Cáncer
En relación al extracto del libro de Mariam Suárez Diagnóstico: cáncer, que publicó su periódico el domingo 16 de mayo, un par de cosas.Cuando hace ocho meses me diagnosticaron a mí la enfermedad (cáncer testicular, seminoma típico, un ganglio retroperitoneal del tamaño de una pelota de tenis), los dos extremos que más me costó aceptar fueron: uno, que estas cosas también pasan aunque tengas 28 años, y dos, que aquello no era una sentencia de muerte. Que podría ocurrir, sí, pero que obligatoriamente no iba a suceder. Me explico. El cáncer es una enfermedad con mayúsculas. Como el sida. Como, supongo, lo fue la peste, la lepra, la tuberculosis, la sífilis. Eso hace que te enfrentes, por un lado, a la enfermedad en sí misma y, por otro lado, a lo que tú y todos lo que te rodean pensáis que es. Y es eso lo que me lo hizo todo aún más difícil. No esperas que el médico te dé un tratamiento, esperas que te diga las posibilidades que tienes de sobrevivir. No hay curación, hay vida. La gente que te rodea, cuando se
lo dices, no te anima, sólo tiene fuerzas para bajar la mirada, llevarse las manos a la cabeza y, por fin, levantarse y darte un abrazo para que busquéis consuelo en ese calor. El enfermo, cuando entra en una tienda de ropa, no sale sin comprar nada porque con la quimioterapia engordará, sino porque no sabe si llegará a disfrutar de esos pantalones. El cáncer, en fin, es lo que es y lo que parece. Y no siempre es lo mismo.
Por todo esto me pregunto si la manera que ha tenido su periódico de presentar el libro de Mariam Suárez es la mejor (no la manera que ha tenido ella de escribirlo, claro, Mariam tiene todo el derecho a hacerlo como quiera, o como pueda). ¿Ayuda a los enfermos el tono, el titular, la entradilla? O, por el contrario (como ya ocurrió con la entrevista que publicaron en El País Semanal a aquel patólogo español que trabaja en uno de los centros punteros de EEUU; después de leer esa entrevista pensé que mi única posibilidad de sobrevivir era conseguir 20 millones de pesetas e irme junto a él), ¿hace que para los que estamos enfermos y para los que lo van a estar sea un poco más complicado soportar a nuestras células volviéndose locas en algún lugar de nuestro cuerpo? ¿No suelen los medios presentar con demasiada frecuencia todo lo relacionado con el cáncer con el mismo exceso de drama que las peores películas de sobremesa? ¿Cuesta tanto darle el tono esperanzado que aquí mismo leí en un artículo de Manuel Castells? Por favor, créanme, desde hace ocho meses yo no lucho contra la muerte. Eso lo hacemos todos. Lo hago contra una alteración de mi cuerpo, contra una enfermedad. Y eso se lo debo, entre otras muchas personas (familia, amigos, tú), a un joven oncólogo del hospital de Sant Pau de Barcelona. Sí, no de una carísima clínica privada, sino de un hospital público. Porque, doctor Pablo Maroto, tú sí que vales.- .
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