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Crítica:GREC 2000TEATRO / PULCINELLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Napule bella

La idea era, es, buena: el viaje de los cómicos, en este caso el viaje de una familia de cómicos napolitanos, capitaneados por el polichinela Michelangelo Francazani, hacia París, camino del Théâtre des Italiens, donde triunfa Tiberio Fiorillo, Scaramouche, maestro de Molière. La idea era, es, buena y no demasiado novedosa. El viaje de los cómicos es un tema que le encanta al romano y europeísta Scaparro, desde que se hizo cargo del Carnavale del Teatro de Venecia (1980-81-82), como le encantaba el triestino y europeo Giorgio Strehler, que soñaba con hacer de las Mémoires de Goldoni el mapa teatral del XVIII europeo.El viaje de los cómicos, viaje del Sur al Norte, puede realizarse de muchas maneras. Pocas, escasas, escasísimas, en carroza; las más se realizan en un vagón de tercera, como Rocco y sus hermanos, o en patera. Pero en aquellos tiempos, a pesar de Bossuet, aquel grandilocuente comecómicos, y de la policía mojigata de Richelieu, ridiculizada por el gran Dumas, los napolitanos que llegaban a la "grande puttana", es decir, a la "ville lumière", siempre tenían la oportunidad de decir la suya, de jugarse el tipo en una representación, la cual, como decía una de ellos, debía ser milagrosa día tras día, y no tan sólo dos veces al año como ocurre con la sangre de san Genaro.

De Manlio Santanelli

Intérpretes: Massimo Ranieri, Massimo Romagnoli, Mimmo Maglionico, Francesco Vicino, Ernesto Lama, Michele Danubio, Lino Mattera, Anna Walter, Stefania Di Nardo, Mauro Di Domenico, Massimo Cusato, Antonio Fabri, Frida Bruno, Gea Martire, Sthephane Rousseau, Giancarlo Condé. Escenografía: Roberto Francia. Vestuario: Emanuelle Luzzati. Música: Giancarlo Chiaramello. Coreografía: Mariano Brancaccio. Iluminación: Mario Carletti. Dirección: Maurizio Scaparro. Nàpols al Grec. Teatro Poliorama. Barcelona, 30 de junio

Y los cómicos napolitanos, la tropa del polichinela Francanzani, dirigidos por Scaparro, después de pasar por Roma, llegan al París de Molière y de Fiorillo para jugárselo todo a una sola representación, una creación "a soggetto", dictada por el propio rey: Pucinella en Egipte. Y, claro está, los napolitanos, que por algo son napolitanos, se sacan de la manga los faraones, las pirámides, los dromedarios y las cobras antes que los franceses descubriesen la piedra Roseta y el canal de Suez. El viaje acaba como tenía que acabar, como un chiste napolitano ante un Molin Rouge versallesco, ante la mirada entre perpleja y acojonada de un Michel Baron, actor francés, marquesino molieresco y estúpido, y el orgasmo anticipado de una Trappolina napolitana, Apollina Biancoletti, que se suma a la tarantela vindicativa de los napolitanos, dando razón a la gentes del Sur frente a la culture de las gentes del Norte.

El viaje de Scaparro y sus cómicos napolitanos transcurre sin ningun tipo de traumatismos universitarios. Todo transcurre con una extraordinaria facilidad, a veces escandalosa, apuntalada en bellos cuadros, coreográficamente irritantes, con gestos precisos y frases bien colocadas, con dientes sabios de cortar la pizza o labios diestros en chupar el baba, dientes o labios que honran el arte, viejo y excelso arte, de Ernesto Lama, notable actor cómico, y de Anna Walter, La Vecchia, notabilísima actriz cómica, capaz de colocar una frase donde no llegan los hermanos De Boer. Un viaje apuntalado, sobre todo, por la gran sabiduría de Massimo Ranieri -"sono anche un po' puttana", le oí decir un día-, un napolitano que domina la máscara -fue Arlecchino en La isla de los esclavos, dirigida por Strehler, en ese mismo Poliorama-, al igual que canta, a capela, Michelemmà, Fenesta vascia o Cicerenella, con una voz que nos encanta.

Pulcinella o Nàpols al Grec. Un guiño a aquel Carrusel napolitano de nuestra adolescencia, sin demasiadas complicacioness universitarias, ideológicas o políticas; sin la humanidad de Paolo Stopa, que se perdía con su viejo manubrio y sus viejas canciones dando la espalda al Norte, pero con la juventud real y redescubierta, día a día, de una compañía de cómicos capaces de contagiar por dos horas (que bien podrían ser una y media) la sonrisa inmarcesible de una tarantela o de una sonrisa napolitana.

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