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Tribuna:EUROCOPA 2000Cuartos de final EL CUADERNO
Tribuna
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No caben en la puerta chica

Jorge Valdano

El fútbol no sabe modales. Se va Lothar Matthäus, con 39 años y después de 150 partidos internacionales, sufriendo un infame 3 a 0. Se va Gica Hagi, con 35 años y 125 partidos internacionales, derrotado, expulsado, humillado. Deberían estar prohibidos adioses tan inapropiados. Matthäus es un superviviente, el único jugador de la Eurocopa al que tuve enfrente. Fue en la final de México 86, en un partido que lo retrató como jugador: en el primer tiempo le hizo hombre a hombre a Maradona; en el segundo tiempo se liberó y fue el todocampista inteligente que todos conocimos. El espíritu del fogonero y la visión del arquitecto en un mismo jugador, seguramente el más representativo de los últimos 20 años del fútbol alemán. Pero su error, como el de la selección alemana entera, fue prolongar su tiempo útil más de la cuenta. Éstos son días de críticas feroces en Alemania, pero Matthäus tiene una larga historia donde refugiarse. Y hacia allí va también Hagi, el artista, al que ya despedí en alguna ocasión y no me extrañaría volver a despedir en el futuro. Hagi es un prócer que significa tanto para el fútbol rumano que sólo le faltó jugar encima de un caballo blanco. Con su pegada y visión podría seguir su carrera hasta los cien años, pero los próceres en ejercicio tienen el inconveniente de que son considerados obligatorios por sus compañeros, dispuestos a retorcer la jugada para darle el balón. Fue como un imán que le quitó dinámica al juego de una selección que completó sus mejores momentos del campeonato... sin Hagi. Frente a Italia dio un paseo por los bajos fondos de su carrera: pegó un tiro en el palo, dio una patada alevosa al tobillo de Conte, simuló un penalti, y le pegó un grito de impotencia a una cámara de televisión, camino del vestuario. Todo mal, pero tiene una coartada: lleva casi veinte años siendo una maravilla. Los dos protagonizaron un hecho bastante común en este juego pobre y mal educado que no entiende nada de protocolo: se fueron del fútbol por la puerta pequeña para entrar en la historia por la puerta grande. - Los eslabones de la vida

Es muy difícil que Italia se confunda, porque su fútbol está hecho de pocos elementos. Mucha gente detrás de la línea del balón, presión constante, y salida rápida con envíos largos tras la recuperación. Hacia allí corre Inzaghi (si no lo para el juez de línea, su mejor marcador); por detrás llega Totti (que hace lo máximo que puede dentro de lo mínimo que le dejan); y respaldan el intento atacante uno de los dos escuderos de Albertini: o Fiore, o Conte (pena de muerte si van los dos juntos). Sota, caballo y rey, pero con mucha fe. De Italia siempre hay que preguntarse cómo defendió y cómo atacó. Nunca cómo jugó. Me dice un amigo italiano, que él ve los partidos de su selección muy tranquilo. Tiene razón, pero me hace recordar a esas madres que prefieren que sus hijos se pudran en casa antes de que salgan a la calle: donde hay violencia, tentaciones, macetas que se caen de los balcones. El juego de Portugal, por oponer un ejemplo a Italia, está hecho de más eslabones, y el error acecha en cada uno de ellos. Si se sale jugando desde atrás, se puede perder el balón (como en el penalti de Couto frente a Turquía); si conducen mucho el balón, achican los espacios ellos mismos (como cuando Turquía se quedó con diez); si no juegan por las bandas, se les asfixia la jugada y Figo queda fuera de foco (un pecado repetido por la ansiedad de ir a buscar el gol). Podría seguir alargando el relato de defectos y riesgos, para lo cual los pragmáticos, que suelen ser muy cínicos, dirían: "Se siente, se siente, no vale quejarse". Pero podría hacer otro relato con las virtudes de Portugal, un equipo que, por aceptar el desafío de la aventura, se hizo entrañable. Lo de Italia es lícito, lo de Portugal es grande, ésa es la única diferencia.

- Cuando el gol es jaque mate

A un portero de mi pueblo lo llamaban Máma mía porque era el comentario que provocaba (por razones obvias), cuando los rivales cruzaban la mitad del campo. Lo recuerdo porque, en la Eurocopa, cada vez que decimos máma mía hay una selección que se tambalea: máma mía De Wilde, Molina, Kahn, Schmeichel, Stelea... ¿Se hubiera marchado Bélgica con otro De Wilde? ¿Cuánto le debe Italia a Toldo? Visto desde el área contraria cabe una reflexión parecida. Cuando Inzaghi encaró a Stelea, tenía los ojos desorbitados y soplaba como si Italia entera dependiera de él, seguramente porque sabe o sospecha, que sin puntería ese sistema no se sostiene. Portugal, en cambio, necesita muchas ocasiones para encontrar el gol, por la falta de un especialista, pero también porque confían tanto en el juego que no ven, en la oportunidad de gol, un problema de vida o muerte. Lo cierto es que esperamos el final de los partidos para hacer un análisis psico-ideológico; estilístico-sofisticado; técnico-estratégico cuando todo depende de cómo se levantaron el portero y el delantero centro. Al menos cuando chocan equipos mediocres.

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