Señores, éste es Guardiola
Aferrado a las armas de la inteligencia, este futbolista que nació débil tiene el temple de los genios y la sagacidad de los poetas: sólo habla cuando ha digerido el verso. Está en un equipo -España- que es reflejo del desorden de un país al que representan por igual el carácter depresivo de sus genios -Picasso, Unamuno- y la mediocridad de los tiranos zoquetes. Puesto a poner orden en ese guirigay, no tiene otro remedio que situarse en el centro del campo, gritar de vez en cuando y esperar a que funcione el sistema, pero él no es el sistema sino su palanca.
Ha demostrado, en el Barça, que cuando él se convierte en el sistema mismo la fuerza del equipo crece en función de la aplicación serena de esa inteligencia con la que viaja también por las palabras. Después del encuentro con Eslovenia pidieron su cabeza quienes no le perdonan la exquisitez con la que acepta las derrotas; pero en el instante final, cuando ya todo el mundo tenía en la mente la ira de perder, él se sobrepuso y fue el maestro Guardiola a quien Di Stéfano considera entre los mejores jugadores del mundo. ¿Y por qué lo es? No lo es sólo por lo que juega, sino por lo que representa, como líder de un equipo humano que sabe -lo sabe Raúl, lo dice- que un silencio futbolístico de Guardiola vale más que las mil palabras de otros.
Ha sido un año malo para su alma, porque pasó por la peor humillación a la que Van Gaal y Núñez sometieron al Fútbol Club Barcelona: aún rechina en los dientes de la afición aquella imagen empobrecida de Guardiola aceptando ante el árbitro del encuentro de Copa con el Atlético de Madrid que el equipo azulgrana se rendía. Este jugador que mucho antes fue un niño endeble que jugaba solo frente a las paredes de su pueblo tuvo que temblar de rencor ante esa renuncia que era también una retirada en toda regla y ante millones de espectadores poseídos por una rabia atónita.
Los que veían a Guardiola, al final del encuentro ante Yugoslavia, buscar cualquier mirada a la que abrazarse no pueden olvidar que ese mismo gesto de desamparo feliz fue inverso ese día terrible que fue, por otra parte, el que desembocó con la defenestración de dominó del entrenador y del presidente más aburridos que haya tenido jamás el Barça.
Se reivindicó Guardiola porque es un hombre que no se resigna; claro que no, porque él no es otra cosa que un gran aficionado, un poeta grande del medio campo, capaz de llenar el aire sobre el que flota Alfonso de la sustancia de los buenos pases. Ese no es un minuto de gloria o de inspiración; detrás de la casualidad siempre hay un enorme trabajo.
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