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Rafael Blasco

En su dilatada vida política ha desempeñado varios cargos, ha teorizado, ha gestionado y ha servido a más de una causa. Sin embargo, abandonado el radicalismo de los años jóvenes (tantos dejamos atrás jirones de lo peor... y de lo mejor de nosotros mismos), no ha necesitado hacer juegos malabares con el núcleo de su ideario político. Cierto que se ha topado con un Eduardo Zaplana que sólo ahora -o así lo parece-, empieza a abandonar el dilema que siempre plantean las fidelidades a un entorno. Por otra parte, a Eduardo Zaplana hay que reconocerle su interés por la utilidad de un personaje, sin atención al currículo ideológico. Lo que no quiere decir que el presunto eficaz sea siempre eficaz sin presunto. Sólo quiero dar dos nombres y porque vienen al caso. Marcela Miró y Carmen Mas. Esta última heredó la consejería de Bienestar Social de la hoy presidenta de las Cortes, doña Marcela. Entre ambas señoras redondearon un caos tal que el más avezado lector de prensa perdió el hilo.¿Ocupa ahora Blasco esta consejería por su fama de buen gestor? Algunos vieron en el nombramiento un descenso, otros un ascenso. La teoría del ascenso -diablos, si las democracias fueran lo transparentes que deberían ser, no tendríamos que teorizar sobre cosas así- es más verosímil por dos razones. Hace tiempo, Zaplana expresó su deseo de que Bienestar Social fuera una consejería estrella, uno de los buques insignia o el buque insignia de su gobierno. La segunda razón, siempre moviéndonos en la hipótesis, es que si Zaplana cuenta con alguien que desenrede esta intrincada madeja, ese alguien es Rafael Blasco.

Sea como fuera, ahí tenemos al personaje hincándole el diente al marrón. Parco de palabras, sonrisa soterrada, me dicen que ha entrado en la consejería como un vendaval. No ha lugar para la somnolencia. Blasco quiere que sus ideas sobre el bienestar se materialicen pronto en hechos. Pues este hombre pretende algo más que organizar lo que estaba desorganizado; pretende, ni más ni menos, que un cambio profundo del concepto bienestar social. Quiere, en suma, gestionar un castillo al tiempo que lo pone en pie. Un empeño que se nos antoja muy arduo, pero no imposible. Blasco pidió en las Cortes Valencianas la colaboración de todos. Dice estar abierto al diálogo. Lo va a necesitar; y puede estar seguro de que explicaciones le van a pedir muchas. Rafael Blasco ha atrapado el concepto bienestar y otro: Estado del Bienestar. Lo deduzco de su alocución en las Cortes Valencianas, cuya copia he leído y releído. No sé si él ha leído a Pigou y le ha rebasado en tanto en cuanto Pigou, al definir el bienestar económico, se quedó anclado en la rémora de la economía clásica que heredó de su maestro Alfred Marshall. Más cerca está Blasco de un Hobson, para quien el objetivo del bienestar no se mide en términos exclusivamente económicos, sino humanos. Naturalmente, no se excluye el factor económico, sino que se le integra en un marco más amplio y en el que juega un papel de necesidad. El dinero es el medio, el ser humano, el fin.

Observemos que, en su alocución, Blasco no empezó por los minusválidos, por los drogadictos, por los enfermos mentales, por los indigentes; en suma, por el ejército de los marginados. Habló, en principio y como principio, de la sociedad. "Ésta es un área que tiene al ser humano, al ciudadano en sentido amplio, como centro de su actividad. En la medida en que éste se sienta parte activa y dinámica de la sociedad, estaremos en disposición de felicitarnos todos... El bienestar es un concepto amplio que nos debe hablar de la nueva ciudadanía, la nueva participación y la calidad de vida. En una palabra, de la nueva solidaridad".

Esto suena más al Estado Providencia francés que al welfare anglosajón. El Estado queda más vinculado, más comprometido con la felicidad de todos y cada uno de los ciudadanos; no se detiene en entregarle un cheque al desvalido. Y si el término felicidad es excesivo, pongamos en su lugar el bienestar. Éste no lo producen solamente ni la renta per cápita ni su distribución, por más que sean factores capitales. El bienestar es un "sosiego espiritual" creado por unas condiciones de vida en las que todos hemos de estar implicados, empezando por las instituciones políticas.

Blasco dijo que los servicios sociales surgieron en la Comunidad Valenciana en un momento económicamente crítico, en los años 79, cuando "el trabajo era un bien en alarmante y creciente escasez". Lo que se hizo puede llamarse bienestar social sólo como eufemismo. Una función "meramente paliativa". En España, añado por mi cuenta, no ha habido (históricamente) bienestar sino caridad. Esto puede hacerse extensivo a Europa, salvo que el cambio de mentalidad llegó antes a Europa. Lo que aquí hemos tenido es puro paternalismo y paternalismo impuro.

"El tiempo de la beneficencia ha terminado", afirma Blasco. Ahora toca sucederle el de la "total integración". Acabóse eso de entender el bienestar como la ausencia de pobreza, la "no pobreza" en términos de Blasco. La nueva cultura del bienestar, la que abarca a la sociedad entera, no admite un eje basado en la reacción a situaciones límite. Una sociedad que tenga como piedras angulares los servicios y la calidad de vida, es una sociedad que ha integrado en su seno a todos los que hoy llamamos marginados. Lo que significa que una Consejería de Bienestar Social sólo será digna de tal nombre si se concibe como un derecho del ciudadano, no como un servicio que se le presta caritativamente a los que lo precisan. Un disminuido físico difícilmente podrá gozar del bienestar que goza una persona sana (si bien aplico un criterio estrictamente objetivo), pero sí puede evitarse que sea y se vea a sí mismo como ciudadano de segunda.

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En su comparecencia, Rafael Blasco habló en líneas generales de drogadicción, de malos tratos, de la familia, de barreras arquitectónicas, de "pleno empleo como base para la igualdad", etcétera. Y esbozó proyectos. En una primera comparecencia ante las Cortes y tratándose de cuestión de tal naturaleza, no cabe más que observar el talante, la filosofía de quien estrena el cargo. Ahora habrá que esperar y ver a quién le achacamos los reveses (sin excluir al propio Blasco) que puedan producirse.

Su idea del bienestar no es precisamente la que tienen los globalizadores neoliberales. (De los otros, que sepamos, no los hay en activo).

La persona, toda persona, en el centro de la preocupación y ocupación social y estatal. No hay logro más hermoso ni más justo ni más alto. A Rafael Blasco le hemos tomado la palabra.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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