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NECROLÓGICAS

John Morgan, árbitro británico de la elegancia

Isabel Ferrer

Muerto a los 41 años al caer por la ventana de su domicilio londinense, el británico John Morgan era el prototipo del dandi que había convertido la elegancia en su oficio. Con su columna semanal sobre el buen gusto en el rotativo The Times y la publicación de la Nueva Guía Debrett de Etiqueta y Buenas Maneras de Hoy, se había ganado un público fiel que le enviaba centenares de cartas pidiéndole consejo. Cuando la policía abrió la pasada semana su piso en busca de pistas sobre su muerte, encontró en los armarios 300 camisas con sus iniciales bordadas, 90 pares de zapatos hechos a mano y 60 trajes. Simpático, servicial y siempre de punta en blanco, Morgan estaba equipado para vestir el cargo que se había ganado con denuedo: árbitro de la etiqueta nacional.Criado en Perth (Escocia) e hijo de un vendedor especializado de la multinacional Shell y de un ama de casa, el autor estudió en un instituto regional en Inglaterra, diplomándose luego en la Escuela de Arte Cheltenham. Su madre le introdujo en la música clásica y él tocaba bien el piano y adoraba la ópera. Con estas credenciales de clase media, Morgan tenía en principio vedado el acceso a los selectos círculos de Londres, donde luego acabaría resultando imprescindible. Una vez en la capital, pagaba sus cuentas tocando en clubes y aprendió francés y alemán. También pulió su acento escocés hasta hablar como los mismos aristócratas y famosos a los que asesoraría. Fue Morgan quien consiguió, por ejemplo, quitarle al líder conservador William Hague la manía de llevar gorras de béisbol para parecer más moderno. Algunos de sus consejos semanales eran rotundos: "La manera más elegante de comer granadas es en casa", decía.

Propenso a las depresiones, sin pareja conocida y viviendo tal vez por encima de sus posibilidades en los últimos tiempos, sus amigos no creen que se suicidara, una de las hipótesis barajadas por la policía. Acababa de firmar un contrato para adaptar su guía Debrett a Estados Unidos y frecuentaba los mejores círculos. Sus colegas preferían pensar ayer que se precipitó al vacío colgando unas cortinas nuevas.-

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