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Una falsa soleá

Otra vez, y no hay visos de que sea la última, se rompió la concordia y la convivencia social. Otra vez el sobresalto de una muerte y el patetismo civil de la marginación y la penuria agredida. Otra vez la puñalada y la incitación a la represalia indiscriminada. Otra vez la conmoción social que origina ese laberinto negro y feo de drogas y estupefacientes. Otra vez el fuego y el miedo, el éxodo y la rabia, los antidisturbios y los dispositivos de seguridad. Y otra vez los profundos ojos morenos y tristes de esa anciana gitana que los informativos cuelan en la privacidad de nuestras casas; esos ojos que gritan resignados que qué leches tiene que ver ella con la droga, con la bicha que un día entró en su humilde domicilio y se llevó las vidas adolescentes de dos de sus hijos. La desazón de la ciudadana gitana es semejante al quebranto de tantas ciudadanas payas.Otra vez, y esta vez en la barriada La Cruz de Galindo por donde Almoradí, llanto y quebranto payo y llanto y quebranto gitano, que es uno y el mismo, que es el de todos como el problema social de la droga. Pero la irracionalidad embiste contra un colectivo concreto de la ciudadanía. La irracionalidad exaltada actúa como las viejas pragmáticas de los muy católicos reyes que pretendían que los gitanos desapareciesen del horizonte hispano. Y los gitanos no desaparecieron porque son nuestros como las lluvias torrenciales, como las sequías y como nuestro paisaje humano al que pertenecen, como el problema de la drogadicción que es de todos. Si los edictos de Felipe II o Felipe V no alcanzaron sus objetivos, cabe la esperanza que tampoco los alcance la irracionalidad incendiaria. Esa irracionalidad, que es agresión y es fuego, no tiene salida. Esa irracionalidad agrava el problema social de la droga y multiplica el incivismo, porque siempre se prende fuego en el lado más débil, más marginal. Aunque esas reacciones grupales no son nuevas. Son comportamientos atávicos que recibieron el nombre de xenofobia, racismo, fascismo o disparate social.

Otra vez, ahora en Almoradí, como hubiese podido ser en cualquier otro lugar, pretenden algunos que nos creamos o que comulguemos con la tercerilla de una tremenda soleá: en el primer verso relaciona la droga con nuestros conciudadanos gitanos como origen; la letra del segundo verso relaciona a las gentes del cobre con los fogonazos de violencia, y la letra del tercero pretende que desaparezcan de nuestro paisaje humano. Pero esa es la letra de una tercerilla, de una soleá falsa, sin música e incívica.

Y otra vez hay que repetir de nuevo lo que de puro sabido se olvida: que nuestros conciudadanos gitanos no fueron los que propiciaron el consumo de la droga en estos tiempos modernos que sufrimos o disfrutamos; que entre nuestros conciudadanos gitanos hay víctimas y verdugos de la droga, como hay víctimas y verdugos entre los payos; que la solución del problema está, sólo en parte, en manos de los antidisturbios; que la irracionalidad conduce a la nada o a más violencia; que el problema radica en desarticular a los señores feudales de la droga, que no viven en La Cruz de Galindo precisamente, y que quizás gozan de connivencias criminales como el blanqueo del dinero. Que el problema radica en apartar a jóvenes y adolescentes, payos o gitanos, del círculo infernal del paraíso artificial de la droga, y esa es una tarea larga y ardua que a todos nos incumbe, que es tarea de todos, si es que un día queremos dejar de oir la bronca tercerilla.

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