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Villalobos, un ciclón sin rumbo

Gabriela Cañas

Celia Villalobos quería ser ministra; pero no de Sanidad. Hace años, cuando fue elegida eurodiputada y tuvo que ponerse a aprender francés a marchas forzadas, confesó que no le importaría ocupar la cartera de Trabajo. Ahora, después de haber logrado la mayoría absoluta para su partido en la alcaldía de Málaga, le hubiera apetecido un departamento más tranquilo, como Medio Ambiente.Pero José María Aznar, del que a Villalobos le gusta todo, "hasta el bigote", le reservó el Ministerio de Sanidad y Consumo, mucho más complicado, y un mes después de tomar posesión Villalobos se ha convertido en el más controvertido miembro del nuevo Gabinete, con nombramientos discutidos, desplantes parlamentarios y poca capacidad de reacción ante la crisis desatada por los médicos al denunciar la muerte de pacientes en lista de espera para cirugía cardiaca.

Amigos y enemigos coinciden en señalar que Celia Villalobos se crece en la adversidad, y así lo ha demostrado desde la cartera de Sanidad, manteniendo una actitud firme -prepotente, dicen sus adversarios- ante sus atrevidas e inesperadas decisiones. Porque su primer nombramiento no encaja con su fama de elemento progresista dentro del PP, capaz de defender el aborto y romper la disciplina de partido en la ley de parejas de hecho. Nombró como principal asesor a Ramiro Rivera, un médico de 67 años representante de la derecha más conservadora, defensor de la medicina privada, condenado por el Tribunal Superior de Madrid por desviar enfermos de un hospital público a su consulta privada en una sentencia después confirmada por el Tribunal Supremo.

El nombramiento fue efectivo diez días después de que Celia Villalobos tomara posesión de su cargo. Para entonces, el viejo equipo de José Manuel Romay ya había enfermado seriamente de perplejidad. Mientras el resto de los ministros se apresuraban a nombrar sus segundos de a bordo, Villalobos se limitaba a poner despacho a su amigo Ramiro Rivera y sentarle a su lado para recibir y pedir cuentas a sus altos cargos, como hizo con el presidente del Insalud, Alberto Núñez Feijóo, mano derecha de Romay y ministrable en tiempos. Los técnicos, con cargo de director general para abajo, nunca fueron recibidos y han ido abandonando el ministerio sin haber podido siquiera presentar sus balances a la nueva ministra.Porque tras cuatro semanas en el departamento, Villalobos ha sido Atila con los colaboradores de su predecesor en una reestructuración con pocos precedentes en un cambio ministerial del mismo color político. Para Celia Villalobos, algunos de los cargos de José Manuel Romay son demasiado rojos (eso cree alguno de los destituidos), lo cual tampoco encaja con su fama. Su antecesor, Romay Beccaría, siguió contando bajo su mandato con estrechos colaboradores de la ministra socialista Ángeles Amador. A Villalobos no le ha servido ninguno.

Esta actitud viene a corroborar otro rasgo de su personalidad en el que varios coinciden: su desconfianza. De manera que el nuevo equipo que ha ido formando es difícilmente encuadrable en un área ideológica común. Lo importante son sus lazos personales. Ramiro Rivera es amigo de aquellos años de oposición, cuando su marido, Pedro Arriola, asesoraba a José María Cuevas en la CEOE (Confederación Española de Organizaciones Empresariales) y al propio Rivera. Ahora, Arriola asesora a Aznar y a Telefónica.

El nuevo subsecretario, Julio Sánchez Fierro, es amigo de muchos años, como ella misma reseñó, al igual que la nueva jefa de Gabinete, Isabel Torné, que proviene del PP y la sanidad andaluza. Este viernes ha sido nombrado director general del Insalud Josep María Bonet, un hombre considerado progresista que -ésta es la clave- trabajó con el hermano de la ministra en el hospital Costa del Sol de Marbella.

Así las cosas pocos se atreven a aventurar opiniones sobre el próximo futuro de la sanidad española. De Sánchez Fierro se puede esperar continuidad (viene del Ministerio de Trabajo) y espíritu negociador. De Rivera y de Rubén Moreno (presidente del Insalud, recién llegado del equipo de Zaplana), mayor concurrencia privada. De Bonet y Torné, defensa de lo público y modernización en la gestión.

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La nueva ministra se niega de momento a conceder entrevistas para exponer su proyecto sanitario, pero se ha prodigado en opiniones personales y comparecencias polémicas.

Hasta hace pocos años, de Celia Villalobos se podía esperar, sobre todo, mucho ruido. Tiene una personalidad arrolladora. Es simpática, posee el precioso don de conectar con la gente, respeta poco el protocolo y sufre una incontinencia verbal que le obliga a entrar a todos los trapos. Por eso, siendo ya ministra, es capaz de decir que su marido le asesora gratis, que el modelo andaluz de los socialistas en la sanidad es estupendo -aunque luego se desdiga- y que nombrar asesores es competencia exclusiva suya.

Nadie que la conozca destaca el hecho de que tenga un proyecto político bien cimentado en la cabeza, pero sí señalan su olfato político para saber qué es lo que le importa a la gente y, por tanto, qué es lo que hay que ofrecer. En Málaga prometió limpieza y seguridad y eso fue lo que dio a la ciudadanía. "Además, hizo una cosa que tiene menos brillo pero muy importante", dice un periodista local. "Enjugó de forma importante la deuda municipal". Por el contrario, se ganó el apodo de reina de las maquetas, de tanto presentar obras magníficas que casi nunca se hicieron realidad. Pero lo cierto es que hace un año su gestión fue recompensada con la mayoría absoluta en las urnas municipales.

Siguiendo ese instinto, Celia Villalobos ya ha defendido públicamente, y a ultranza, la sanidad pública, la libre elección de hospital y médico y la gratuidad como principio. Lo que quizá menos esperaba es que los colegas cirujanos vasculares de su asesor Ramiro Rivera la recibieran con una tormenta sin precedentes sobre las listas de espera. Una crisis que ya le ha hecho prometer un objetivo imposible: terminar con ellas. Pero ahora Villalobos está bien curtida en los correosos y gigantescos mecanismos de la gestión pública -de la que se quejó en ocasiones- tras cinco años de política municipal.

Jorge Verstrynge, antiguo compañero de filas en Alianza Popular, la describe como "una mujer trabajadora, inteligente, de ideas independientes y muy arropada por la patronal empresarial", y añade: "Conocí a mucha gente impresentable en AP y ella, al menos entonces, no lo era". Celia Villalobos advierte que las cosas cambian: cuando tenía 17 años estaba próxima a Comisiones Obreras y ahora tiene 51 años y es del PP.

En veinte años ha forjado una carrera política que ha rendido importantes beneficios al partido. Ella, junto a Luisa Fernanda Rudi, Isabel Tocino y Teófila Martínez, entre otras, fueron las mujeres batalladoras del partido. Ahora, con sólo cuatro semanas en Sanidad, ha logrado desgastar un tanto su imagen, pero dispone de cuatro años para gestionar el ministerio que con 4,4 billones de pesetas anuales más dinero mueve y más toca, para bien y para mal, al ciudadano.

Atrás quedaron los años de lucha desde la oposición y los exilios dorados. Ella, fiel a Rodrigo Rato, formó parte de ese grupo del PP que creyó en Aznar para auparlo al liderazgo del partido. Ahora, por fin, ha obtenido su recompensa en el poder central.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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