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La noche de la euforia y del llanto

Millones de mexicanos aguantaron despiertos la madrugada electoral más importante de este siglo

Juan Jesús Aznárez

Poco después de las ocho de la noche del día de gloria (horal local), a segundos del arranque de una catarsis nacional desconocida desde los años de Pancho Villa y las guerras cristeras, Vicente Fox escuchó en la sede de su partido una encuesta a pie de urna de Televisa, la cadena de televisión que durante decenios fue un apéndice del partido de Gobierno: ganaba por seis puntos a Francisco Labastida. "Ya se coció el arroz", comentó. "También se me escaparon algunas lagrimillas", admitió Fox. Y lloraron quienes con él estaban. El cambio era un hecho.La explosión de júbilo fue en cadena, e inmediata. Todos se abrazaban y sollozaban, algunos hipaban al borde del síncope en las inmediaciones de la sede, otros quedaron pasmados y por el México del cambio se impuso el gran grito de la transición. "¡Sí se pudo!, ¡Sí se pudo! ¡Sí se pudo derrotar al PRI!" Y así hasta el infinito, hasta la madrugada en la plaza del Ángel de la Independencia, en las calles y casas de Ciudad de México, de Guanajuato, de Morelos, de Zacatecas, de los 31 Estados de un país que a golpe de votos logró la muerte de un dinosaurio que pretendió ser centenario.

"Fox, I love you", "Fox, number one". Eufóricas, caravanas de vehículos con banderas recorrían las avenidas capitalinas, mientras el priísmo se sumía en la gran depresión de su historia, se lamía dignamente las heridas.

El excelso triunfador mexicano, el ranchero de las botas camperas, el tribuno de la voz de trueno, cumplió 58 años el día de la victoria, su meta política más ardua, y el anhelo de millones de compatriotas: transitar pacíficamente de la dictadura perfecta a la democracia plural e imperfecta. Vestido de traje azul, camisa blanca y corbata amarilla, el presidente electo pedía serenidad a los suyos porque faltaban casi tres horas para el comienzo el escrutinio oficial. Vano intento porque ya no era posible detener la apoteosis, el invariable convencimiento de millones de que el arroz ya estaba cocido en México. "¡Vamos a Los Pinos, vamos a Los Pinos!", "¡Prísta, priísta el que no baile!"

La oposición foxista bailaba porque su caudillo y el Partido de Acción Nacional (PAN), de centro-derecha, habían alcanzado el domingo Los Pinos en las urnas, habían expugnado la residencia de todos los presidentes mexicanos, el sancta santorum del PRI. La avalancha de votos fue tan masiva como el entusiasmo demostrado en su emisión, y en las posteriores celebraciones. "¡No lo puedo creer, lo logramos a pesar de los feroces ataques del viejo régimen", clamaba Adolfo Aguilar Zinger, en la plaza del Ángel de la Independencia, colmada por miles. Fox, reiterando por activa y pasiva que sería un gobernante incluyente, se amorraba a una botella de champán para recibir al cambio. "¡Viva Vicente el Magnánimo!", clamaba un pelota desaforado. Mercedes Quesada, de 83 años, la madre del ganador, una española de San Sebastián, no pegó ojo. "Ya mamá", "Ya, hijo".

"Y a trabajar desde hoy", animó Luis Felipe Bravo Mena, presidente del nuevo grupo político en el poder, de un partido nacido en 1939, diez años después del alumbramiento del PRI, como reacción de la clase media y alta mexicana a la política populista aplicada por el presidente Lázaro Cárdenas (1934-40). Su hijo, Cuauhtémoc, que perdió por tercera vez la posibilidad de ser presidente, en absoluto se declaraba jubilado políticamente. "Quedo a disposición del partido para que me asigne una nueva trinchera. Vamos a ser la oposición más firme". Los suyos, también miles, festejaban en la plaza de la Constitución, el histórico Zócalo, la amplia victoria del nuevo alcalde de Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, de Partido de la Revolución Democrática (PRD), centro izquierda.

"¡A festejar, a festejar!", insistía Fox, el Mesías, el jefe del grupo Amigos de Fox, el nuevo líder del PAN, donde milita desde hace 12 años; un partido que fue la única oposición real al PRI, y que logró crecer lentamente desde los cuatro disputados federales de 1949 a la mayoría conseguida ahora en el Congreso. Antes de las elecciones ya gobernaban al 34,8% de los 100 millones de mexicanos. Pero los panistas que ayer curaban una triunfalista resaca, trabajaron durante medio siglo sin apenas resultados, sin rebasar nunca el 15% de los votos, varado en el campo de minas establecido por un oficialismo artero como pocos.

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En 1997, sin embargo, su fuerza ascendía a 121 de los 500 escaños de la Cámara de Diputados, 33 senadores y seis Estados. "¡Ja, mírenlo (a Francisco Labastida) tragando camote!", se burló alguien cuando el candidato del PRI apareció en una pantalla gigante reconociendo su derrota.

A partir de 1980 cambió la historia del PAN. Entre sus filas surge en los ochenta el rayo que no cesa, Vicente Fox. Avasallador, carismático, se impone y funda Amigos de Fox advirtiendo que hasta sin el PAN ganaría. Lo hizo con el PAN, pero sobre todo a caballo del hartazgo antigubernamental, de los zafios coletazos de un lagarto jurásico que nació con el cine mudo y murió engullido por la globalización e Internet. "¡Arriba, abajo, el PRI se va al carajo!" Los mariachis atacaban Las mañanitas, agotaron corridos y rancheras, y Alberto González, de nueve años, fue llevado en pijama por sus padres al Ángel de la Independencia para que nunca olvidara el día del renacimiento mexicano, la fecha de la democracia. "Mis papas me dijeron que no importaba si no iba a la escuela, que esto es historia viva, y que dentro de unos años yo se la platicaré a mis hijos. ¡Viva México! ¡Viva México!"

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