La casa es vuestra, 'pishas'
Esta semana, la vida irrumpió en la casa del Gran Hermano. Nacho abandonó por causa familiar grave justo cuando se iniciaba su romance con Vanessa. Y Jorge, el sobreactuado filósofo castrense convertido en carne de imitadores, no resistió la llamada de Mariajo y se lanzó a una aventura que, bueno, ya veremos. La crisis se agudizó con el bajón anímico de Marina, que prometió rajarse pero que reconsideró su decisión, quizás porque, al igual nosotros, sentía curiosidad por saber cómo serían los nuevos.Como en los mejores culebrones, la savia de personajes inéditos renueva la sangre narrativa de la historia. Además de una viscosa rana, que apareció en la piscina siguiendo la estela del gallo, del loro y de los peces, los responsables de Gran Hermano pusieron toda la carne en el asador y sorprendieron con una carambola de fichajes: Mónica, Koldo e Íñigo.
¿Qué pasará? ¿Tratarán los veteranos a los novatos con la crueldad propia de la vida cuartelera? ¿Les someterán a novatadas u optarán por un civilizado buen rollo? Mónica parece diseñada para seducir al inoxidable Iván y para exacerbar la mítica competitividad femenina. Koldo, en cambio, quizás contribuya a elevar un poco el nivel de las conversaciones y a rebajar las dosis compulsivas de karaoke. En cuanto a Íñigo, parece el hermano fondón de Bertín Osborne y promete largas sesiones de chistes.
En el plató, mientras tanto, se reencontraron Mariajo y Jorge, Israel y Silvia, pero los minutos transcurrían sin conseguir zafarse de su condición de relleno. Ni siquiera el docudrama de Mariajo, que aprovechó el poder de la televisión para redimirse de su pasado ante España entera con una mezcla de pánico y valentía, ni el discurso de Jorgito, que le dio una lección a las autoridades eclesiásticas que critican Gran Hermano con una encendida capacidad de perdón, lograron aplacar la expectación.
Lo importante era ver entrar a los nuevos y comprobar la reacción de los veteranos. Ni siquiera las nominaciones, que los concursantes se tomaron a pitorreo, hicieron que el tiempo se acelerara. Y por fin, a las doce de la noche, llegó el gran momento. Al enterarse de la llegada de los nuevos, la reacción fue lógica y comprensible: aplausos, cánticos y sonrisas. Falsos, por supuesto. Como suelen serlo en televisión.
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