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Los vicios menores de los papas

Juan XXIII, el papa bueno, que durante su pontificado (1958-1963) revolucionó la Iglesia católica convocando el Concilio Vaticano II, era también un fumador empedernido capaz de liquidar una cajetilla de cigarrillos al día. Su antecesor, Pío XII (1939-1958), un pontífice en el ojo del huracán por su actitud poco decidida frente a la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial, combatía a las moscas con una tenacidad digna de mejor causa. Armado de matamoscas o de un pulverizador con insecticida, recorría los jardines vaticanos sin dar tregua a los insectos. Pablo VI, papa desde 1963 hasta 1978, un refinado estratega y sólido intelectual, adoraba la velocidad hasta el punto de instalarse en el asiento trasero del coche papal con un cronómetro para comprobar la marcha de su chófer, al que con frecuencia le urgía a ir más deprisa.Son detalles inocentes narrados por un veterano vaticanista americano, Nino Lo Bello, recientemente fallecido, en un libro que acaba de editarse en Italia: Vaticanerías. Anécdotas y curiosidades de una historia milenaria. Un libro prologado por un cardenal, Bernardin Gantin, el más veterano de los que integran el colegio cardenalicio, quien asegura en el prólogo de la obra: "Leyendo este libro no te faltarán, querido lector, las respuestas puntuales y pertinentes" para comprender con detalle "el patrimonio de sabiduría y humanidad que el Vaticano ha acumulado en el curso de los siglos". Contra todo pronóstico, sin embargo, la Santa Sede no se reconoce en el patrimonio de humanidad recogido por Lo Bello y ha habido monseñores que han puesto el grito en el cielo provocando una agria polémica con la prestigiosa editorial que ha publicado el volumen, Ancora, editora de muchas obras del cardenal de Milán, Carlo María Martini.

Quizás el libro habría pasado inadvertido de no ser por el artículo titulado El papa que odiaba a las moscas, que el diario Avvenire, órgano de la Conferencia Episcopal Italiana, le dedicó. Las protestas de altas jerarquías de la Santa Sede no se hicieron esperar, y no estaban motivadas por los errores cronológicos del autor. El director del diario episcopal, Dino Boffo, fue obligado a excusarse y a insertar una nota de rectificación negando la veracidad de las anécdotas relatadas por Lo Bello. Las sospechas de los especialistas apuntan a dos influyentes religiosos: Loris Capovilla, secretario de Juan XXIII, y el obispo Pasquale Macchi, secretario de PabloVI, como orquestadores de la rectificación.

No parece que la inquietud de ambos religiosos la hayan despertado las indiscreciones sobre Pío XII, uno de los pocos papas aficionados al buen vino a la vez que meticuloso ahorrador, según Vaticanerías. Para evitar el derroche de energía eléctrica recorría los apartamentos vaticanos apagando la luz. Incluso escribió su última voluntad en el revés de un sobre que había sido usado profusamente. Sin duda, las más irritantes han sido las anécdotas relativas a Juan XXIII y a Pablo VI. Del primero, Lo Bello sostiene que nunca dominó el latín y asegura que uno de sus pasatiempos favoritos era esconderse en el edificio más alto del Vaticano, la torre de los Vientos. "Armado de binoculares, solía pasar una hora de relax observando lo que ocurría en las calles de Roma: las mujeres que hacían el pan, los niños que jugaban".

Lo Bello, corresponsal del New York Herald Tribune ante la Santa Sede, escribió en su vida varios títulos famosos, entre ellos Inside the Vatican, un libro que se mantuvo durante años en la lista de los más vendidos en Estados Unidos. Pero ninguno ha desatado una polémica tan curiosa como Vaticanerías. Un volumen de entretenimiento en el que el autor contesta a todas las preguntas que podrían incluirse en un trivial cualquiera dedicado a la Santa Sede: ¿tiene cuenta corriente el Papa?, ¿cómo se elige al pontífice?, ¿cómo es de largo el ferrocarril del Vaticano? son algunas de las decenas de preguntas a las que responde. Al mismo tiempo, casi inadvertidamente, el libro pone al descubierto no las grandes pasiones humanas, sino las pequeñas manías de los pontífices.

Lo que no calculó Lo Bello es que su anecdotario desluce las hagiografías de papas como Juan XXIII y Pablo VI, cuyos procesos de beatificación auspiciados por sus respectivos secretarios están en marcha (y muy avanzados en el caso del primero), poniendo en peligro el carácter casi sobrenatural que la Iglesia suele dar a las vidas de los elegidos para nutrir los altares.

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