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Tribuna:LA OTRA MIRADA | EUROCOPA 2000 | La gran final
Tribuna
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Pasta contra perfume

En la primera semifinal habíamos visto cómo Zinedine Zidane desplegaba su repertorio clásico ante la selección portuguesa. En un inesperado homenaje a Nijinski interpretó sobre el campo todas las danzas posibles con la pelota. Bailó con ella suelto o agarrado, según conviniera a nuestro disfrute; cambió de pareja con Pires, Henry y otras figuras del equipo, y supo pasar del tango al rock en una asombrosa demostración de cambio de ritmo. Con su inspiración, el fútbol, que según opiniones interesadas tiene su origen en una caótica actividad llamada Calcio Fiorentino, se transforma en arte mayor. Mostró que un giro, una pisada, un frenazo o cualquier otra sutileza pueden convertir una noche de plomo en un minuto de oro.Sin perjuicio de la exhibición de Monsieur ZZ, el último perfume francés, nuestro idilio con Portugal fue bonito mientras duró. Figo y su gente confirmaron que por encima de sus limitaciones financieras el fútbol lusitano es una rara conjunción de calidad y disciplina, y que sus jugadores nunca desaparecen bajo la telaraña del equipo. Por exigencias del juego pueden actuar como piezas de maquinaria, pero si la situación exige un plus de ingenio ahí están Costa, Bento o Joao Pinto para hacer una declaración de estilo. Piden la pelota, dicen Aquí estoy yo, conectan con Eusebio, y nos obligan a reconocer que el mejor fútbol habló siempre portugués.

Cuando dejábamos de llorar por ellos empezamos a penar por Holanda. Aceptemos que el verdadero jugador número doce es el azar, y concedamos a los tifosi el derecho a evadirse a la alta Edad Media o el de abrir un revolcadero en el área de penalti. Admitamos además que los valedores del catenaccio consiguen alguna ventaja táctica; puesto que no entienden a los delanteros, si les expulsas a un energúmeno les ahorras un problema: lo cambian por otro y liquidan al hombre-punta; si les expulsas al siguiente, mejor aún: en ese caso fumigan al media punta. Pero también deben entender que a algunos chiflados nos divierta poco una habilidad que consiste en cegar la portería, ya sea con una montonera de gañanes, con una pila de sacos terreros o con veinte metros cuadrados de tela metálica.

Digamos, para desagravio de Holanda, que entre jugadas de gol, penaltis fallados, rebotes peligrosos y tiros al poste hizo méritos para cuatro goleadas. Convirtió el partido en un ejercicio de tiro al blanco y a los artistas de Zoff en una hilera de bultos de color azul.

Al menos tuvo una compensación tardía: comprobó que sus rivales habían dejado de parecer un equipo de fútbol. Eran un portero y nueve hematomas.

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