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Demagogia en vena

Juan José Millás

Como la droga está prohibida, el Gobierno ha habilitado unas salas para que usted se pinche sin temor a ser detenido y con todas las garantías higiénicas. Dado que desde el punto de venta ilegal a la narcosala legal hay 700 metros, las autoridades están dándole vueltas también a la idea de poner unos todoterrenos a disposición de los usuarios. En las salas de venopunción (así las llaman) habrá además personal especializado en analizar la droga ilegal que usted acaba de adquirir sin problemas, para decirle si está adulterada o no y en qué grado, de modo que usted sepa si corre peligro de muerte al inyectársela. En tal caso, no se la cambiarán por otra, pues se supone que usted ya es mayor para decidir por sí mismo si se la pone y muere o si sale en pleno mono a dar un tirón de 1.000 duros para comprar otra dosis con menos arsénico. A todos nos parece mal que la droga se mezcle con matarratas o con mármol pulverizado, pero de eso no tiene la culpa nadie: es un efecto secundario de la prohibición. El caso es que no se puede medir su calidad hasta después de adquirida porque hacerlo antes significaría vulnerar la ley. No intente usted entenderlo. Se impone el tirón, en fin, o el atraco a punta de navaja, que aunque también están prohibidos son más rápidos que hacer las cosas bien.La droga es una mercancía muy curiosa en el sentido de que siendo completamente ilegal circula por todas partes, y en unas cantidades sorprendentes. Muchos piensan que se podría legalizar para que circulara menos sin tener en cuenta que la droga mueve aproximadamente un tercio de la realidad. Legalizarla significaría ilegalizar de hecho la tercera parte de la realidad. Treinta partes de cada cien. A ver quién se atreve.

Si te pones a pensarlo, son más las cosas prohibidas, pero toleradas, que las obligatorias, aunque inalcanzables. Si uno cae, por ejemplo, en la ingenuidad de leer la Constitución, y de creérsela, advertirá en seguida que tenemos derecho a un montón de cosas que no existen. Pensemos en la cantidad de gente que carece de un trabajo digno o de una vivienda digna, aunque dispone de narcosalas desinfectadas para meterse heroína por un tubo. Lo curioso es que la heroína no aparece por ninguna parte en la Carta Magna (así la llaman) ni como obligación ni como derecho.Y quien habla de la vivienda o del trabajo, puede hablar de la sanidad también, pues hay más colas para operarse que para pincharse. Y de momento se muere más gente en las listas de espera que en las salas de venopunción.

Con todas estas contradicciones se podría escribir un artículo demagógico estupendo si la realidad no se le hubiera adelantado a uno. La realidad es muy demagógica, en fin. Busca votos más que soluciones. La realidad consigue que el invento de las narcosalas pase por una acción progresista cuando es algo así como prohibir la atmósfera, pero habilitar espacios legales para consumir el oxígeno previamente prohibido. Y lo cierto es que cuela. ¡Qué autoridades más tolerantes tenemos!, se dice uno a sí mismo, cuando no hacen otra cosa que premiar con la mano izquierda lo que castigan con la derecha. Así, mientras hablan de las bondades del empleo fijo con una boca, aseguran con la otra que hay que flexibilizar el mercado del trabajo (así lo llaman). Y al mismo tiempo de declararse partidarias de la sanidad pública contratan médicos condenados por traficar con enfermos entre en ambulatorio y la consulta privada.

La realidad tiene muchas bocas, de manera que puede decir con cada una lo que quiera llevando razón puntualmente con todas. El otro día la pantalla del aeropuerto de Barajas anunciaba que ya había salido un vuelo que continuaba en tierra. Eso es lo que uno llama una pantalla demagógica. Los pasajeros estaban atónitos porque uno tiende a creer más en las pantallas que en su propia percepción de las cosas. A mí me dicen por la megafonía que mi vuelo ha salido, aunque ni siquiera se haya embarcado, y pienso que lo he perdido por mi culpa. La realidad siempre cuenta con el sentimiento de culpa de los otros, aunque ella es completamente amoral cuando no descaradamente obscena. Quiere decirse que uno no está contra las narcosalas, sino contra el absurdo. O sea, que por una parte están bien, aunque por otra son una locura. Lo malo es que a los que nos ganamos la vida con la demagogia nos la han puesto más cara que la heroína. Casi preferiríamos que la prohibieran con una mano para incitar a su consumo con la otra. Todos tenemos derecho a vivir. Lo dice la Constitución.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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