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Tribuna:EUROCOPA 2000Las Semifinales EL CUADERNO
Tribuna
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El cinismo como categoría

Jorge Valdano

Italia lo tiene claro. Si usted quiere sentido estético, mire el diseño de sus camisetas, los peinados milimétricos, los dibujos de las barbas. Si quiere talento mire al banquillo (ahí está Del Piero, sentado con la solemnidad de un faraón). Si quiere ataque, lea las declaraciones de Sacchi y los contraataques de Tardelli en la prensa italiana... Ahora hablemos de fútbol. Generosa Italia que, como si se tratara de una última voluntad, le da el balón al rival, antes de asesinarlo. Sabemos que el catenaccio hizo escuela. Hay libros que exaltan "la astucia", "la inteligencia exquisita" o "la refinada estrategia" de un sistema que yo entiendo como eminentemente traicionero y que tiene el defecto imperdonable de mutilar el fútbol por su parte más apasionante: el sentido de la aventura, el orgullo de pelear en campo abierto, la liberación del instinto. Me resulta fácil entenderlo cuando es una necesidad, una respuesta natural de la inferioridad de recursos (la psicología del débil ante el fuerte siempre es defensiva); pero lo desprecio cuando se hace desde la abundancia. En consonancia con el cinismo de esa idea, en Italia hay gente que está en abierto desacuerdo con esa forma de jugar, cuando se pierde, pero le encuentra valores muy originales cuando se gana. - El gen de más que yo no quisiera

Aún así, ¡cómo no admirar la concentración de Toldo, las condiciones naturales de Nesta, la categoría de Maldini, la profesionalidad de Albertini, la generosidad de Conte, la astucia de Totti, el peregrinaje de Inzaghi...! El jugador italiano es una raza aparte. Los jugadores que pasaron por la experiencia de jugar en ese fútbol, cuentan que en el autobús que lleva a los equipos al estadio cada domingo, hay miedo en el aire, un silencio sepulcral en donde es imposible descubrir lo que el fútbol tiene de placentero. Esa cultura de la amenaza arranca con la agresividad del periodismo, se prolonga en la competencia brutal que existe por hacerse con la titularidad, y termina en los resultados casi siempre infartantes (0 a 0; 1 a 0; 0 a 1...), que obligan a convivir con el estrés. Se trata de un fútbol capaz de prescindir del talento indiscutible de Henry, Bergkamp o Kluivert, si no se adaptan de inmediato; de rendirse a la extraordinaria entrega de Davids, Simeone o Zamorano, hombres que saborean la exigencia del máximo empeño; y de robustecer (lo que no mata engorda) el talento de Zidane, Rui Costa o Nedved. Ya dijimos que, cuando Inzaghi encaró a Stelea en el primer gol de Italia frente a Rumania, sabía que esa oportunidad podía ser única y que el sistema depende del aprovechamiento de las ocasiones; pero en esa cara había una alerta general, un punto de miedo, porque también sabía que el error podía costarle el puesto. También Totti vive sus partidos sintiendo la insoportable presión de Del Piero. Esa locura competitiva es el famoso gen de más, que los hace minuciosos con los pequeños detalles, conservadores hasta el aburrimiento, contundentes hasta la grosería. Es como si el instinto estuviera sometido a una implacable domesticación. Hay momentos en donde un defensa va a despejar, y se encuentra, por ejemplo, con las piernas de un noruego abiertas de par en par, una hermosa invitación al caño que un hombre libre jamás podría rechazar. El jugador italiano ignora la tentación y despeja lo mismo. Como jugador, como entrenador y como espectador les regalo el triste secreto de tanta competitividad. En el fondo, los italianos también lo desprecian. ¿O no son ellos los que gritan "olé" cuando esta selección, por casualidad, da tres toques seguidos? Claro que, cuando lo gritan, suelen ir ganando. Mejor que termine aquí.

- Si Italia no lo quiere...

Y en el otro rincón: el balón; o sea, Holanda. Es como volcar el campo hacia el otro lado. Un país que hizo de la posesión de balón una cultura, una necesidad y una exigencia, merece respeto, porque el desarrollo de esta idea tiene mucha más dificultad que la de amontonar gente en el área propia. Es curioso que, habiendo sistematizado la enseñanza, hayan surgido especímenes tan distintos. Kluivert, como los remeros, trabaja de espaldas y sólo se da vuelta para meter algún gol. Bergkamp juega colgado de una percha y, cuando amaga y corta, lo hace con tanta elegancia y corrección, que sólo le falta pedirle disculpas al rival. Van der Sar tiene cara de haber perdido el tren, pero es un portero formidable que tiene manos y pies (y los usa); Overmars es una cometa sin cola en un día de viento, pero con un balón atado a los pies (los dos pies); Davids es una piraña con hambre, nerviosa y sin educar, pero que le da el balón a sus compañeros... De un cambalache así, sale un equipo armónico. Cosas del fútbol.

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