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Última jornada de Liga

El palco de los hermanos Marx

Jugadores con el pelo teñido e hinchas exultantes por el éxito invadieron el recinto de autoridades

Xosé Hermida

Augusto César Lendoiro es un hombre comedido en las celebraciones, pero ayer la alegría le levantó de su asiento en los dos goles del Deportivo. Más que impulso, parece que fue un gesto consciente. "En esta ocasión, mi alegría no ofendía a nadie", explicó, ya que "el Espanyol no se jugaba nada". Nada más acabar el partido, Lendoiro, micrófono en mano, se dirigió desde el mismo palco a la multitud que había invadido el césped desobedeciendo las recomendaciones transmitidas por megafonía. "Este título", vociferó en medio del griterío, "va para todos los gallegos que andan desperdigados por el mundo y para toda España, que siempre ha querido mucho a este club".Como si la arenga de Lendoiro hubiese sido una señal, la tribuna de autoridades se convirtió de pronto en el lugar más codiciado del estadio. Y, en pocos minutos, el reducto más inaccesible del estadio, donde estaban el vicepresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y varios consejeros de la Xunta, tomó el aspecto del camarote de los hermanos Marx. Los primeros en tomarlo al asalto fueron los propios futbolistas, que subieron desde el césped para saludar a la multitud. Detrás se fueron las cámaras, y como ya nadie podía contener aquello, decenas de aficionados acabaron colándose también y echando a las autoridades de su privilegiado graderío.

Los jugadores y los hinchas se encaramaban a las sillas y, en su avance, pisoteaban a cualquiera, aunque fuese todo un consejero de Manuel Fraga. El forofismo contagió a los futbolistas, que se sumaron con entusiasmo a los gritos de la multitud contra algunos de los principales adversarios del Deportivo. "Barça, cabrón, saluda al campeón", gritaba toda la plantilla, que tampoco evitó las consignas contra el Celta, el vecino que jugaba frente al Barça.

La aparición estelar fue la de Djalminha, un tanto rezagado de sus compañeros. El brasileño se presentó con el pelo teñido con una pasta azul celeste -"había sido una apuesta con un amigo", explicó- y vistiendo, en lugar de la camiseta, una especie de túnica blanca. Para los hinchas fue el delirio. Mientras él, encaramado a una butaca, saludaba a la multitud, dos chicas agachadas trataban de sacarle furtivamente los cordones de las botas. Con toda la seriedad del mundo, un muchacho llegó a pedirle que le reglara el pantalón y se quedara en cueros.

El look de Djalminha hizo fortuna. Minutos después, toda la plantilla había regresado al vestuario y, entre botellas de champán vacías y el agua inundándolo todo, se afanaban por decorarse el pelo como el brasileño con ayuda de utilleros y masajistas. Algunos, a regañadientes, como Mauro Silva. "Esto quema, parece ácido", se quejaba el centrocampista entre la jarana general. Pronto surgieron otras propuestas estéticas. La más imitada, la de colocarse en la cabeza una especie de turbante confeccionado con papel de plata. "Estoy en una nube", confesaba Fran, "hasta dentro de un par de días no me daré cuenta de lo que hemos logrado. En el 94 fue un disgusto enorme, pero ahora ya sé lo que es saborear ésto después de tanto sufrimiento". Finalizado el ritual, toda la plantilla se subió a un autobús descubierto para acudir a Cuatro Caminos. "Ahora, a emborracharse", sentenció Makaay.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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