Cuando el fútbol volvió a jugarse
Los tacticistas, los depredadores y los miserables, que se hagan a un lado: corre sangre caliente por la Eurocopa. El muñeco gigante que, el día de la presentación, nos amenazó como un mal presagio soltó los clavos y corre, libre (hasta donde resulta lícito), entre Bélgica y Holanda. No hay nada revolucionario en querer jugar, pero esperábamos otro capítulo de fútbol contenido y mecánico de Suecia 92, o del físico y previsible de Inglaterra 96. Todos los caminos conducían al aburrimiento, pero la influencia del Mediterráneo, con ese largo arco que dibujaba ayer Santiago Segurola desde Portugal a Turquía, nos devolvió la pasión y le dio al fútbol un impulso estético, un salto de atrevimiento. Sólo Holanda se sale de la fila geográfica, pero por escuela y color (la poderosa influencia negra de Reiziger, Seedorf, Davids, Kluivert...) merece ser adoptada. O cambiada por Italia, única selección enroscada al defensivismo. El fútbol es contagio y en esta Eurocopa está surgiendo una rivalidad que excede el resultado: ¿quién juega mejor? ¿Portugal? ¿Francia? ¿Holanda?... Mientras todos pretendan ese honor, estamos salvados. - La natación sin agua
"Yo no necesito del balón para dominar un partido", dijo esta temporada un entrenador, y nadie comentó nada. Ese "yo" inicial excluía a los jugadores, y es fácil imaginar que el ataque no se manejaba ni como hipótesis de trabajo. Lo curioso es que, cuando un entrenador dice algo tan alejado del sentido común después de ganar tres partidos seguidos, nos lo tomamos en serio. Si algo está dejando claro esta Eurocopa es que el balón es el ombligo del fútbol; que el jugador es más importante que el entrenador; y que atacar debe ser, al menos, una hipótesis de trabajo. Esto no es una revolución, sino la base misma del fútbol. Siempre asociamos el gran fútbol a los grandes jugadores, regla de tres fácil de entender, pero no nos olvidemos de que cualquier jugador de selección es capaz de darle el balón a un compañero. Es un problema de intención antes que de nombres propios. La atmósfera mediterránea (o lo que sea; en todo caso, la influencia positiva) provocó que Rumania, sin Hagi, completara su mejor actuación en el campeonato frente a Inglaterra (3-2); que Portugal pasara por encima de Alemania sin Figo y sin Rui Costa (3 a 0); que Francia, aun perdiendo, completara un magnífico partido frente a Holanda con el equipo B (3 a 2). Parece mentira, pero todos necesitaron del balón.
- Barreras de distinto tamaño
El Galatasaray ganó, este año, la primera Copa de la UEFA en la historia del fútbol turco. En ese equipo juegan viejos conocidos como Hagi y Popescu, pero la base está formada por jugadores nacionales que, en su mayoría, forman parte de la selección turca. La euforia futbolística nacional se prolonga estos días en la Eurocopa, donde Turquía metió el primer gol de la historia, ganó el primer partido de la historia y se clasificó para cuartos de final por primera vez en la historia. El caso de Francia es aún más grandioso. Durante muchos años los italianos dijeron que, en tiempos de crisis, lo mejor que se podía hacer era organizar un partido amistoso contra Francia: un país prestigioso y de fútbol estético, pero débil, poco consistente, perdedor. Ahora, arriba del gallo, tienen bordada una estrella que les recuerda el Mundial ganado y les da fuerza competitiva. En el fútbol, cuando se derriba una barrera, es para siempre, porque los que caen son los complejos, las inhibiciones, los medios.
- Calor de hogar
Se fue Alemania humillada; se fue Inglaterra preocupada; se salvó de casualidad España; sigue adelante, y muy fuerte, Italia. Deslumbran Portugal, Holanda, Francia, Rumania y ese ejército de Pancho Villa en el que todos quieren ser Pancho Villa que es Yugoslavia. En el primer grupo están los representantes de los países importadores de jugadores; en el segundo, los exportadores. Los vendedores tienen dos ventajas: 1. Los jugadores que salen a hacer una experiencia internacional se fortalecen como hombres y como futbolistas. 2. Esos jugadores dejan lugares vacíos que ocupan jóvenes talentos que adelantan su evolución. No es un tema menor. Si Alfonso no hubiera puesto el balón en un rincón, en España se estaría hablando de la extranjería con preocupación. El que siga los pasos de Farinós (vendido al Inter esta semana), además de dinero, hará patria.
Nota: un recuerdo emocionado a Peter Dubovsky, jugador admirado y querido.
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