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Tercera etapa | TOUR 2000

No hay Tour sin caídas

Steels repite victoria tras una accidentada entrada en Nantes, con percance a kilómetro y medio de meta

Carlos Arribas

No hay como confiarse en los sueños para que la amarga verdad golpee tan bruscamente como un despertador a destiempo. Escriban 100 veces cada uno lo siguiente: no hay Tour sin caídas, no hay Tour sin caídas, no hay... Sí, castigo. Recordatorio. Por confiados. Por olvidadizos. Se pasan una etapa tranquila, la del domingo, vientecito de cara, Cofidis al comando con suavidad y se piensan que todos los días van a ser igual. Que lo escriban casi todos. Que se lo ahorren los alemanes del Telekom, que supieron estar atentos. Y también se les puede perdonar a los del Mapei, que ganaron la etapa (repitió Tom Steels, sí, pero esta vez de forma más académica: a Zabel, por no ganar ayer, no le tocó disfrutar de equipo para la llegada; y a Steels, en premio, le dejaron los mejores los del Mapei: descosido tiró para él en la última recta el campeón americano, Fred Rodríguez, californiano hijo de colombiano; potente remató la tirada Maciste Zanini, poderoso llegador. Entre ambos le dejaron a Steels tan lanzado, tan cerca de la meta, que el belga prácticamente lo único que tuvo que hacer fue meter un poco los riñones para conservarse delante de Wust y Zabel, la tenaza alemana, y levantar los brazos). Pero los demás, a escribir.Que lo hagan los del Cofidis, el equipo del líder, que se vio envuelto en la caída a kilómetro y medio de meta y luego se quedó solo a la hora de intentar enlazar con el pelotón; lo consiguió el bueno de Millar, tan jovencito que despierta el instinto maternal entre los viejos veteranos del Tour y se encontró en la meta, a la que llegó tarde, castigado con 9s, rodeado de gente dispuesta a prestarle un pañuelo, el hombro o a pegarse con quien hiciera falta para que nadie le quitara el maillot amarillo aprovechándose de su caída. Que escriban también los del ONCE, aunque menos líneas: Jalabert entró con los de delante, pero Olano no. El francés fue, junto a Ullrich, el único de entre los favoritos que sacó ventaja del corte: 9s (que no son decisivos, aunque sí dolorosos) sobre los rivales. Olano, su compañero de equipo, fue el primero del segundo pelotón, el del gran grupo de los cortados. Que dupliquen las repeticiones los del Banesto: como ninguno del conjunto entró con los 26 de delante, vieron cómo los del Mapei les adelantaron en la general por equipos, precisamente el único día en que esa clasificación es medianamente importante, el día que señala el orden (inverso) de salida en la contrarreloj por equipos de hoy. Y los del Kelme, y el Festina, y el Mercatone, y todos. Que repitan: no hay Tour sin caídas. Con lo que duelen.

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Todos, claro, sabían que la caída de ayer era inevitable, pero todos, también, tienen disculpas. Fue inevitable porque, pese a que se ha mejorado con respecto a los últimos años, la carrera sigue entrando por calles estrechas moteadas por islotes de asfalto, raquetas y nudos, rotondas y estrechamientos. Sigue entrando y no se frena, antes al contrario, más acelera cuanto más cerca está de la meta. Se rompe la ecuación: demasiada velocidad para las condiciones de la vía pública. Accidente seguro. El de ayer ocurrió a kilómetro y medio de la meta. Pelotón lanzado, enfilado, casi cortado, demasiados codazos entre los equipos que querían ir delante; al tiempo, los que no pintaban nada empezaban a quedarse detrás. Un enganchón y el pobre de Markus Zberg (el campeón suizo es un gafe en el asunto, rodando por el suelo. Llevándose consigo a Tristan Hoffman y a Jean Patrick Nazon, la esperanza rápida de los franceses. Lanzando contra las balas de paja de la cuneta al pobre Millar. Con lo alto que es.

David Millar, a quien tan bien sienta su vestimenta dorada, podrá seguir luciéndola hoy. Con casi toda seguridad tendrá que pasársela a otro (¿Armstrong tan pronto? ¿Jalabert de nuevo? ¿Ullrich?) tras la llegada a Saint Nazaire. Tampoco le importará mucho. Lo suyo, como bien sabe su madre, Avril, como la pomada para las quemaduras, es una apuesta de futuro. Y no es metáfora: hace tres años ya, Avril Millar se fue a una casa de apuestas y puso 100 libras encima del mostrador: mi hijo ganará el Tour de aquí a cinco años. El bookmaker se lo fió 100 a 1. Así que aún le quedan dos años para ganar 10.000 libras. Lo que no está nada mal siempre que su hijo no siga cayéndose.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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