Castigo a la racanería
Portugal y Francia jugaron con el pie cambiado y ofrecieron un partido muy diferente al que esperaban los aficionados. A través del torneo, Portugal se había distinguido por su altísimo índice de posesión de la pelota y por la preponderancia de la mitad ofensiva del equipo sobre la defensiva. Esa circunstancia había permitido el destacadísimo papel de Figo y Rui Costa, sus dos mejores futbolistas y, desde luego, los más creativos. Ante Francia, los portugueses hicieron una renuncia explícita de sus principios y decidieron conceder el protagonismo al sector defensivo del equipo, reforzado por la presencia en el medio campo de Vidigal y Costinha, en lugar de Paulo Bento y Sousa. Elección claramente conservadora que sacaba al equipo del canon portugués para convertirlo en otra cosa. Muy poco atractiva, por cierto. En este aspecto, la selección española actuó ante los franceses con una generosidad elogiable. Más aún, a la vista de las carencias que se observaban en muchos de nuestros jugadores. Cuando decidió medirse con el campeón del mundo, España lo hizo con limitaciones, pero sin complejos, con un punto de grandeza y obstinación que le faltó a Portugal. Cada equipo elige la forma de morir. Portugal escogió la más decepcionante.A pesar de que el fútbol muchas veces está más relacionado con la percepción que con la estadística, no está mal atender a los números de vez en cuando. Antes de la prórroga, Portugal sólo remató en dos ocasiones -en el gol de Nuno Gomes y en el cabezazo de Abel Xavier en el último minuto del encuentro-, lo que explica claramente sus intenciones durante el partido. Nada que ver con el intrépido equipo que barrió a Inglaterra, Alemania y Turquía. Capituló de salida, reconoció la superioridad de los franceses y les propuso un partido incómodo, pero de una sola dirección. Como este juego tiene un fondo misterioso, Portugal sacó un beneficio descomunal a su racanería. El tanto de Nuno Gomes -delantero muy interesante porque sabe muy bien lo que tiene que hacer: entrar y salir de la jugada para alcanzar con rapidez posiciones de remate- tuvo dos consecuencias: reforzó a Portugal en su papel defensivo e incomodó a Francia, que por primera vez en el torneo cedió la primera ventaja al rival.
Por muy equilibrado que sea el equipo, Francia descansa sobre una estructura preferentemente defensiva. A los cuatro defensas añade tres centrocampistas que actúan de pared por el medio, no ya el doble pivote, sino el triple. O sea, el trivote. De atrás hacia delante, el dibujo francés es una especie de pirámide, con la base en la defensa. En el Mundial, la pirámide en forma de 4-3-2-1 fue mucho más evidente. Ahora suelen jugar dos delanteros, como sucedió con Henry y Anelka frente a Portugal. Por su capacidad para recuperar el balón, por la excepcional capacidad atlética de la mayoría de sus jugadores, por la velocidad de sus jóvenes delanteros y por la luz que arroja Zidane, Francia prefiere los espacios amplios. A cambio de parecerse muy poco a la imaginativa selección que tantos elogios había recibido, Portugal negó esos espacios a Francia. Es allí donde se les vio a los dos con el pie cambiado.
Por su dibujo, que oficia de embudo, Francia tiene dificultades para utilizar los costados. En alguna ocasión llegan los laterales, más por potencia que por claridad. A Thuram se le ve demasiado el cartón. No ofrece ninguna garantía con el balón. Y todo porque no es un lateral. En definitiva, los franceses juegan con un panorama limitado, con un ataque que se cierra con terquedad en un embudo. Su escasa utilización de los lados favoreció tanto las intenciones defensivas de Portugal que el partido se volvió demasiado espeso. Fue emotivo, intenso y todo lo que se quiera, pero nunca alcanzó las cotas esperadas. Y si acaso, tuvo una moraleja. Castigó a Portugal por la renuncia a la brillante propuesta que había desarrollado durante todo el campeonato.
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