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EUROCOPA 2000Los violentos, la lacra del torneo

'Hooligans' de clase obrera y señoritos

La hinchada británica que está tiñendo de violencia el torneo está compuesta por dos estereotipos casi antagónicos

Isabel Ferrer

"Si se te acerca un turco con malas intenciones, no vas a dejar tirados a tus compadres. En caso de pelea, el recuerdo de la victoria no te abandonará nunca". Pronunciadas por Colin Johnson, un hincha británico reformado que prefiere escribir ahora acerca de sus experiencias, estas palabras plasman con exactitud los anhelos de una parte de los varones británicos lanzados a la vorágine callejera durante la Eurocopa en nombre de un errado patriotismo. Junto a ellos ha empezado a surgir otro modelo. Cabal y educado en la vida cotidiana, el nuevo hooligan es capaz de quebrantar en el extranjero las mismas leyes que respeta sin dudar en casa por simple afán de aventura.Cuando Jack Straw, ministro laborista del Interior, aseguró el pasado lunes que la mayoría de los casi mil seguidores ingleses detenidos en Bélgica por alterar el orden en Bruselas y Charleroi no figuraban en los archivos policiales, la compacta figura del hincha británico malcarado se resquebrajó por vez primera en los últimos 30 años. El joven de clase obrera -mucho temperamento, profusión de tatuajes y una lealtad ciega a sus amigos que apenas oculta la xenofobia que les anima- tenía de pronto un competidor. Contables, abogados, analistas financieros, aseguradores e ingenieros treintañeros habían decidido vestir también el uniforme de los violentos (gorras de béisbol, bermudas, camisetas y un vaso de cerveza en la mano).

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En su caso, no les mueve un patriotismo mal entendido, ni la inseguridad del que bebe creyendo que demuestra su fortaleza al aguantar más que nadie el alcohol. Los hooligans señoritos, por así llamarlos, fueron a Bélgica en busca de estimulantes aventuras ajenas a su entorno social. Es posible que la mayoría de éstos bebiera sin involucrarse a fondo en los tumultos. Hasta el jefe de la policía belga, Herman Bliki, ha reconocido que había "muchos inocentes" entre los detenidos del lunes. No importa. La excitación causada por los cañones de agua lanzados contra ellos a toda presión, las carreras y, sin duda, los choques cuerpo a cuerpo de los más ebrios de sus compatriotas debieron bastar para muchos de los que luego protestaron de la rudeza policial.

"La presencia de estos profesionales en las peleas propias de los hooligans no es nueva, pero sí cada vez más frecuente. Es como si se apuntaran a un aberrante ejercicio colectivo de poder que nunca suscribirían en suelo británico", asegura John Williams, sociólogo y director del Centro de Estudios del Fútbol de la Universidad de Leicester, un organismo asesor del Gobierno. A pesar de las quejas del ministro del Interior, que no contaba con estos hinchas, Williams mantiene que el otro modelo de fan es el más necesitado de ayuda.

"Los jóvenes que lanzan sillas y puñetazos frente a las cámaras de televisión exteriorizan una forma de masculinidad mal entendida. Cuando beben de esa manera no tratan de atraer a las mujeres sino de asombrar a sus propios amigos. Al emborracharse rompen con la rigidez de la sociedad británica y exteriorizan un patriotismo que les está vedado en su tierra", dice Williams. En su opinión, la enfermedad de la violencia en el fútbol no es otra cosa que la voluntad de dejarse provocar por un extranjero para entablar una especie de guerra urbana que les permita sentirse orgullosos de ser ingleses. Es una deformación del nacionalismo más rancio mezclada con la evolución del deporte mismo.

"El fútbol está cambiando. Los clubes son cada vez más ricos y las cadenas televisivas más poderosas se hacen con los derechos de transmisión. Se está convirtiendo en un fenómeno de clases medias, algo percibido por los hooligans de siempre como una afrenta. Casi un robo", en opinión de Williams. El hecho de que todo el jaleo que arman sea filmado en directo y visto por sus compatriotas todavía les enardece más. Que les vean borrachos e inconscientes por los suelos no les produce, además, la vergüenza que parecería lógica. Ser capaz de perder así el control es presentado como un gesto de virilidad. Una patética victoria remachada con las peleas.

"El hooligan irredento no encuentra oportunidades de mostrar su orgullo nacional a domicilio. Cuando se lanzan contra los hinchas turcos o alemanes, es como si cargaran contra el enemigo en una guerra que sólo existe en su imaginación. El Reino Unido ya no es un imperio y ellos buscan su sitio en un mundo que no comprenden", afirma Williams

Colin Johnson, que ha escrito un libro titulado: San Jorge en mi corazón: confesiones de un hincha inglés, tiene una forma mucho más directa de explicar las teorías del sociólogo de Leicester. "Puedes viajar con la mejor intención, pero si caes en medio de un tumulto no vas a rajarte. Te debes a tus compadres y no puedes dejar que los extranjeros se tomen libertades contigo. Es un orgullo demostrar lo que vale un buen inglés", ha declarado al rotativo The Daily Telegraph.

Convertido en la voz de hooligans de pro, Johnson asegura que sólo la amenaza de cárcel fuera del Reino Unido frenaría a los hinchas agresivos. Quitarles el pasaporte y el empleo y avergonzarlos con nombres y apellidos en la prensa británica también ayudaría a contener a centenares de varones que se creen en la obligación de defender a su país en campos de batalla inexistentes. Tal vez la ambigua frase del duque de Wellington al contemplar a sus tropas antes de la batalla de Waterloo sirviera para definir el alma de esta hinchada: "No sé si mis tropas asustan al enemigo. A mí sí".

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