Retraso incomprensible

Los familiares de los niños catalanes que viajaban en el autobús accidentado el jueves en Soria han sido protagonistas de un terrible e inexplicable calvario, que contrasta con la ola de solidaridad y de calor humano, e incluso con la correcta organización de todo el resto de la operación de asistencia a los heridos, auxilio psicológico a los familiares y recuperación de los cadáveres. Durante un largo viaje por carretera, los familiares mantuvieron la angustia de desconocer si su hijo se hallaba entre los numerosos fallecidos ocasionados por el accidente. El primer deber de las autoridades era informar de inmediato y agilizar con todos los medios a su alcance la llegada de los familiares al lugar de la tragedia. No hay motivos psicológicos que puedan justificar un retraso de siete horas en informar sobre lo sucedido, obligando además a compartir durante ese tiempo una pena terrible a padres que venturosamente encontraron a sus hijos vivos. A éstos especialmente se les infligió una tortura que se les debió ahorrar. ¿Tan difícil era la organización de un viaje rápido, en helicópteros militares o alquilados a alguna empresa privada, que acercara de inmediato a los familiares al lugar de la tragedia, evitándoles tanta incertidumbre sobre el destino de sus hijos? Habría sido la respuesta adecuada a la enormidad de la tragedia y al inmenso dolor que provocó. ¿Por qué no se actuó así? Faltó capacidad de reacción ante un drama tan terrible e insoportable como el que tanta gente ha vivido desde el pasado jueves.