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BALONCESTO NBA

'Bilardo' Dunleavy

Santiago Segurola

La miserable estrategia de Mike Dunleavy frente a los Lakers es el peor ataque posible a la esencia del baloncesto y al compromiso que la NBA tiene como bandera universal del juego. Al entrenador de los Blazers le caben los peores calificativos por su decisión de provocar faltas deliberadas y constantes sobre Shaquille O'Neal en los seis últimos minutos del primer partido de la final de la Conferencia Oeste. En su afán por bilardear el juego, convirtió el último cuarto del encuentro en un espanto. O'Neal lanzó 25 tiros libres en dicho cuarto, que tuvo una duración real de 57 minutos y nada de baloncesto por el desprecio de Dunleavy a la moralidad de la competición, a sus rivales, a los espectadores, a su condición de técnico y, muy especialmente, a sus propios jugadores. Daba pena ver a muchas de las más brillantes estrellas de la NBA -Pippen, Smith, Sabonis, Schrempf-,- convertidos en infantiles instrumentos del burdo Dunleavy.En lugar de jugar al baloncesto, que es lo que les ha dado gloria, se dedicaron con escaso entusiasmo a cometer faltas sobre O'Neal cada vez que los Lakers ponían el balón en movimiento. Todo porque el pívot de los Lakers ofrece unos deficientes porcentajes en los lanzamientos de tiros libres. Dunleavy renunció a cualquier idea de superar a su adversario a través de la habilidad, del talento, de la inteligencia, para buscar la victoria por la vía de un presumible desplome de O'Neal en los tiros libres. Si eso significaba la negación absoluta del juego, si eso significaba la explícita aceptación de la inferioridad de sus hombres con respecto a los de los Lakers, poco le importó a Dunleavy, que no se apeó de su vergonzosa decisión, a pesar de la indignación de sus jugadores. "Shaquille hizo su trabajo y nos hizo parecer unos estúpidos a los ojos de la gente", declaró Pippen tras el partido. La irritación de Sabonis, que no consiguió un solo punto, estaba más que justificada. Porque además, la maniobra de Dunleavy tuvo un efecto desastroso sobre los Blazers, que llegaron a ponerse a nueve puntos a falta de seis minutos. Cuando terminó el encuentro, su desventaja fue de 15 puntos. Dunleavy les rompió el ritmo de ataque y les hizo sentirse perdedores sin motivo. Con otro añadido: en su torpe decisión, el técnico de los Blazers atacó el orgullo de O'Neal, de Phil Jackson -entrenador de los Lakers-, de los jugadores del equipo de Los Ángeles y del público que acudió al partido. Desde los mejores tiempos de Magic Johnson, no se había visto una reacción más emotiva de la hinchada de los Lakers con su equipo. O'Neal hizo su trabajo con una dignidad extraordinaria: falló seis lanzamientos seguidos, pero convirtió siete de una tacada a continuación. Jackson le mantuvo en la pista, confió en él de la manera en que Dunleavy no confió en sus jugadores, y demostró a su zoquete colega la sideral diferencia que separa a los entrenadores que saben lo que significa la NBA de aquellos que parecen pagados por el enemigo de una competición maravillosa.

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