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Multitudes microondas

Las ciudades actuales producen economía, se dan a conocer en el mundo y revitalizan la existencia de sus ciudadanos mediante el nuevo procedimiento del espasmo multitudinario. En la medida en que consiguen esos objetivos, nada que objetar. Sin embargo, nadie quiere reconocer en público que esos fenómenos, cada día más frecuentes, también producen patología, distorsiones y adicción. Valencia, como otras muchas ciudades parecidas, vive también de este recurso energético que es el espasmo multitudinario.Es necesario abrir un debate sobre los riesgos de un futuro afianzado en estos es-pasmos colectivos. Nuestros políticos deben pensar detenidamente en el futuro que queremos para Valencia. Hemos creado infraestructuras más que suficientes para albergar a estas multitudes que consumen emociones, cultura y diversión. Nos falta valorar sus repercusiones en el crecimiento y bienestar de la comunidad. La aglomeración de personas no es una novedad. Siempre existieron multitudes, aunque cada época las define y caracteriza de forma distinta. A las masas de principios de siglo se le otorgaban características psicológicas, y representaban la entrada del ciudadano en la vida pública. Después vinieron las audiencias, los públicos y más tarde los llamados movimientos sociales, que fueron exponente del bienestar político y económico de las sociedades. Algunos se movían por una especie de conciencia política y anhelaban construir sociedades futuras sin guerras, discriminación de sexos y agresiones medioambientales. Otros se guiaban por cierta conciencia de grupo y se identificaban con alguna corriente de pensamiento o de acción, tratando de tener su protagonismo y expresión en la sociedad civil. Hoy se perfila una nueva multitud, que ya no es política, ni social, casi ni es psicológica, pero que forma parte de los recursos energéticos de nuestras sociedades.

Estas nuevas multitudes son, en parte, una consecuencia de las tecnologías de la comunicación. No me refiero a Internet o al correo electrónico, al menos no sólo, sino a las tecnologías que se fundamentan en el transporte rápido, en la información a tiempo real y que están produciendo en las personas una necesidad imperiosa de estar conectadas entre sí, de juntarse bajo el amparo de cualquier acontecimiento, ya sea deportivo, cultural o político. El acontecimiento que les permiten juntarse es lo de menos, lo importante es poder salir a la calle, hacer una exhibición de existencia y protagonismo, eso que hoy se le niega al ciudadano aislado y solitario.

Estas multitudes son absolutamente democráticas. No saben de sexos, en ellas participan tanto hombres como mujeres. Tampoco entienden de edades, conviven niños, jóvenes, adultos y sobre todo mayores. En ellas se juntan personas con pocos o con muchos recursos, personas con profesión o sin ella. Pero lo más característico es que tampoco distinguen ni les preocupan los temas. Esas muchedumbres aparecen y se manifiestan en los acontecimientos consumiendo espectáculo deportivo, están en los museos consumiendo cultura, en las discotecas de fin de semana y en las carreteras de los meses veraniegos, consumiendo ocio y tiempo libre, o están en acontecimientos políticos dramáticos y en los menos dramáticos, consumiendo democracia. Tampoco entienden de lugares, se mueven de un sitio a otro con tanta rapidez y facilidad como la información en la red. Primero están, luego desaparecen y más tarde vuelven a renacer donde menos te lo esperas. Cualquier acontecimiento es válido. Son espasmos del poder colectivo, de existencia y de expresión.

Son multitudes microondas. Breves pero intensas. Surgen casi sin darnos cuenta, se implantan e invaden rápidamente una ciudad, expresan de forma abierta y explosiva sus emociones, pasan del "sí sí, nos vamos a París" al "no pasa res...", o de las manos blancas a las velas nocturnas. Una multitud y unas emociones que vienen igual que se van. Eso sí, han movilizado recursos económicos, permitieron protagonismo y existencia a un barrio, pueblo o ciudad hasta entonces más o menos conocida, han dado vitalidad y dinamismo a la ciudad que les acoge en su escenificación colectiva. Y han permitido al individuo manifestarse y sentirse importante, al menos por unas horas. Luego todo vuelve a la normalidad. Son auténticos espasmos multitudinarios. No es que hagan la ola, es que son ondas electromagnéticas a miles de megahercios. Como señalaba un académico al comienzo del boom de las altas tecnologías, el individuo se pierde en la telaraña de contactos. Es un yo tan saturado de otros, de relaciones, que se disuelve en ellas. Esas multitudes pasan del espectáculo deportivo a la invasión de cualquier escenario cultural, al maratón de turno o al acto político de protesta. Expresan por unos momentos el protagonismo que se echa de menos todos los días. Los defensores de la democracia ya advirtieron de este peligro. A medida que la igualdad va instalándose en una sociedad, aumenta el sentimiento de debilidad del ciudadano aislado. Es esa debilidad la que les llevará a juntarse, a reunirse para así sentir el poder y el protagonismo individual que han perdido. Ese ciudadano desplazado por el peso de las mayorías deseará volver a sentir el protagonismo y el sentimiento de poder que concede el hecho de saberse muchos. Es una adicción. Muy pronto ya no sabrá hacer nada si no es en compañía de otros muchos. Por eso, cuando salen de vacaciones lo hace precisamente el día que salen todos. Los viajes son de grupo, paquetes de ocio ofertados por agencias de viajes que les garantizan lo que más anhelan, ir juntos y vivir en compañía el resto del viaje. Por eso, al margen del recurso económico que eso conlleva, son importantes las grandes pantallas de televi-sión para ver el final de una competición. La pantalla individual, la del hogar, ya no cumple la función microondas. Y por eso el joven, en el fin de semana, se siente más a gusto en las multitudes noctámbulas. Se trata de conectar lo más posible con todos.

Esta multitud se ha convertido en un recurso energético de valor incalculable por la cantidad de dinero que mueve, pero también por las dosis de falsa confianza interpersonal y de protagonismo que genera. Un recurso energético que crea en los ciudada-nos los hábitos y sentimientos necesarios para afianzar el proceso de globalización. Además, este recurso no tiene límites, no necesita un crecimiento cero, como sucede con los recursos naturales que manejan las sociedades industriales. El consumo de información y comunicación tiene un crecimiento infinito y exponencial. Por eso es urgente introducir un debate sobre su futuro en la agenda de los políticos. Las multitudes microondas tienen sus patologías. Podrían colapsar cualquier intento de identidad social, pueden contradecir políticas sociales de ayuda a viejas instituciones, o conducir a jóvenes y mayores a vivir espasmódicamente entre multitudes, de forma que les incapacite para afrontar situaciones en las que no exista el amparo de la multitud. Podemos estar reforzando una mayoría demasiado absoluta. Las violencias interpersonales, esas que buscan protagonismo, son un indicador claro de alarma.

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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