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La segunda generación del Gobierno

Uno se niega a bautizar a sus hijos; otro fue expulsado de la frontera holandesa por su aspecto de pordiosero; un tercero bailaba con Rod Steward al ritmo de ¿Piensas que soy sexy?; hubo quien pasmó a la audiencia de la playa de la Malvarrosa con el estribillo de Víctor Jara A desalambrar, a desalambrar, y no falta el que ha hecho novillos para tocar la batería de pueblo en pueblo a golpe de España cañí. No se trata de una galería de freakies. Más bien al contrario. Pertenecen al PP y sujetan con mano firme las riendas de la economía española. Son los secretarios de Estado de la segunda legislatura de Aznar menores de 40 años, siete profesionales brillantes para quienes la muerte de Franco no fue más que un día sin colegio, y el golpe de Estado del 23-F, un suceso confuso que puso en peligro al padre de uno de ellos.Miquel Nadal Segalá asegura que ha aceptado la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores porque su mujer le ha dado permiso. Si no, la mala conciencia que arrastra desde que ella tuvo que sacrificar su profesión por la crianza de los niños le habría impulsado a decir que no. La mala conciencia, y también su escaso interés por la política. Porque este catalán de 35 años, que echa de menos la "calidad de vida" de su Barcelona natal y se confiesa un apasionado de la macroeconomía, ha dado el salto desde la jefatura del gabinete de Josep Piqué en Industria a número dos de Exteriores por la amistad entre ambos. Y porque se lo plantea como "un paréntesis" en su trayectoria profesional, que desea orientar hacia la empresa privada. Miquel Nadal comparte con los otros secretarios de Estado treintañeros un origen familiar acomodado, una adolescencia vivida sin el menor sobresalto, varios masters y cursos en el extranjero y oposiciones a técnicos de la Administración, siempre con las mejores notas y la sensación de haber venido a este mundo para disfrutar, incluso como inspector de Hacienda.

Es una percepción compartida por Gabriel Elorriaga Pisarik, hijo del histórico socio de Fraga en aquella Alianza Popular que recondujo el franquismo más vehemente hacia la derecha democrática. Elorriaga puso sus conocimientos financieros y tributarios al servicio de los primeros fontaneros de Aznar en La Moncloa, a quienes coordinó desde la subsecretaría del gabinete de la Presidencia del Gobierno, y los pondrá ahora a disposición de la Secretaría de Estado de Organización Territorial, donde, al igual que sus jóvenes compañeros de cargo, trabajará a tiempo completo. Este conjunto de conocimientos y dedicación los convierte casi en imbatibles.

-¿A ustedes lo que más les gusta en esta vida es trabajar?

-Los demás no sé. Yo soy un pringao.

Ni Elorriaga, que se autodefine de forma tan castiza, ni los otros altos cargos que conforman la segunda generación del poder conservador, se han identificado con la etapa de Manuel Fraga. José María Michavila, nombrado secretario de Estado de Justicia la misma semana en que ha cumplido los 40, rechazó en 1987 la militancia en el PP que le propuso Alberto Ruiz-Gallardón: "Sois demasiado de derechas", le dijo. A Gerardo Camps, secretario de Estado de la Seguridad Social, con 36 años, le ocurrió algo similar con el líder gallego tras la fallida presidencia del cordobés Antonio Hernández Mancha. Camps, que se había acercado a las Nuevas Generaciones conservadoras después de ser elegido delegado universitario con el lema "Todos contra el SEU" -el sindicato de estudiantes de corte falangista-, se empleó como pasante en un bufete de Valencia y dedicó su tiempo libre a escuchar a Pink Floyd, a leer Cambio 16 y a ligar en las discotecas de Benidorm. Hijo y nieto de republicanos, dejaría poco después de una pieza a los comunistas valencianos cuando se arrancó en una noche electoral, en un encuentro de jóvenes políticos, con las canciones completas de Víctor Jara. "Me las sabía todas, de tantas veces como mi padre ponía sus cintas", recuerda.

