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La partitura global

Tienen entre 16 y 35 años y vienen de países tan alejados entre sí como México, Cuba, Uruguay, Chile, Hungría, Polonia, Alemania, Italia o España. Todos comparten el amor por el álgebra secreta de la música. Son 22 muchachos capaces de mirar en silencio un papel cifrado y escuchar en su cabeza sonidos y cadencias. O de oír concentrados durante minutos a un violonchelo que suena a cable de alta tensión, a didgeridoo australiano o a riff de Jimmy Hendrix. Ellos representan a los compositores del presente.Algunos becados, otros pagando la matrícula de 50.000 pesetas con las que el Injuve ha tasado la quinta edición del Campo de Composición de Mollina (Málaga), estos jóvenes son los que hoy cultivan las ideas musicales que en el futuro otros convertirán en ocurrencia pop. Hablan de música en una mezcla de argot científico y poético: empirismo y metáfora. Y saben que pueden usar todo: desde el canto monódico gregoriano hasta las experiencias de John Cage; desde el sonido de una zanfoña a las increíbles frecuencias de las ballenas, pasando por la máxima sofisticación electroacústica.

Cristóbal Halffter es el director de estos cursos que ya gozan de un enorme respeto en Europa y Latinoamérica. El prestigio mundial del compositor de la ópera Don Quijote es muy culpable. "Conocer al maestro Halffter es una locura y encima nos están tratando como reyes; en tres días aquí he aprendido lo que en 15 años", confiesa Georgina Derbez, profesora de composición en Mexico D.F.

"En este momento tan grave de cretinización de la sociedad, cuando la música culta se ha convertido en algo tan caro, estos encuentros son un pequeño bálsamo", dice Halffter. "Para componer hacen falta leyes; buscamos nuestra propia ley para ser terriblemente fieles a ella: en la composición la libertad total es un desastre", añade.

¿Y en qué coinciden los compositores de hoy? Quizá en la búsqueda de nuevos sonidos en instrumentos que parecían ya agotados, en la obsesión por el timbre y por las estructuras complejas y sutiles. "En Latinoamérica solemos introducir más referencias y citas a la música popular", desvela Osmel Torres, cubano de 20 años. Rubén Vega, madrileño de 25 años, no hace distingos. Él, que comenzó tocando blues y jazz a la guitarra, decidió hace unos años aprender composición en el conservatorio. "Yo alucino con Charlie Parker o con Luigi Nono; no encuentro mucha diferencia entre ellos", añade.

La convivencia y el intercambio son las principales motivaciones de estos jóvenes que enseñan sus composiciones a maestros como Mauricio Sotelo, Manfred Trohjan o Cristóbal Halffter como quien se abre en canal. En el Ceulaj de Mollina los alumnos pueden escuchar sus propias obras interpretadas por músicos profesionales. La próxima semana marcharán a Madrid y Segovia, donde se han programado conciertos con obras de compositores invitados.

"Yo no les digo cómo componer, ¡no me atrevería! Los ves y te reconoces en muchos de ellos hace años", confiesa Sotelo, cuya audición de un fragmento de su ópera De Amore que enfrenta a una soprano con las cantaoras Marina Heredia y Eva Durán ha desatado pasiones. Sotelo corta en seco con una anécdota el proceso de mixtificación: "A veces nos cuesta reconocer nuestras propias partituras. Yo asistí a un concierto en Viena donde a última hora cambiaron el orden de las piezas. Al terminar la primera se levantaron dos compositores agradeciendo los aplausos del público".

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