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Última jornada de Liga

Adiós a los fantasmas

A Coruña y los gallegos repartidos por el mundo, los más felices seis años después

Una ciudad entera levitó. Y con ella, al menos la mitad norte de Galicia y cientos de peñas, de Nueva York a Barcelona, millares en Buenos Aires y en Caracas,en tantas partes del mundo donde siempre hay gallegos que llevaban décadas sufriendo el ninguneo de sus propios vecinos. Toda la tensión de las últimas semanas multiplicada en las últimas horas, que se comenzó a soltar con el temprano gol de Donato, uno de los supervivientes de 1994, se liberó totalmente a las 22.51.Cien mil o ciento cincuenta mil personas (en la medida en que se puedan cuantificar las mareas humanas) se echaron a las calles, liberando los espacios hosteleros a veinte kilómetros a la redonda de la ciudad que habían estado ocupados durante 96 minutos menos tensos de lo que se esperaba. Pese a la amenaza del club de vetar la comparecencia pública de los jugadores si se producía una invasión del campo, una muchedumbre ocupó y esquilmó el césped en busca de recuerdos y numerosos aficionados cabalgaron las porterías de Riazor y se llevaron trozos de sus redes.

Mientras los 36.000 espectadores que abarrotaron Riazor se negaban a abandonar el campo en donde se sentían héroes por esa noche, miles de personas no esperaron al pitido final para ocupar la plaza de los Cuatro Caminos, y escalar la fuente que la preside, desafiando un par de cargas de la policía. En los cielos, se multiplicaron las bombas de palenque que crepitaron a lo largo de todo el partido.

Incluso se liberó la frustración que se había ido enquistando desde aquel 14 de mayo de hace seis años. Ayer también hubo riadas de lágrimas, pero de alegría. "Entonces tenía 10 años y no me enteraba de mucho, pero recuerdo ver llorar a mi abuelo", decía una de las integrantes de una pandilla de adolescentes que se animaban mutuamente para darse un baño en la playa de Riazor. "El mío se murió el año pasado, sin poder ver esto", decía otra.

"Esa ciudad se lo merece todo, todo", decía el añorado Bebeto en las radios desde su exilio en Japón. El ministro Pío Cabanillas, ronco en casa, declaraba que "el Deportivo se lo merecía por ilusión. Ya le dije a Piqué que este año no tenían nada que hacer. Hoy no se podía perder. Es un justo campeón", afirmaba en el palco Mariano Rajoy, celtista no declarado.

Al filo de la medianoche, 90.000 coruñeses, o eso calculaban las fuerzas de seguridad, confluyeron en Cuatro Caminos. Un frenesí colectivo de bebés disfrazados de muñecos fetiche, multitud de adolescentes en globo, matrimonios nunca tan bien avenidos, señoras descocadamente alegres y jubilados insólitamente poseídos de swing que intercambiaban comentarios del encuentro. "Sólo faltó que marcara Djalminha", decía una matrona a un joven al que mañana mirará sin duda con reprobación. "Nunca pensé que me alegraría de que marcara el Celta", confesaba un tatuado a su compañera.

Se liberaron desde los depósitos de cerveza que se habían instalado en las aceras ya desde el pasado domingo hasta la euforia de ciudadanos circunspectos nada sospechosos de forofismo. Pepa, una economista treintañera, recorrió 160 kilómetros desde Monforte (Lugo) para sumarse a la fiesta. "No pude salir hasta las ocho del trabajo, y ví apenas el segundo tiempo en un bar entre un mar de cabezas, pero valió la pena".

Metidos treinta minutos en el día después, los más de 600 hombres de distintos cuerpos que conformaban el mayor dispositivo de seguridad organizado nunca en la ciudad se las veían y se las deseaban para abrir un pasillo que permitiese llegar a la plantilla del Deportivo hasta Cuatro Caminos en un autobús descapotable.

A esa hora, parte de la plantilla se había ya encaramado al vehículo, estacionado junto al estadio. "Que salte Flavio", gritaban los miles de aficionados que seguían allí. Y Flavio (lesionado), saltaba. El resto de la plantilla, con el pelo teñido de rubio (excepto Irureta), se incorporó a las 00.50 y poco después, el autocar comenzó a completar el camino iniciado el 14 de mayo de 1994. Ayer todo el mundo, siquiera unos minutos, fue feliz en A Coruña.

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