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El traficante virtuoso

Hay una ciudadana modelo: una señora de Málaga que reclama a Hacienda el dinero que le ha costado dejar de fumar. Ha querido quitarse el hábito del humo y obedecer a las autoridades, que aumentan los impuestos contra los compradores de tabaco y prohiben fumar en transportes y edificios públicos: es un honor dejar de fumar. Las costumbres cambian. Hoy una señora exige su derecho a dejar de fumar, pero en Prusia los revolucionarios de 1848 exigían, junto al derecho a la libre expresión, el derecho a fumar en público.Fumar es una horrible costumbre, es decir, un vicio y un gasto inútil. ¿Quién no recuerda la estampa repugnante de esos millonarios que encendían el puro con un billete de banco? Fumar es quemar el dinero, una borrachera de nubes: regalo que se hace uno a sí mismo, derrochadora y egoístamente, para aniquilarse y aniquilar a sus vecinos, según ha demostrado la ciencia. El mundo humeante e innecesario de los fumadores es un lujo mortal, y esta señora de Málaga ha optado por dejarlo. Sólo pide que Hacienda le pague los gastos de la purificación: 40.000 pesetas. Su abogado renuncia generosamente a reclamar una indemnización al Estado por la ansiedad y problemas que le causa a su cliente el difícil proceso de quitarse del tabaco: dejar de fumar engorda.

La cliente ha estudiado y rechazado la posibilidad de exigir a Hacienda los honorarios de la clínica de adelgazamiento. Quiere ser mejor: delgada y sana, como Dios manda. Le pide el dinero a Hacienda porque el Estado es el propietario del monopolio del tráfico de tabaco. No se puede decir que el Estado sea el mayor traficante de tabaco en España: es el único traficante, o por lo menos el único legal. Pero una institución del Estado, la Junta de Andalucía, a través de su presidente, está meditando pedirle a las tabaqueras que paguen parte de los gastos sanitarios que produce su producto fumable e infame: veneno para los nervios, lo llamaban los médicos del siglo XVIII.

Hay fumadores que demandan a las compañías tabaqueras, y yo lo veo muy bien, porque las compañías tabaqueras ofrecen nula información sobre la composición real de un paquete de cigarros: se parecen a los fabricantes de gasolinas, refrescos, conservas, tomates y productos cárnicos, que tampoco informan exactamente de las propiedades de sus productos. Los fumadores, perplejos ante un tabaco que arde solo y velocísimamente, diabólicamente, sin necesidad de que lo atice el fumador con sus inhalaciones, podrían convertirse en la vanguardia de los consumidores engañados. Pero en ningún caso deberían traicionar a sus antiguos compañeros de vicio: el monopolio traficante del Estado mantiene bajos los precios del tabaco en España a pesar de preservar los beneficios del Estado y las tabaqueras.

Creo, moderadamente intoxicado por el tabaco, que los biempensantes recurren a la furia contra los fumadores y sus humos porque quieren regalarnos a todos sus estupendas y envidiables formas de vida. Siempre tienen razón: antes contaban con la bendición de los sacerdotes y hoy los avala la ciencia. Pero ¿quieren pagar con sus impuestos la desintoxicación de las masas?

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