tiene esa misma fuerza mental. Se equivocan. Ayer, antes de salir a hacer su recorrido, García estaba en el green de prácticas de Saint Andrews. Haciendo lo que desesperadamente tenía que hacer. Mejorar sus putts. Pero nada más aparecer un amigo en el green se distrae, se pone a charlar, a reírse con él. Después, habla con un espectador. Media hora más tarde aparece Woods en el green de prácticas. No habla con nadie. No mira a nadie. Woods, el último jugador en retirarse del campo de prácticas el sábado por la noche, actúa como si estuviese solo. Aunque le observen, fascinadas, mil personas. Woods está en lo que llama su zona. Una zona que nadie en el mundo conoce.
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