Artur Mas o Duran Lleida XAVIER BRU DE SALA
Tanta es el hambre de nuevo liderazgo propio en CDC, tanto el miedo a tener que depender de Duran Lleida, que la calculada insinuación de Artur Mas ha suscitado en pocas semanas una piña a su alrededor que en otro tiempo hubiera sido impensable. Al contrario, bastaba que algún masover osara empezar a perfilarse como hipotético futurible para que los demás iniciaran su inmediato acoso y derribo. Si Mas se hubiera postulado antes, se lo habrían comido sus propios compañeros. De haber hablado con mayor contundencia, la reacción inicial de Pujol se habría teñido de disgusto. A nadie le gusta que le jubilen. Si hubiera esperado unos meses, la creciente consolidación pública de Duran Lleida habría convertido el anuncio de su disposición en un intento desesperado y suicida de cortarle el camino al sucesor natural de Pujol, a la esperanza electoral de CiU. En este sentido, Mas ha demostrado ser un acertado administrador del tempo político y de la gradación de los mensajes, sobre todo si se refieren a su propia persona. Ya lo demostró hace año y medio cuando, con ocasión de la designación del candidato de CiU a la alcaldía de Barcelona, dejó que Joaquim Molins se estrellase en su lugar frente a Clos (no me cabe duda de que si los cálculos previos hubieran sido más proclives a una alcaldía nacionalista, Mas estaría en el palco sur de la plaza de Sant Jaume, no Molins).Luego está la renuncia de Pere Esteve. Le ha costado un duro aprendizaje, pero demuestra que empieza a entender de política (recuerden que su primer lema consistía en machacar "después de Pujol, Convergència", es decir todos y no uno, lo contrario de lo elemental). Total, estaba cantado que le iban a echar igualmente, pues retirándose cambia resquemores, follón interno y víctimas, por elegancia y buen hacer. Si algo falla en las previsiones, que todo puede pasar, ahí está Pere Esteve, imposible encontrar persona mejor dispuesta a tomar la decisión que convenga al partido, aun a costa de su autoinmolación. Si no hay fallos y todo va como una seda, deberán darle las gracias a él, empezando por Mas. Pocos precedentes debe de haber de obstáculo autotransformado en alfombra. La renuncia de Esteve significa la consolidación de Mas como sucesor indiscutible de Pujol en el partido. Mas reparte el presupuesto, Mas lo modifica, Mas da a conocer las inversiones, Mas habla por todos, Mas sale veinte veces por semana en los informativos de TV-3, Mas se dispone a controlar el partido. Pero antes de presentar su candidatura, Mas quiere hablar con todos los que pintan algo, uno por uno: hay que hacer las cosas tan bien que si alguien tiene algo que objetar debe decirlo antes, a riesgo de ser apuntado en la lista negra. Tal como están las cosas, quien no suba al tren de Artur Mas se quedará en la estación.
Sólo entonces, cuando cuente con el refuerzo de la sumisión incondicional en CDC, aparecerá ante los focos el verdadero rostro, dinámico, salvador, decisivo, del nuevo líder, el sucesor, el ungido, el unánime, el único. Cuando el partido mayoritario de una coalición aclama así al delfín, el padre del delfín ya puede retirarse (y no digamos la competencia). Vista la dinámica cesarista que se está perfilando -recuerden la entronización de Vespasiano o la de Claudio-, dudo que ni el mismo Pujol pudiera, en caso de quererlo, echar agua al vino de la sucesión. O se queda de reina madre, agradeciendo que Mas, provisto ya de toda la fuerza del partido, se abstenga de empujarle, o le cede el paso antes de acabar la legislatura.
El camino sería de rosas si no existieran Unió y Duran Lleida. Con mano negra denunciadora de las irregularidades en Treball o sin ella, Unió no está en su mejor momento. Duran se limita a avisar: por la vía del proceso interno en Convergència, sin contar con Unió, se facilita el futuro triunfo de Maragall. Es probable. Pero también lo es que dentro de 10 o 20 meses Mas esté tan consolidado que Duran Lleida sea la última dificultad por vencer. O se sacrifica siguiendo el ejemplo de Esteve o va a ser él el culpable de la posible derrota. Lo de la fusión o un sucedáneo convincente sólo sería posible si CDC se encontrara descabezada. Negarse a ella mientras el partido mayoritario aclama a su nuevo emperador es resistirse a desaparecer, no presentar una alternativa.
Las esperanzas presidenciales de Duran Lleida han dejado de estar en la posibilidad de que, a falta de otra opción y a la vista de un inminente naufragio, Convergència le aceptara como líder. Ahora las cosas no van por ahí. A Duran sólo le queda su labor como conseller -contar con amigos en todos los azimuts del orbe planetario, obtener concesiones del Gobierno central, reformar por consenso el mapa de la organización territorial de Cataluña- y una fortificada espera en el partido, encima tranquila, pues cualquier leve pérdida de nervios puede acarrearle nuevas acusaciones de marrullero. Nadie le toma por un secundario, pero está abocado al triste papel de segundo en discordia. ¿Cuenta con bazas todavía? Su cartel en los medios de comunicación no controlados por la Generalitat es bastante superior al de Mas. Pero eso no significa tanto como parece. Su baza es que Mas se deshinche. Mientras no se demuestre lo contrario, está claro que Duran es uno de los cinco fuera de serie de la política catalana -los otros son Pujol, Serra, Roca y Maragall-. El perfil de Mas, en cambio, es bajo, suele mostrarse anodino y cansino, poco convincente, desprovisto de entusiasmo, sin otro discurso que la reiteración de una aburrida y nada alegre ortodoxia. Para él la política es un cubo de Rubik. La batalla interna de CiU parece decidida. CDC ha formado un castell para auparle, para que parezca más alto que Duran. Veremos cuántos se lo creen. Veremos si, dentro de un año, los sondeos desmienten o confirman las opciones electorales de Mas frente a Duran. Se aceptan pronósticos, siempre que valoren la capacidad de uno y otro para recuperar el tropel de votos de CiU que se van pasando al PP.
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