La familia del Lliure JOAN DE SAGARRA
La Fundació Teatre Lliure-Teatre Públic de Barcelona se despide oficialmente (en la práctica parece ser que habrá que aguardar todavía algunos meses) de su vieja sede en el barrio de Gràcia para instalarse en su nueva sede del Palau de l'Agricultura, en lo que un día será, si los dioses lo quieren, la Ciutat del Teatre. Una Ciutat del Teatre que antes y después de la, para algunos, electoralista bendición del proyecto de la misma por parte del alcalde Clos levantó ampollas. Antes: cuando un periodista de La Vanguardia le preguntó al comisionado del proyecto sobre ciertas discrepancias con el mismo, apuntadas por personas próximas al comisionado, y éste le respondió: "¿Y a usted qué le importa?". Y después: cuando tras la electoralista, sorpresiva, precipitada o lo que sea bendición del alcalde, su amigo Daniel Martínez (Focus), que se esperaba una bendición más bien protocolaria para quedar bien con el ex alcalde Maragall (que había encargado el proyecto), pero en modo alguno rotunda, sin peros, y con el peligro de llegar a ser, a convertirse en decisiva, operante, recibió una llamada del alcalde Clos para que se ahorrase unas declaraciones que podían resultar en aquel momento "inadecuadas", al tiempo que le pedía disculpas por su electoralista, inesperada, precipitada o lo que fuese bendición -"tal vez nos hemos equivocado"-, asegurándole que todavía faltaba mucho para que la Ciutat del Teatre fuese una realidad, la realidad dibujada en el proyecto del comisionado.Pero dejemos la Ciutat del Teatre, que a mí, la verdad, ni me va ni me viene; lo que a mí me interesa es el Lliure. Y el Lliure se despide de su vieja sede, en Gràcia, con L'hort dels cirerers, de Chéjov. En el programa de mano, el director del espectáculo, Lluís Pasqual, director a su vez, con Guillem-Jordi Graells, de la Fundació Teatre Lliure-Teatre Públic de Barcelona, escribe: "Cadascú té el seu hort. En l'espai mental però també en un espai físic concret. I l'hort del Lliure és aquest teatre, una sala que inclou un equip de gent i uns espectadors. La família del Lliure, que m'agrada pensar que és un grup humà ampli i generós".
Y en el espectáculo que firma Pasqual hay un momento en que el huerto, el cerezal de Chéjov, se identifica plásticamente con una maqueta, iluminada como un pastel de cumpleaños, del Lliure de Gràcia. Un cómico, que se confiesa gran amigo del Lliure -"dans le théâtre, les amis et les ennemis... ce sont les mêmes", sentenciaba un tramoya de Vilar hace un montón de años, en un barucho de Aviñón-, me dice que "l'hort", "l'hortet", es el teatrito de Gràcia, y la "casa", o mejor, el "palau", es el Palau de l'Agricultura, cuyo futuro inmediato va incluido en el proyecto de la Ciutat del Teatre cuyo comisionado no es otro que el mismo Lluís Pasqual. El chiste es malo y, por desgracia, usual entre la gente de la profesión. Para mí, lo del Lliure convertido en cerezal me parece obvio. Georges Banu tiene un libro en el que ya identifica el cerezal de Chéjov con todos los teatros de nuestro mundo, y además no hay que olvidar que Pasqual, en 1985, con Un dels últims vespres de Carnaval, su memorable Goldoni, ya jugó con el Lliure: él dejaba la familia, la casa, para irse a Madrid -como el personaje de Goldoni se iba a Rusia-, y ahora él y la familia del Lliure dejan "l'hort" para irse, en camino inverso al anunciado por Macià, al "palauet", al Palau de l'Agricultura. O no tan inverso.
Él y la familia del Lliure, "que m'agrada pensar que és un grup humà ampli i generós", dice Lluís Pasqual. Pues me encanta que le agrade pensar que así es la familia del Lliure, amplia y generosa, pero más que le agrade pensarlo me encantaría que así lo creyese, porque medios para creerlo no han de faltarle.
La Fundació Teatre Lliure-Teatre Públic de Barcelona se creó para arropar la figura de Fabià Puigserver, director fundador del Lliure en momentos difíciles. Yo fui uno de los elegidos, como patrono de la misma, y he de decir que me sentí muy orgulloso de ello. Trabajé con Fabià para intentar explicar, en estas mismas páginas, que un teatro público, con vocación de teatro público, como el Lliure, no era lo mismo que un teatro oficial; hablamos de abrir el Lliure al teatro en lengua castellana -yo le propusoe un montaje de Sanchis Sinisterra, a ser posible con una obra suya- y hablamos, y mucho, de lo que nos gustaría que fuese el Llire en su nueva sede, que entonces, para nosotros, todavía era la vieja plaza de toros de Las Ventas.
Acepté con orgullo, repito, el puesto de patrono de la Fundació Teatre Lliure, para hacer de florero de Fabià -los patronos no teníamos ni voz ni voto en las grandes decisiones-, porque en el fondo me identificaba con su proyecto. Luego, al desaparecer él, seguí haciendo de florero, pese a que logré tener voz, pero no voto, en las grandes o pequeñas decisiones. Pero llegó un momento en que me harté y me fui. Hoy la única relación que mantengo con el Teatre Lliure es el carnet número 5 de la asociación de espectadores de dicho teatro. Estoy muy orgulloso de mi carnet número 5, y me agradaría saber, aunque sólo fuese a través del boletín de nuestra asociación de espectadores, qué va a ser de la misma -es, como tal, patrono de la fundación-; qué va ser de la fundación, si va, por fin, a democratizarse, a poder no sólo hablar sino votar. Me gustaría saber si el Lliure va a ser una familia "amplia y generosa", sobre todo para Pasqual, el cual no hace mucho comparaba los teatros con "repúbliques, repúbliques artístiques envoltades de ciutadans als que s'ha de servir a partir d'aquest teatre". Ojalá fuese el Lliure una república, con su fundación, su asociación de espectadores, su huerto, su palacio, su director comisionado, su "y a usted qué le importa", y toda la mierda y toda la gloria del teatro. Pero compartida, como en una familia amplia y generosa.
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