El desfile JOAN DE SAGARRA
Barcelona, sábado, 27 de mayo, 11.00 horas. Llevo media hora en la esquina de la calle de Lleida y la avenida de Rius i Taulet, bajo un plátano situado en la entrada del hotel Fira Palace, justo en la encrucijada por donde va a iniciarse el desfile, el desfile del Día de las Fuerzas Armadas, dentro de aproximadamente una hora, según me informa un geo, muy simpático, que me ofrece un Fortuna -"no, gracias; sólo fumo cigarros, habanos"- y que dice llamarse Antonio y ser hijo de Almería.No he ido al desfile, a presenciar el desfile, por facha, por españolista, por militarista, ni tampoco he ido como infiltrado, como separatista, catalanista o simplemente pacifista, para tocar els collons al Ejército "español" y echarme un pedo cuando pasase la cabra de la Legión. Un pedo o una llufa. He ido al desfile porque desde niño me encantan los desfiles militares.
A las 10.00 horas he llegado con un taxi a la plaza de Espanya y me he dirigido a pie hacia la calle de Lleida. Al llegar a la calle de Lleida, un policía nos ha dicho (éramos algo más de un centenar): "Los que tengan invitación, por la derecha; el público, por la izquierda". Y hemos tomado la izquierda, calle de Lleida arriba, hasta que hemos topado con un control. Allí, un policía de uniforme y otro de paisano han escudriñado bolsos y bolsas y hasta han cacheado a algún tipo que, ignoro por qué motivo, les debió de llamar la atención. Todo muy correcto.
10.30 horas. Me instalo bajo el plátano de la esquina de la calle de Lleida con la avenida de Rius i Taulet, ante la puerta del hotel Fira Palace. Primo, porque ahí, en esa encrucijada, se inicia el desfile. Secundo, porque así puedo apoyar mi espalda, o el culo, si es preciso, en el plátano, y Tertio, porque si me aburro puedo escaparme al hotel, a tomar una copa.
11.20 horas. Comienza el espectáculo. En el número 19 de la calle de Lleida unos vecinos descuelgan en la fachada una bandera catalana, independentista, de unos 15 o 20 metros. "¡Hijos de puta!", grita una señora, justo a mi lado, mientras la parroquia, más bien facha, que ha ocupado la esquina de la calle de Lleida con la avenida de Rius i Taulet acoge a los independentistas, que se muestran, al parecer orgullosos, en la ventana del piso, con una gran pitada.
11.40 horas. La vecina de encima del piso de los independentistas orgullosos sale a la ventana con una improvisada bandera nacional, española roja y gualda, y es recibida con un tornado de piropos y gritos de "¡España, España!", los cuales entretienen al personal y colman a la vecina, si no de orgullo patrio al menos de profunda y exhibicionista satisfacción. Y llegamos a las 12.10 horas, punto culminante del espectáculo. Un caballero de mediana edad, más bien tirando a maduro, se pone a trepar por un plátano -justo enfrente del número 19 de la calle de Lleida-, confundiéndolo, al parecer, con un cocotero. El hombre va, sin duda, a por el coco, a por sus más que merecidos, merecidísimos instantes de gloria, y más sabiendo que tres cámaras de televisión le enfocan los pies, las piernas, los muslos y el culo rampantes. En mi entorno, los fachas se preguntan: "Mira el chalao ése, ¿será de una oenegé o será un nacionalista que quiere desplegar otra banderita o cagarse en una tanqueta?". Los policías se arremolinan bajo el plátano, pero el caballero rampante se viene abajo antes de que éstos intervengan. El pobre tipo se desliza en un santiamén por el tronco del plátano, la bulla aplaude la hazaña y una viejecita, detrás de mí, suelta: "Jesús, cómo debe de tener los cojones el pobre hombre. Como para hacerse una tortillita con las cinco barras".
Y a eso de las 12.30 horas se inicia el desfile, un desfile que durará apenas media hora. Me aburro. Los chicos desfilan sin convicción. Será que los marramiaus de los políticos de uno y otro signo, a favor o en contra del desfile, les han quitado las ganas. Les falta campo, perspectiva, historia para desfilar. Les falta la Diagonal. Y falta la cabra, la cabra y mis legionarios. Demasiada oenegé, demasiado Federico Trillo, demasiada senyera independentista, demasiada puta y demasiada ramoneta, convergente y unionista; demasiados fachas y demasiada ignorancia. ¿Qué se hizo del ministro de la Guerra, del sociata Narcís Serra, y de su Sancho Panza, el tendero Lluís Reverter, que lograron reconciliar pueblo y Ejército en momentos harto difíciles?
Me faltan la cabra y mis legionarios. Porque yo soy un niño criado con Beau Geste, con Morocco, con Grand Jeu, con La Bandera... Un niño al que le contaron que en 1939, el año de la victoria franquista, 3.052 españoles (y, entre ellos, numerosos catalanes), procedentes del derrotado ejército republicano, se enrolaron en la Legión extranjera francesa para luchar contra los alemanes, contra los nazis. Y es probable que algunos de estos legionarios de origen español, republicano, y catalán, fuesen los mismos que en 1945 asesinaron a miles de argelinos que pedían una migaja de libertad, de igualdad y de fraternidad a la República Francesa. Y es probable que alguno de estos legionarios, republicanos, de origen español o catalán, se ensañase, violase y asesinase a alguna muchacha argelina, como los soldados moros de El Mizzian -el único oficial marroquí del ejército de Franco- hicieron, entre otras, con una adolescente, no sé si catalana, que trabajaba en una fábrica textil de Barcelona. El Mizzian entregó la adolescente a sus moros como botín de guerra. "Oh, no vivirá más de cuatro horas", dijo El Mizzian. "Supongo que Franco siente que tengan que ser entregadas mujeres blancas a los moros, pero es que todavía no han cobrado".
Huelga decir que yo detesto las violaciones, los asesinatos, los botines de guerra y las guerras, aunque las considero desgraciadamente inevitables, como los ejércitos, mientras no se demuestre lo contrario, pero, puestos a desfilar, prefiero a Gary Cooper y a las piernas maravillosas e interminables de Marlene Dietrich arrastrándose por el desierto, antes que el culo y los cojones del anónimo héroe de ayer deslizándose por un plátano de la esquina de la calle de Lleida con la avenida de Rius i Taulet. Y la cabra, adoro las cabras.
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