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Políticamente (in)correcto

Una de las muchas tonterías que nos ha traído la modernidad es eso de lo políticamente correcto. Ahora resulta que, a imitación de los EE UU (¿todavía hay alguna faceta de la vida española que resista a su influjo?), los ciegos han pasado a ser "personas visualmente dificultadas" -¡y tanto!-, los negros, en realidad, son "ciudadanos de color" -como si los blancos fueran transparentes- y el problema de los pobres se reduce a que están en una situación "económicamente desventajosa" -¡hombre, si sólo fuera eso!-.Algunos dirán que el lenguaje no tiene importancia y que estas denominaciones expresan simplemente delicadeza, el deseo de no herir a los demás. La mujer que lucha denodadamente con la báscula ha dejado de ser una gorda, ahora es una persona "horizontalmente desarrollada"; el hombre que intenta ocultar su pancheta tampoco tiene por qué avergonzarse de ser un gordo, se trata de un "ciudadano de patrón circunférico" (no se rían: el término existe y lo he llegado a ver en letras de molde). Lo curioso es que tantas contemplaciones coinciden en el tiempo con una época absurda, la primera época de la historia humana en la que estar gordo se considera una desgracia social. Antiguamente no había anoréxicos/as: cuando a uno lo invitaban a pasar una semana en casa de los parientes en el pueblo, estos se esforzaban por devolverte bien gordo y lucido no fueran a pensar tus padres que te habían tratado mal. Ahora conviven las liposucciones más feroces con una dieta basura que alimenta precisamente la obesidad y una nueva intervención al cabo de muy poco tiempo. O sea que lo que se intenta velar pudorosamete no son los complejos y la inseguridad de los gordos, sino la imagen social de la gordura, que es diferente. Si el problema fueran ellos y ellas la cura de la obesidad habría sido incluida en la Seguridad Social y los alimentos pensados para cebarlos estarían fuertemente cargados de impuestos y su publicidad prohibida. Esta hipocresía de lo políticamente correcto no carece de antecedentes, sólo que antes se aplicaba, con mayor propiedad, tan sólo a asuntos políticos. Este país ha vivido cuarenta años bajo una dictadura que los medios afines llamaron, con notable sarcasmo, "democracia orgánica". Mientras tanto, la jerarquía eclesiástica que apoyaba al régimen hablaba de "cruzada" para denominar una matanza sanguinaria. Ejemplos como estos pueden espigarse a centenares en los archivos de todos los países y siguen vigentes ahora mismo cuando las expresiones "limpieza étnica" o "lucha de liberación nacional" se emplean para referirse a vulgares asesinatos.

Lo que de verdad resulta irritante en este movimiento de lo políticamente correcto no es, pues, que use el lenguaje para encubrir grupos humanos con problemas. Lo sorprendente de la época que nos ha tocado vivir es que se pretenda velar con eufemismos lo que no necesita ser velado en modo alguno. ¿Qué tiene de vergonzoso estar gordo, ser ciego, haber nacido negro o vivir pobremente? Se lo diré: casi siempre la maldad imputada lo es desde el punto de vista de los otros, no de los interesados. No es que a los pobres les preocupe ni poco ni mucho que les llamen así: lo que nuestra "sociedad del bienestar" (?) no puede aceptar es que mientras, dicen, la economía progresa, la renta per cápita de muchos trabajadores siga bajando en todo el mundo. Igualmente incómodos resultan los otros tres grupos: los gordos porque constituyen un mal ejemplo para esa "cultura del cuerpo" consistente en trabajar mucho y gozar poco; los negros porque cada vez hacen más difícl mantener la ficción de que la nuestra no es una sociedad mestiza; los ciegos porque han pasado de recibir limosnas a cotizar en Bolsa y eso, en una sociedad que considera sinónimos los términos riqueza y salud, no se perdona.

Llego así a una expresión del lenguaje políticamente correcto que en las últimas semanas está apareciendo una y otra vez en los medios de la Comunidad Valenciana: "Violencia de género". Ya saben: ayer mismo dos energúmenos han asesinado a sus compañeras en Valencia y en Vinaroz, ayer fue en Castellón y en Elche, mañana quién sabe dónde. Y a esto no se le llama cobardía ni crimen ni sadismo, es simplemente "violencia de género". Pase lo de violencia, aunque, ¿qué quieren que les diga?, violencias hay muchas, desde la simple descortesía hasta el insulto y no las tipifica el Código Penal. Pero la coletilla "de género" ya me parece demasiado. ¿Por qué no se habla, al menos, de violencia sexual? ¿Acaso no son motivos sexuales directos -violaciones, por ejemplo- o indirectos -celos y cosas por el estilo- lo que hay detrás de estos sucesos?

Pero no, aunque en nuestras lenguas "género" se refiere a eso del masculino y del femenino (o sea que violencia de género sería violentarlo, como cuando se dice "la jueza" por "la juez" y ejemplos parecidos), todos nos estamos acostumbrando a llamar así, violencia de género, a los crímenes y malos tratos inferidos a mujeres. ¿No será que tenemos miedo de la creciente e imparable igualdad entre los sexos? ¿Y si esta sociedad mediterránea, de la que tan orgullosos nos sentimos, encierra más que otras la semilla de la desigualdad, y por eso cuesta tanto erradicarla? Piensen un poco en ello, aunque "pensar" se haya vuelto un verbo de lo más incorrecto políticamente.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. angel.lopez@uv.es

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