Milosevic amordaza
Dos vicepresidentes del Gobierno serbio, uno comunista y otro fascista, han firmado la orden que ha permitido al régimen incautarse de madrugada de Studio B, la más influyente emisora de televisión crítica con el régimen de Slobodan Milosevic. El silenciamiento de Studio B, controlado por el opositor Ayuntamiento de Belgrado y que ahora pasa al aparato de propaganda oficial, es el paso más rotundo del poder en su escalada de intimidación y chantaje para liquidar la residual libertad de expresión que queda en el país balcánico. En año de elecciones federales y locales, Milosevic y sus acólitos están cruzando la frontera entre una dictadura encubierta y otra desnuda.Aunque la represión viene de lejos, su puesta a toda máquina fue anunciada por el presidente yugoslavo a comienzos de este año, digerida ya la pérdida de Kosovo. Declaró entonces que los medios simpatizantes con la oposición estaban "bajo el control absoluto, político y económico, de Occidente". Su vicepresidente y antiguo enemigo político, el jefe fascista y paramilitar Vojislav Seselj, fue más explícito: amenazó con "liquidar" a los "traidores" que "trabajan en ellos a sueldo de los mismos poderes que han bombardeado Serbia". Para asfixiar la libertad de expresión, y apoyado en una ley draconiana de 1998, el régimen recurre a las sanciones, los juicios relámpago, la amenaza de cierre o directamente a la ocupación de las instalaciones díscolas. En un país arruinado, donde el salario medio es de siete u ocho mil pesetas, las multas con los pretextos más pintorescos alcanzan cifras millonarias. Editores y directores deben pagarlas en 24 horas o hacer frente a la requisa de su propiedad o la cárcel.
Así ha sido en muchos casos antes de Studio B para periódicos o revistas como Glas Javnosti, Nasa Borba, Danas, Vreme, Blic, Vecernje Novosti y un largo etcétera. La incautación de material e instalaciones, las sanciones en cascada, la prohibición para importar materiales de impresión, la confiscación de imprentas opositoras (ABC Grafika), la interferencia de las frecuencias de radio y televisión poco dóciles van liquidando el panorama informativo serbio no entregado directamente a Milosevic. Las pequeñas emisoras pertenecientes a ayuntamientos hostiles siguen el mismo camino. Se trata de sembrar el pánico y la autocensura.
Milosevic y su claque operan en la atmósfera de miedo e inseguridad que impregna Serbia, un país donde crimen y política se han entremezclado inextricablemente. Han trasladado con éxito a una sociedad moralmente derrotada la idea de que está en guerra permanentemente, y que las críticas al poder constituyen una traición. Es la huida hacia adelante de alguien que, acusado de genocidio y crímenes contra la humanidad, no tiene otra escapatoria que mantenerse en el poder a toda costa. La incautación de Studio B en este contexto es, en su gravedad, sólo un paso más en la lógica de destrucción de un dictador acosado.
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