La refundación del partido conservador en 1989 y la elección de Aznar despejó las dudas de todos. Miquel Nadal y el recién nombrado secretario de Estado de Aguas y Costas, Pascual Fernández Martínez (de 39 años) dejaron de votar al PSOE. Ahora, incluso quienes siguen sin carné del PP, como el propio Nadal o Gabriel Elorriaga, forman piña en torno al presidente, en cuyo proyecto político confían absolutamente. Para Elorriaga, la claridad de ideas de José María Aznar supera incluso a su admirada Margaret Thatcher, a la que considera "una tipa con principios".

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La mayoría de estos secretarios de Estado han estudiado en colegios públicos o laicos. No han matriculado a sus hijos en centros religiosos ni suelen acudir a misa los domingos. Algunos han optado por el matrimonio civil, y Nadal confiesa que sus niños no están bautizados.

Para el segundo escalón de poder de La Moncloa, la historia reciente comienza con las recién estrenadas campañas electorales, de las que retienen únicamente imágenes de las fiestas callejeras con banderas y pegatinas de colores. Ni la más remota idea sobre los programas. La conciencia política de estos adolescentes se relaciona de manera difusa con el golpe del 23-F, sobre todo porque veían preocupados a sus padres. Michavila recuerda que a él y a su íntimo amigo Juanjo Lavilla les fueron a buscar a la Facultad de Derecho de la Complutense y les llevaron a casa. Baudilio Tomé Muguruza (de 37 años) también recibió una atención especial durante esas horas negras. Landelino Lavilla presidía el Congreso y Baudilio Tomé Robla, el padre del actual secretario de Estado de Telecomunicaciones, también estaba allí ocupando su escaño como diputado de UCD por León.

A partir de la transición, Juan Costa, de 35 años, secretario de Estado de Comercio y Turismo -a los 31 ocupó la Secretaría de Estado de Hacienda-, empezó a interesarse por el PP de la mano de su madre, activa militante y concejal en el Ayuntamiento de Castellón, mientras descubría el submarinismo y tocaba la batería en una orquesta; Michavila coleccionaba 21 matrículas de honor en Derecho -la primera carrera, Historia, se la pagaron sus padres; la segunda, Filosofía, él. La tercera, sus buenas notas.

Un Elorriaga zarrapastroso intentaba infructuosamente cruzar la frontera holandesa a bordo de un Seat 127 con el embrague activado manualmente mediante una cuerda, y Pascual Fernández seguía la gira de Rod Stewart mientras vivía la movida madrileña desde el mítico Rock Ola. Ya entonces le gustaba la isla de Menorca al nuevo responsable de Costas, "de lo poco urbanísticamente aceptable de nuestro litoral, repleto de barbaridades", comenta.

En 1986, el actual secretario de Estado de Exteriores votaba en el referéndum contra del ingreso de España en la OTAN, mientras releía El extranjero, de Albert Camus, y asumía que nada es lo que parece. Y, al mismo tiempo, aprobaban las oposiciones, investigaban en el extranjero, triunfaban profesionalmente y fundaban familias felices. ¿Nada ha sido capaz de alterar trayectorias vitales tan perfectas? ¿Tampoco arrastran asignaturas pendientes?

El nuevo secretario de Estado de Organización Territorial reflexiona extrañado y tarda en responder: "Bueno, sí, me hubiera gustado hablar el alemán perfecto de mi madre, y también acabar mi tesis doctoral sobre la aplicación de la economía a las realidades jurídicas".

Con este talante, sin molestarse siquiera en criticar al PSOE -"hemos aprendido mucho de ellos"- y con las palabras "diálogo" y "consenso" siempre presentes, estos gestores afrontan desde hace una semana la nueva política fiscal de las comunidades autónomas, la renovación de la Administración de justicia; la revisión del Pacto de Toledo; el Plan Hidrológico Nacional, la incorporación de los españoles a las nuevas tecnologías... El futuro de todos.

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