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El Fondo vuelve al fondo

Soledad Gallego-Díaz

En el verano de 1940, el vicecónsul japonés en la ciudad lituana de Kaunas, un caballero llamado Chiune Sugihara, extendió visados de tránsito a miles de aterrorizados judíos que querían huir del país y de la presencia nazi alemana. Chiune tomó esa decisión pese a recibir estrictas instrucciones en contra por parte de sus superiores en Tokio. A su regreso a Japón fue forzado a abandonar la carrera diplomática, recibió una pequeña pensión y completó sus magros ingresos vendiendo bombillas puerta a puerta.Un historiador norteamericano ha escrito ahora un extenso libro para intentar explicar por qué un tímido diplomático japonés hizo lo que no hicieron sus colegas francés, británico y estadounidense: arriesgar su carrera para salvar familias judías bálticas. Sugihara se hubiera quedado sorprendido de que alguien necesitara buscar explicaciones. Para él, el libro hubiera sido necesario para intentar justificar lo contrario. De hecho, cuando muchos años después los israelíes le nombraron hombre justo, Chiune Sugihara se limitó a decir: "No podía hacer otra cosa porque se me caía la cara de vergüenza".

Algunos economistas y ejecutivos de organismos internacionales empezaron a pensar lo mismo respecto a la situación en África: si no hacían algo se les caería la cara de vergüenza. El grupito estaba de alguna forma encabezado por Michel Camdessus, quien antes de abandonar la dirección del Fondo Monetario Internacional lanzó un grito de alarma: los países del África subsahariana, que estaban creciendo al 6% anual a mediados de los 90, habían visto reducido ese discretísimo ritmo por culpa de guerras y corrupción, pero también de catástrofes naturales y enfermedades, a menos de un 3%. Es decir, la mayoría de los países de África no sólo no estaba consiguiendo reducir sus niveles de pobreza, sino que, por el contrario, iba a ver cómo la primera década de 2000 le traía más miseria y enfermedad.

Pareció ciertamente que la vergüenza de Camdessus, los discursos de Kofi Annan, y, sobre todo, la actitud más receptiva de Bill Clinton iban a servir para algo: la ONU creó el "mes de África", se aprobaron fondos para luchar contra la malaria (enfermedad que, según los economistas y el Financial Times, le cuesta al PIB africano 100.000 millones de dólares), Washington levantó restricciones comerciales a 48 países, la Unión Europea decidió reducir sensiblemente la deuda a otros tantos, y hasta algunas empresas farmacéuticas anunciaron un acuerdo para reducir el precio del tratamiento del SIDA (Suráfrica perderá una cuarta parte de su población en los próximos diez años por culpa de esta enfermedad, otro dato que debería publicarse en las páginas de economía y no en las de sanidad).

Todas estas medidas fueron bienvenidas, pero lo que más esperanza provocó fue la apertura de un interesante debate sobre el papel de los organismos internacionales (como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) en la lucha contra la pobreza extrema. "Ésa sí que es una discusión prometedora y realista", confesó Camdessus.

Lamentablemente, esa discusión ha terminado. El nuevo director gerente del FMI, el alemán Horst Koehler, que ha llegado al cargo después de una dura batalla, lo ha dejado claro en su primera intervención pública, anteayer, jueves, en Washington. El FMI, vino a decir, necesita reformas, pero desde luego una de ellas no es ocuparse de aliviar la pobreza en el mundo. El organismo debe concentrarse en asuntos monetarios y financieros y abandonar cualquier otro tipo de veleidades. Koehler volvió al discurso duro: para mantener al euro sólido, Europa tiene que reformar los sistemas de seguridad social, el mercado de trabajo y los impuestos... Y en los países subdesarrollados lo que hace falta es mano dura con los precios para que estén ajustados a los costes y reducción del número de funcionarios... Horst Koehler no cree que haya que tener vergüenza. En la misma conferencia de prensa explicó que tanto él como los gobiernos con los que habla no están dispuestos a que "las opiniones de la sociedad civil socaven las decisiones de las instituciones democráticamente elegidas".

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