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El Joni

Elvira Lindo

De niños estábamos ferozmente avisados: "Si un hombre te saluda, tú ni le contestes"; "No se te ocurra coger el caramelo que un hombre te regale. Tú le dices que no te gusta el dulce y echas a correr"; "No le tienes que dar explicaciones a quien no conoces, le dices sólo que estás esperando a tu madre"; "Le dices que tu padre es policía"; "No te pierdas de mi mano que aquí hay mucha gente". Estas advertencias iban acompañadas por los cuentos nocturnos en los que los niños se pierden, por su propia inconsciencia o porque la madrastra los quiere perder, los abandona en el bosque y sale corriendo. Lo más terrible es que el padre de los niños sabe lo que acaba de hacer su mujer pero está dominado por ella y consiente. Lo más terrible lo he sabido con el tiempo: quien los dejaba en el bosque tradicionalmente no era la madrastra, era su propia madre, y es posible que los adaptadores de los cuentos tradicionales no se atrevieran a escribir algo tan terrible.Son cuentos de hambre, de oscuridad (anteriores a la luz eléctrica) y de frío, cuentos en los que la niñez no era la época de la felicidad sino una dura etapa camino de la edad adulta. Entre unas cosas y otras, entre los miedos provocados por nuestros mayores y los miedos provocados por la ficción, ficción maravillosa por otra parte, los niños vivíamos momentos de mucho miedo. No sólo el miedo a perder la mano de tus padres entre una gran multitud sino el miedo añadido e irracional a que esos padres se olvidaran pronto de ti y dejaran de buscarte y tú quedaras en manos de algún ser malvado.

"No te vuelvas a perder que la próxima vez no habrá quien te salve del hombre del saco". Tan terribles palabras me las decía mi abuelo, después de que me perdiera y me llevaran a casa con la noche ya casi cerrada. Era un hombre bondadoso pero se valía de la forma antigua en que los adultos protegían a los niños contra el peligro: metiéndote el miedo en el cuerpo.

Uno se hace mayor y parece haberse librado de esos miedos infantiles, pero se tienen hijos y los miedos vuelven a aparecer, ahora con más fuerza. Si de niños tememos perder la mano de nuestra madre, cuando somos padres sentimos el terror de perder la mano de nuestro hijo. Nuestro hijo que camina confiado entre los estantes de unos grandes almacenes, mucho más confiado probablemente de lo que éramos nosotros, porque a estos niños los hemos educado sin la espada del miedo, y es en un momento de despiste suyo y nuestro en el que el niño se pierde, se aturde, comienza a correr y tal vez lo hace en sentido contrario al lugar donde nosotros estamos ya desesperados buscándolo.

Esta historia tan común suele acabar con un niño lloroso en el mostrador de información, al lado de un dependiente que por el micrófono llama a la madre. La madre acude corriendo y siente por un momento el impulso de darle un cachete al hijo, al culpable de ese mal rato que se ha llevado, pero luego lo ve llorando y pasa a sentirse culpable de haberlo perdido. Este es el desenlace de un percance que parece haberle sucedido a casi todo el mundo en algún momento de la infancia de sus hijos. Momentos de terror, de sudores, de un sabor metálico que se viene a la boca, pero que se acaban pronto, y se quedan como un capítulo normal en la vida de un niño. Pero a veces pasa lo que parece que nunca va a pasar, a veces pasa que el niño de tres años que juega con sus primos en el interior de un Pryca, se separa un momento de los otros niños y ya nadie más lo vuelve a ver y parece que se lo ha tragado la tierra. Las cámaras del hipermercado registran los pasos del niño saliendo del recinto y esos pasos se convierten en una última imagen terriblemente inquietante.

El destino de los niños es mágico, impresivible, de pronto en un accidente mortal en la carretera de Valencia el único que no ha sufrido el choque fatal es un recién nacido que duerme dentro del cuco y se convierte en un superviviente milagroso, como hay otro que desaparece en una situación que no parecía en principio peligrosa.

Cada vez que veo la foto de la madre del Joni en el periódico veo todo el desconsuelo, toda la angustia que estará pasando. Dicen que la policía le prometió que buscaría a su niño con el mismo celo que si fuera el hijo de un multimillonario. Ojalá que así sea, que aunque pasen los días no caiga en el olvido. Esa madre lo tiene presente como si se acabara de perder. No hay nada peor que un hijo desaparecido.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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