Duplicidad
La Alhambra no es un monumento y gracias a que dejó de serlo es el más visitado de España. Esta paradoja, como todas, incluidas las de Chesterton, tiene una explicación. Si la Alhambra fuera un monumento común (tan común como una catedral, un castillo o una pinacoteca) haría muchos años que la expectación habría descendido, y ni los matemáticos la utilizarían para hacer cálculos, los fotógrafos de tarjetas postales para manipularla y añadirle atardeceres imposibles ni Esperanza Aguirre para esquilmar el estatuto de autonomía de los andaluces.Ayer, sin ir más lejos, 200 matemáticos europeos y árabes que participan en un congreso denominado no por casualidad Alhambra 2000 explicaron al mundo que el monumento medieval reproduce las diecisiete representaciones posibles de los grupos cristalográficos planos. Ceferino Ruiz, catedráticode la Universidad de Granada, fue el encargado de comunicar este hallazgo que no está por encima ni por debajo de otros portentos atribuidos a la Alhambra: la belleza rancia, la belleza guerrera o su fotogenia. Los científicos, conscientes de esa asombrosa polivalencia, hicieron el recorrido por el monumento acompañados por un guía y por el autor de la ponencia sobre los misterios matemáticos de los palacios árabes, Rafael Pérez Gómez, y por el presidente de la Sociedad Internacional de Simetría, el húngaro Denes Nagy.
Pero la cualidad más extraña de la Alhambra es su capacidad de reproducción. Si el papel es el animal que se reproduce más velozmente (cualquier oficinista atestiguará esta hipótesis) la Alhambra es el monumento que más incita a la duplicación. Esta rara enfermedad afecta no sólo a los príncipes saudíes sino a los severos miembros del Parlamento Europeo.
Blanca Fernández de Capel, diputada del PP, ha pedido a la presidencia francesa de la Unión Europea que reproduzca en Estrasburgo un patio del monumento. Esta singular emulación, gracias a la cual los eurodiputados podrán hacer turismo sin abandonar Estrasburgo, e incluso contar con paciencia los 17 grupos cristalográficos planos, cuenta con la colaboración de la alcaldesa de Estrasburgo, una señora cuyo apellido le produce a cualquiera molestia en los labios: Pfimlin.
Pero por mucho que la reproduzcan, una Alhambra sin duplicar a su director, Mateo Revilla, sonará a hueca.
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