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La amnesia del profesor de Pozuelo

El supuesto homicida de una jovenvagó seis días por Ávila y Toledo hasta vencer la agónica idea del suicidio

"No tengo agallas para suicidarme". Vicente Isabel Burgos, profesor de matemáticas, de 31 años, así lo admitió a la juez ante la que había sido presentado como supuesto autor del asesinato de Ester Redondo el pasado día 2. Y ahora, una semana después de aquello, Vicente estaba ante la magistrada, tras vagar sin rumbo durante varios días por Madrid, Ávila y Toledo con la idea del suicidio martilleándole el cerebro. "Pero no tengo valor". Así que, al final, decidió rendirse y entregarse mansamente en el cuartel de la Guardia Civil de Mora de Toledo. "He matado a una mujer en Pozuelo y aquí está el machete con el que le maté". Eso fue lo que dijo a las nueve de la mañana del domingo pasado.La rendición de Vicente Isabel Burgos ponía el punto final a una historia sangrienta que él mismo empezó a escribir el pasado día 2 en su apartamento de la avenida de Europa número 7, de Pozuelo de Alarcón (62.000 habitantes). Porque ese día, Vicente había asestado un tremendo y mortífero machetazo en el vientre a Ester Redondo, antes de quemarle el pubis y escribirle a lo largo de una pierna: "Fue tu padre porque eres una puta". Y luego se quedó dormido junto al cadáver.

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"Dejo todos mis bienes a..."

Al despertar, el supuesto homicida descubrió la terrorífica escena: el cadáver de la mujer bañado en sangre, con el vientre abierto por el tremendo machetazo, con el pubis quemado... Un horror.

"Creo que fui yo, porque desperté y encontré a la chica en el suelo, envuelta en sangre. Quise suicidarme con el mismo machete con el que supongo que la mate, pero no tuve valor, aunque lo intenté", declaró Vicente Isabel, el martes pasado, ante la magistrada del juzgado de instrucción número 6 de Majadahonda. Y en verdad debió ser así. La prueba está en los cortes que el presunto homicida presentaba en el abomen.

"La idea del suicidio no se me va de la cabeza, sólo pienso en ello. Pero no tengo fuerzas ni valor", añadió el detenido en su declaración judicial.

"Estoy arrepentido"

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Y otro indicio más: la pintada que, a modo de siniestro testamento, había dejado en las paredes de su apartamento antes de emprender una huida sin rumbo. "En plena facultades mentales dejo todos mis bienes..." Un indicio más de que la idea de autodestruirse le había martirizado a Vicente hasta ponerle al borde del abismo.

Pero -¿quién sabe cómo funciona la mente humana?- Vicente Isabel no se quitó la vida. Nervioso, y posiblemente desquiciado, subió a su Seat Ibiza y abandonó Pozuelo hacia el mediodía del pasado día 2. Una huida a ninguna parte.

Durante seis días deambuló por carreteras y pueblos de Ávila y Toledo hasta que, el domingo pasado, se entregó en el cuartel de la Guardia Civil de Mora (Toledo). Se presentó con el arma del crimen en el cuartel, la puso encima del mostrador y anunció: "Me entrego porque estoy arrepentido. He matado a una mujer en Pozuelo y aquí está el machete con el que la maté".

A tenor de la reconstrucción policial, los días previos al crimen fueron extremadamente díficiles para este profesor de matemáticas, que ya antes vivía angustiado por una deuda de 800.000 pesetas que tenía que pagar por el alquiler del piso en el que vivía y donde impartía a diario un montón de clases particulares.

El fin de semana previo al fatídico martes, día del crimen, había roto con su novia, María Corina. Llevaban seis años de relaciones y ya hasta tenían programado casarse en el próximo septiembre, según le ha confiado a la abogada que le defiende, María de las Nieves Fernández Pérez-Ravelo. El lunes 1 de mayo, ya en pleno desencuentro amoroso, Vicente condujo a María Corina hasta la casa de sus padres en Toledo. Y a la vuelta a Madrid comenzó a beber y a beber.

Esa misma noche, quedó citado en su apartamento de la acomodada avenida de Europa con Raúl Asanza, de 30 años, uno de sus numerosos alumnos. Raúl se presentó acompañado de dos amigas. Tomaron unas copas y, hacia las 11 de la noche, salieron a cenar. Los cuatro fueron a un restaurante de Pozuelo. Vicente explicó ante la juez que bebió mucho durante la cena. "Yo bebí mucho vino y unos daikiris", declaró, según su abogada.

Finalizada la cena, los dos hombres y las dos mujeres regresaron al piso de la avenida de Europa. "Estuvimos en mi casa y seguimos bebiendo durante unas horas hasta acabar una botella de güisqui y tomar unos chupitos de burbon", prosiguió.

Todo transcurrió en aparente normalidad. Cuando se hizo tarde, Raúl y sus dos amigas dieron por concluída la velada y se marcharon, cada uno a su casa. Pero Vicente no tuvo suficiente. Cerró el piso, se subió en el coche y pisó el acelerador hacia Madrid. Estuvo toda la noche bebiendo por bares de la ciudad, según la letrada de la defensa. Regresó a su casa hacia las nueve de la mañana del martes. Y entonces se acordó de Ester Redondo, una joven a la que, según fuentes policiales, había conocido a través de un anuncio de la sección de contactos de un periódico.

