El Tour mantiene sus viejas costumbres
El belga Tom Steels se impone en un vertiginoso 'sprint' en Loudun
El Tour es como la mula del panadero: las costumbres son leyes y no se cambian así como así. Ni la cercanía del siglo XXI, ni la modernidad en apariencias y aparejos, ni la mundialización, rejuvenecimiento y ampliación lingüística. Puede faltar Mario Cipollini, el sprinter de 1,93 metros, 1.800 vatios y devastador golpe de riñones, ganador de 14 etapas en su historia en el Tour; puede el Saeco, el maestro del llano, pasar de controlar; puede una vez más el viejo guerrero Jacky Durand intentar la fuga lejana. Podrían hundirse las tierras y derrumbarse los cielos. Al Tour le tocaba acabar en sprint y en sprint iba a acabar. Ganó Steels, claro.Tom Steels no es Cipollini, es feo y más bajito (1,79 metros). Es belga flamenco y se expresa fatal, en monosílabos. No, no tiene pinta de ligar mucho, pero sí, sí que sabe acelerar, arriesgarse, lanzarse a 70 y levantar los brazos. Casi tanto como el bello italiano.
"Están locos estos sprinters", decía el buen líder David Millar, el halcón maltés que le llaman, viendo por la tele la repetición de la llegada, de los últimos 1.000 metros de la interminable recta de Loudun corridos en 59 segundos por un pelotón lanzado: Bettini, el picolino del equipo Mapei abriendo vía, apartándose luego, dejando sitio al expreso del Telekom, a Wesemann demasiado impaciente por hacérselo bien a su jefe Zabel; a Fagnini, su pez piloto, apartándose demasiado pronto, a 300 metros de la meta aún, pero con la habilidad justa para molestar lo justo a Steels, el belga que ya empezaba a acelerar y que con un habilidoso golpe de manillar fue capaz no sólo de evitar el choque inminente, sino de hacerlo sin perder cadencia en su pedalada cargada de dinamita; más todavía, con la experiencia y maldad precisa para sin perder ni una centésima de segundo seguir progresando, ponerse a la altura de Zabel y cerrar el paso de paso al alemán Wust, que pretendía penetrar por el centro. Una obra maestra, en efecto.
El Tour 2000 no puede permitirse menos para cerrar su primera etapa en línea y Tom Steels, de 28 años, no podía ofrecer menos en lo que es su octavo triunfo de etapa en sus cuatro Tours (cuatro en el 98 y tres en el 99; en el 97, cuando su debut, le expulsaron por tirarle un botellín a Zabel a la cabeza).
Millar no era por entonces más que un prometedor amateur; ahora es un prometedor campeón que no se cree que va de amarillo pese a que se haya hecho hasta un culotte dorado a juego y un casco también de color oro. "Jopé, me he pasado toda la noche abriendo los ojos cada media hora para ver si el maillot seguía allí, encima de la silla", dijo Millar.
Su equipo, el Cofidis, fue bastante considerado con la ilusión del chaval. Cuando Erik Dekker y Jacky Durand se montaron la primera escapada del Tour (111 kilómetros, una ventaja máxima de 5.20 minutos, Dekker, líder virtual un buen rato antes de derrumbarse totalmente y acabar a casi 15 minutos del pelotón, junto a un belga en baja forma, Verheyen, y un español de Gernika, Rafael Mateos, nervioso en su papel de debutante en una carrera grande con el maillot del Polti), fueron los cofidis quienes se pusieron en cabeza a marcar el ritmo al pelotón. No lo hicieron mal, dieron vida a los escapados, no se apresuraron en hundirlos para no dar más malas ideas y llegado su momento, se apartaron ordenadamente para que los equipos con sprinters lo discutieran entre ellos. Para que Steels, claro, triunfara.
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