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Suicidas

José Luis Ferris

Desde un punto de vista positivo y desde las filas del optimismo militante, el suicida, además del mal ejemplo que ofrece, forma parte de una especie de difícil extinción debido esencialmente a su enorme capacidad de adaptación a cualquier hábitat y a cualquier época. Su origen se remonta a la noche de los tiempos y su proyección de futuro parece asegurada. La pregunta que uno se formula siempre cuando un compañero de viaje decide apearse en la estación más próxima por propia voluntad (permítanme la metáfora y el eufemismo) es prácticamente un tópico: ¿se trata de un acto de cobardía o de un verdadero gesto de valor? Bien pensado, no debe ser fácil descargarse en la sien de uno mismo una bala del calibre nueve, precipitarse al vacío desde la última planta de un hotel en plena temporada estival o zamparse todo el frasco de barbitúricos aprovechando el silencio de la noche (lo de cortarse las venas y adentrarse lentamente en el mar lo dejaremos para los nostálgicos y los amantes de las viejas canciones). Todo depende del modo en que analicemos el asunto. Porque luego están los suicidas vocacionales, ésos que desde siempre se han tomado la vida como una afrenta y no encuentran en ella nada que les seduzca. O los impulsivos, que lo resuelven todo en un par de minutos por un simple arrebato y sin dejar constancia escrita de su estupidez. Los suicidas fracasados son los que más abundan. Avisan siempre y hasta ofrecen detalles del modo en que piensan largarse de este mundo. Tratan de conmover hasta el límite a su interlocutor y le sueltan en la cara el epitafio que prefieren para ilustrar su tumba. Pero nunca lo hacen, porque en el fondo sólo pretenden amargar la existencia a los demás y recuperar a la chica que les dejó por otro, posiblemente mejor y menos gafe.Los japoneses en esto son inflexibles. La compañía ferroviaria Japan RE ha decidido acabar con esa plaga de indeseables que se arroja a las vías del tren y provoca retrasos de más de tres horas en sus trayectos. Amenazan con reclamar hasta 15 millones de pesetas a los familiares del finado con el fin de que éste reflexione antes de cometer su hazaña. Visto así es para pensárselo bien y dejarse de romanticismos y de boleros.

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