Vicente descolgó el teléfono y marcó el número de Ester. Ella acudió a la llamada y se presentó en el piso de Pozuelo. El supuesto homicida explicó que no se acuerda de todos los detalles de lo que ocurrió después. "Hicimos el amor y perdí la cabeza. Luego caí inconsciente, contra el suelo. Al despertar la vi muerta", ha declarado tras su detención. Y no recuerda más. Su cerebro está lleno de lagunas.

Antes de abandonar la casa, hacia las 13.00, tuvo la ocurrencia de gastar una broma de mal gusto a una de las dos amigas de su alumno Asanza, con los que había cenado la noche antes. La llamó por teléfono y le dijo: "Tu amiga se ha matado en un accidente de coche". Poco más tarde, se marchó de la casa: "Cogí el machete y me fuí".

Antes, Vicente agarró las 20.000 pesetas que había ahorrado, subió a su Seat Ibiza... y tiró millas. El martes por la noche llegó a El Tiemblo, un pueblo de Ávila. Durmió en un hostal y, al día siguiente, se dirigó hacia Toledo. Comió en un restaurante de Illescas y compró alimentos en dos supermercados. Estaba cerca de la casa de su novia María Corina, pero le faltó valor para ir a verla.

En su huida a ninguna parte llegó el jueves, día 4, a un pueblo de Toledo, en el que gastó sus últimas monedas en un teléfono público. Llamó a Raúl Asanza, su alumno, y le confesó que había matado a una mujer. Esta vez no mintió. "He matado a una prostituta y me tengo que deshacer del cadáver", le dijo, nervioso y exaltado. Casi a la misma hora y en ese mismo día, una hermana de la fallecida Ester interpuso en comisaría una denuncia por desaparición, ante su inexplicable y prolongada ausencia.

Asanza llevaba un año recibiendo clases particulares de Vicente. En todo ese tiempo, ambos sólo habían quedado fuera de la hora de clase en un par de ocasiones, según explica un cuñado de Asanza, el abogado Juan José Areta.

Asanza, que no conocía bien la personalidad de su profesor, quedó estupefacto y consternado por lo que le había escuchado por teléfono. "Raúl me llamó muy preocupado por la llamada de su profesor y me preguntó qué debía hacer", recuerda ahora Areta.

Dejaron pasar un día y, en la mañana del viernes, día 5, llamaron a los padres del extraño profesor. "Me contestaron que no sabían nada de su hijo desde hacía unos días", afirmó Areta. Éste y su cuñado Asanza quedaron citados con uno de los cinco hermanos del profesor y con su padre. Llamaron a la puerta del piso de la avenida de Europa, pero nadie abrió. El portero del inmueble no estaba. Así que, desconcertados, regresaron por la tarde.

La situación era la misma sólo que, esta vez, sí que localizaron al conserje y éste avisó a un cerrajero para que abriera la puerta. En esas estaban cuando llegó María Corina, muy preocupada por que su novio Vicente no respondiera desde hacía días a sus llamadas.

El cerrajero abrió la puerta. Areta entró con uno de los hermanos del profesor. "Le dijimos a la novia de Vicente que no entrara porque no sabíamos qué íbamos a hallar. Traté de encender la luz pero, al dar al interruptor, no se encendió", recuerda Areta. "La policía descubrió luego que el interruptor general de la electricidad estaba desconectado", aclaró Areta.

El hermano del profesor y el abogado Areta caminaban a tientas. Al llegar al salón, notaron "un olor raro, no muy fuerte, pero sí extraño", añadió. Las sospechas de que algo anormal pasaba se confirmaron poco después: "En el suelo del salón ví un bulto y le dije al hermano del profesor: 'vámonos de aquí, hay que avisar a la policía", recuerda Areta.

Los policías descubrieron el cadáver de Ester. Sólo tenía puestos unos calcetines de color blanco, con dibujos de Snoopy. Por encima del cuello, un sujetador de encaje azul y, en el cuello, unas bragas del mismo color. La policía sospecha que el profesor mató a la joven ahogándola con las bragas. En el vientre, a la altura del epigastrio, el cadaver presentaba un corte de unos 11 centímetros. En la espalda, otro corte de dos centímetros. Y quemaduras superficiales entre los muslos.

Además de varios preservativos, junto al cuerpo inerte había un carné que permitió identificar a la víctima como Ester Redondo García, nacida en Terrassa (Barcelona) hace 27 años. Fuentes del entorno de la víctima rechazan de plano que fuera prostituta y, en cambio, afirman que trabajaba de telefonista y que buscaba otro empleo como profesora, carrera que había cursado.

El retrato que hacen personas cercanas a Vicente Isabel no corresponde al de un asesino. "Inteligente, trabajador, estudioso", son algunos de los adjetivos con los que lo definen. "Siempre estaba buscándose la vida", contó un allegado. El crimen ha conmocionado su entorno: "Todo el mundo está alucinado".

Nadie oculta los supuestos problemas de Vicente con el alcohol. En una ocasión, en junio de 1999, fue detenido en Madrid por conducir ebrio. Pero jamás nadie intuyó que pudiera hacer algo como lo que se le atribuye ahora. Sólo su madre, señala un amigo, "sospechaba que pudiera estar trastornado".

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