_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Adiós a la profesión?

IMANOL ZUBERO

Lo habrán visto en prensa y televisión. Es el anuncio de un coche en el que aparecen sucesivas señales de tráfico cuyo contenido hace referencia a algunas de las decisiones que vamos tomando en nuestra vida: casado o soltero, uno o dos hijos, nuevo empleo... El lema del anuncio es sugerente: "La vida es un largo camino. Disfruta del trayecto". Qué ironía en los tiempos que corren.

Tradicionalmente la actividad laboral ha servido para contribuir a dar coherencia a nuestras biografías. El trabajo ha sido la principal herramienta para encarar la construcción del propio destino. La historia laboral de la mayoría de las personas era, hasta no hace mucho tiempo, absolutamente lineal: aunque se cambiara de actividad, incluso aunque se cambiara de empresa, los logros eran siempre acumulativos. Con el paso del tiempo se iba ganando en experiencia, y era esta experiencia ganada la que servía para construir una escala ascendente por la que el trabajador avanzaba a lo largo de su vida laboral. Por eso, entrevistar a un trabajador mayor de 50 años e invitarle a contarnos su historia nos permite construir un relato coherente de su trayectoria profesional, a la manera de las grandes narraciones clásicas: con un comienzo, un desarrollo y un final claramente entrelazados. Hoy esto empieza a resultar imposible.

Para la mayoría de los trabajadores actuales su historia laboral se asemeja a un pequeño relato posmoderno, construido con pinceladas inconexas: una sucesión de empleos nula o escasamente relacionados entre sí, de manera que no es fácil valorar si el cambio de empleo supone una mejora o no más allá de lo inmediato, ya que no es posible establecer un proyecto a largo plazo. De ahí la desvalorización de los trabajadores mayores (estamos hablando de trabajadores ¡mayores de 45 años!): es una consecuencia de la desvalorización de la experiencia laboral. Los prejuicios en contra de la edad envían un mensaje claro: a medida que se acumula la experiencia de una persona, pierde valor.

Más en el fondo, lo que se desvaloriza es la tradicional ética del trabajo, fundada sobre el uso autodisciplinado del tiempo y sobre el valor de la gratificación postergada. Trabajar duro y esperar los frutos de ese trabajo ha sido la experiencia psicológica más profunda y consistente de los trabajadores. En el capitalismo flexible empieza a ser absurdo trabajar largo y duro para un empleador que a lo peor sólo piensa en liquidar el negocio y mudarse. Para la mayoría de la gente, encarar el trabajo como una vocación implica riesgos enormes y puede provocar graves desastres emocionales. Puede sonar exagerado, pero creo que en la actualidad sólo quedan dos actividades laborales en las que aún se puede hablar de carrera profesional: la de profesor de Universidad y la de... militar. En ambas existe un sistema normalizado de progresión mediante la acumulación de experiencia y de méritos profesionales, lo que permite hacer inversiones de futuro postergando la gratificación por el trabajo realizado en cada momento. En el resto de trabajos la fragmentación, la discontinuidad y la incertidumbre son las que dominan. Y con ellas irrumpe en la vida del trabajador la más profunda y persistente incomodidad, perturbando gravemente su actividad y, lo que es peor, su vida misma.

No se trata de aversión al riesgo; no estoy defendiendo seguridades incapacitantes. Esta es una de las más miserables críticas que el neoliberalismo dirige a quienes continúan reivindicando un espacio de derechos y protecciones sociales liberado de la voracidad del mercado, reivindicación que traducen como pernicioso virus que mina el espíritu emprendedor. Precisamente porque tenemos que asumir constantes riesgos en nuestra vida, necesitamos procesos prolongados y estables; es el largo plazo el que nos permite vivir el riesgo. Sin tiempo, el trabajador flexible se ve privado de esa coraza protectora que le capacita para gestionar el riesgo y, de esta manera, son las cambiantes circunstancias del trabajo las que se imponen sobre su capacidad para dirigir su vida.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_