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Tribuna
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Mi natural propensión al idealismo -en el buen sentido de esta palabra- me hizo volver a los debates internos del PSOE. Días pasados, y como militante de infantería que soy de esta formación desde hace 25 años -más algunos de propina sin carné en los años de la clandestinidad- me revestí de nuevas energías y me dije: muchacho, el momento es serio, no escurras el bulto y participa. Y ello, como debe ser, desde la base misma del sistema: en tu agrupación local. Pues allá que me fui a la Agrupación Sur de Sevilla, la que me corresponde por mi domicilio, y allá que me apunté al grupo de debate de la ponencia-marco. Todo ello, como se sabe, con vistas al congreso extraordinario que en julio ha de resolver en Madrid los destinos inmediatos de este atribulado y orfandado partido.Allí sólo estábamos una veintena de irreductibles, en una agrupación que tiene 560 militantes, la mayoría teóricos. Pero ni eso, ni la alta temperatura que hacía en aquel repliegue de romanticismo, pudieron doblegar nuestra firme voluntad participativa. Durante cuatro largas tardes de caluroso debate, fuimos peinando y repeinando las ambiguas y timoratas propuestas de nuestro órgano director, el Comité Federal, hasta alumbrar un puñado de enmiendas fuertemente críticas: primarias a toda pastilla, incompatibilidades, limitación de mandatos, listas abiertas, agrupaciones sectoriales... En fin, esas cosillas que, al menos de boca, anda pidiendo ahora todo el mundo, o casi. (Ya veremos qué pasa en julio).

No es vanidad ni presunción inmoderada decir que el 90% de tales enmiendas llevan mi propia firma, y que fueron aceptadas de buen grado también en la asamblea de la agrupación, el día 5, para su pase al escalón siguiente, el congreso provincial del 24. En nuestro primer encuentro, el secretario general de la agrupación me había dicho que deseaba contar conmigo en la delegación al congreso. Pero momentos antes de la asamblea, oh sorpresa, me informó que no había podido incluirme en la lista de delegados. Muy presionado debió sentirse el hombre para contravenir lo que, además, era de pura lógica democrática. En aquel instante ya era imposible reaccionar de ningún modo y la votación para la lista de delegados se ponía en marcha al mismo tiempo que la discusión de las enmiendas. Procedimiento éste, por cierto, de lo más incongruente, pues así los debates de fondo quedan desvinculados de la mecánica electoral. Con todo, mis enmiendas volvieron a ser aprobadas e incluso celebradas por los presentes, que, eso sí, no pasamos de unas 60 personas en el punto de mayor euforia. (De las otras 500 nadie sabe nada, y ése es el mayor problema del partido). Cuando requerí al secretario general para que me explicase por qué no podía yo ir al congreso provincial a defender mis propias enmiendas, apeló a las típicas razones organicistas del tipo hay que contentar a fulano y a zutano... Fulano y zutano ni siquiera habían participado en los debates, pero ellos sí irán al congreso. Y yo me iré a la sierra, a seguir defendiendo mi libertad, con la que les mantendré informados.

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