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Aislamiento

Aquel joven era un fanático de la comunicación. Tenía la hechura de un intelectual de Massachusetts y toda la lumbre de los profetas bíblicos. Poco antes de iniciar su anunciada hazaña, revisó el arsenal. Durante diez años, permanecería en aquel diáfano refugio, navegando por los más apartados confines de Internet. Como había dispuesto, se precintaron puertas y ventanas Pero quiso mostrarse a la curiosidad planetaria a través de la televisión, para evitar suspicacias. Durante los primeros meses, sus peripecias fueron seguidas por millones de espectadores. El joven sólo abandonaba la pantalla urgido por las naturales necesidades. Pero, cada mañana, se leía toda la prensa digital; hacía el amor con criaturas de delicados destellos; navegaba hasta los más remotos países; y estaba al día de la noticia, donde quiera que saltara. Pero el mundo lo olvidó: al cabo de un año, cesó la retransmisión de unas aburridas secuencias, en las que un desconocido examinaba una antigualla de PC, como los que se exhibían en el museo urbano de las viejas tecnologías.Cuando se cumplió el plazo, un hombre obeso, de pupilas abrasadas y pasos vacilantes, abandonó el refugio. Nadie lo esperaba. Desconcertado, observó, que su calle era una amplia avenida, y que en el lugar del cinematógrafo, se levantaba ahora un absurdo edificio neoclásico. Se dirigió a un policía y apenas si pudo articular algunas preguntas. El policía lo examinó con desconfianza. Pero, ¿de dónde sale usted? Más tarde, supo que su padre había muerto y que ninguno de sus amigos residía ya en la ciudad. Y entonces comprendió: mientras se informaba de las elecciones municipales en Bora Bora, sus antiguos vecinos habían sido acuchillados por un asesino; en tanto acariciaba el sexo especular y de color pistacho de una adolescente, su novia se lo hacía con una panda de moteros. Tanta información, le impidió identificar hasta su propia naturaleza. Por eso, después de diez años, en un espacio sin estaciones, la leve lluvia de aquel otoño terminó ahogándolo. Y fue un golpe de suerte. Porque nunca jamas antes nadie había padecido una incomunicación tan fría y despiadada.

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